“La piedad consiste en una armonía exacta entre principios y prácticas santas.”
— Thomas Watson
“Para entender sabiduría y doctrina, para conocer razones prudentes…” (Prov. 1:2).
En los primeros capítulos de Proverbios somos exhortados con numerosas motivaciones para conocer a Dios y vivir según la sabiduría de lo alto. En estos primeros versículos, se establecen los propósitos del libro de manera resumida y persuasiva. Está escrito para los que quieren aprender a vivir—a vivir la vida tal como Dios diseñó que fuese.
El que se acerca a Proverbios lo hace para aprender. Leerlo es reconocer que no hemos llegado, que necesitamos guía y dirección. El libro parte de una presuposición: hay una ignorancia en nosotros que sólo Dios puede eliminar. Aun los más sabios tienen mucho que aprender (1:5). Las páginas inspiradas de este libro nos proveen lo que necesitamos. Disiparán la neblina de la ignorancia que nos impide tomar decisiones sabias, sea al hablar o al criar a nuestros hijos, al trabajar o al planificar el futuro. La sabiduría no es innata al hombre, por lo que debe buscarla en los lugares designados por Dios.
“Sabiduría”—es la palabra clave de todo el libro. Sus autores amontonan los sinónimos del concepto en todas sus páginas para impresionar al lector de su necesidad. Ser sabios es más que tener sentido común; es tener un sentido para nada común en la sociedad. Es vivir en base al temor de Dios (1:7) y para su agrado. “La sabiduría refleja la intención y la disciplina de tomar decisiones piadosas en un mundo lleno de distracciones y atajos pecaminosos.”[1]
El término “doctrina” es traducido como ‘disciplina’ o ‘entrenamiento disciplinado’ en otras versiones. Esto así porque la idea está contenida en la palabra hebrea que se utiliza aquí; y comunica la idea del proceso que a veces exige el aprendizaje de la sabiduría. “Leer este libro es beneficioso, pero no cómodo.”[2] Enderezar lo torcido puede resultar muy doloroso. No es un aprendizaje automático ni admite atajos. Involucra la corrección de nuestras faltas morales y el moldear nuestro carácter.
Las piedras preciosas y las perlas no se consiguen fácilmente. Se obtienen con esfuerzo. No es diferente con la prudencia, y por ello es comparada al oro y la plata en los capítulos posteriores (2:4; 3:14).
“Razones prudentes” o “palabras de inteligencia” (NVI). Esta expresión habla de alguien que adquiere discernimiento. Puede distinguir entre lo importante y lo vano, entre lo beneficioso y lo dañino, entre lo apropiado y lo inconveniente (Heb. 5:14). “El libro de Proverbios puede sernos de gran ayuda en el proceso hacia la madurez.”[3] A la larga, no queremos que nuestros hijos sean sólo obedientes; queremos verles discernir por sí mismos el camino más excelente.
Leer Proverbios nos entrena para la vida. ¿No te animas a hurgar en su contenido?
[1] Richard Mayhue, Practicing Proverbs, p.42.
[2] John Kitchen, Proverbs; A Mentor Commentary, p.38.
[3] Gary Brady, Heavenly Wisdom, p.32.
Normalmente hablamos de ‘vida eterna’. Leyendo una de las oraciones recopiladas en el libro El Valle de la Visión (The Valley of Vision) me topé con la frase ‘vitalidad eterna’. En nuestra manera de hablar, alguien puede sencillamente estar sobreviviendo y hallarse en muy precarias condiciones de salud, o por otro lado, alguien puede estar vibrante de salud. Asociamos la vitalidad con esto último.
A veces pienso que espiritualmente hablando nos conformamos con meramente estar vivos en Cristo (“ser salvos”), cuando nuestro anhelo debe ser experimentar la vida en abundancia de la que habló nuestro Señor Jesús (Juan 10:10).
No sobrevivas... ¡vive la plenitud del Espíritu!
"Los proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel" (Proverbios 1:1).
Proverbios. El libro de Proverbios no es historia; tampoco profecía. Es poesía hebrea. No es poesía al estilo de los Salmos, ni un cántico como lo es Cantares.
Antes que ofrecernos una definición de lo que es un proverbio, se nos explica el propósito de sus declaraciones (1:2-6). La didáctica nos enseña el uso de una gran variedad de recursos y herramientas para atrapar la atención de los estudiantes. Puede ser a través de una historia, una parábola o una ilustración. Pero también puede ser a través de dichos breves, contundentes y fáciles de recordar (portátiles), como son los proverbios. Son declaraciones que contienen sabiduría acumulada en el tiempo por las vivencias de generaciones. Es la voz de la experiencia empaquetada en pocas palabras. Por eso hay consejos y advertencias. ¿Por qué sufrir y padecer las consecuencias del mal camino, si podemos evitarlo? Estos dichos nos señalan los monumentos que han sido levantados para recordar los frutos de la necedad y la insensatez. No siempre estamos conscientes del destino final de algunas de las sendas que tomamos. A través de este libro, Dios nos guarda de tomar los atajos del mal.
Los proverbios no nos proveen un contexto amplio con el cual ayudarnos en la interpretación, pero sí hallaremos que las ricas características de la poesía hebrea nos servirán de guía; como lo será con el paralelismo sinónimo (la misma idea es comunicada con dos expresiones distintas). “No te entremetas con el iracundo, ni te acompañes con el hombre de enojos…” (22:24). Abunda, igualmente, el paralelismo antitético. “La mujer sabia edifica su casa; mas la necia con sus manos la derriba” (14:1).
En ocasiones los Proverbios nos harán caminar junto al hombre simple (7:6-23); después nos hará escuchar a la sabiduría clamando en las calles (1:20; 8:1-7). También nos sentará a escuchar la conversación que un padre sostiene con su hijo (1:8; 2:1; 3:1; 5:1 et al). Dios ha hablado de múltiples maneras. El hombre no tiene excusas para no escuchar su voz.
Salomón. El libro de Proverbios es una recopilación de dichos sabios provenientes de varios autores. Al final del libro, Agur y Lemuel son identificados (30:1; 31:1). Otros ni siquiera son mencionados por nombre (22:17; 24:23). Pero el autor que se destaca sobre todos es Salomón. Durante su reinado la nación de Israel vivió sus días de mayor esplendor y gloria. Fue el rey a quien Dios llenó de sabiduría. Compuso tres mil proverbios y más de cinco mil cánticos.
Aunque escritos en su mayor parte por el hijo de David, la compilación de este libro no ocurrió probablemente sino hasta el regreso del exilio. Viéndolo así, la introducción (1:1-7) se colocaría a la cabeza de la colección final de todos los proverbios. Atribuimos a Salomón la mayoría de estos (1:8-9:18; 10:1-22:16; 25-29). Otros sabios aportaron la sección que va desde 22:17 hasta 24:34. Y finalmente, los ya mencionados Agur y Lemuel (30-31).
¿Qué relevancia tiene conocer que Salomón es un autor central de esta colección de proverbios?
La sabiduría de Salomón es realmente proverbial. Desde la persona común hasta los presidentes, citan a Salomón como modelo para la búsqueda de la sabiduría. Fuera de Israel, otras culturas también son poseedoras de antologías de dichos sabios, pero el caso de Salomón es especial. “Era mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los egipcios” (1 Reyes 4:30). Lo que encontramos en el libro de Proverbios es divinamente superior. Dios es, a final de cuentas, la verdadera fuente de sabiduría (Sant. 1:5). Fue Él quien dotó a Salomón de la inteligencia espiritual que destila este libro.
Recordemos aquel evento de justicia (1 Reyes 3:16-28) en el que nuestro autor hizo uso del conocimiento que Dios le dio para discernir cuál era la genuina madre de un niño que disputaban dos mujeres. ¿A quién se le habría ocurrido la idea de partir el niño por la mitad? Fue el más sabio de todos los hombres (1 Reyes 4:31). Esa es la sabiduría que necesitan gobernantes para regir sus naciones, los pastores para gobernar la grey del Señor, y los padres para dirigir bien sus casas.
Esa sapiencia está disponible para nosotros hoy. Al igual que Salomón, podemos escoger la sabiduría celestial como guía de vida. Son muchas las bendiciones que esperan a aquellos que deciden de corazón dejarse conducir por el conocimiento de Dios y no por el suyo propio. Pero lo más importante de hacerlo, es que daremos mayor gloria a Dios.
Es cierto que Salomón cayó en numerosos desvaríos. Pero aun en esto encontramos enseñanza: una advertencia contra la decisión de no vivir en el temor de Dios. Ignorar a Dios tiene consecuencias, y la historia de este rey de Israel está ahí como evidencia.
En días cuando predicadores y escritores llaman tanto la atención sobre sí mismos, necesitamos reflexionar en las palabras del apóstol Pablo en 2 Corintios 12: "Si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí" (v. 6).
Él no quería que la impresión que la gente tuviera de su persona se basara en las experiencias extraordinarias que hubiera tenido, sino en la realidad de su carácter manifestado en lo que hacía y lo que decía. Cualquiera puede inventar experiencias, pero vivir manifestando el fruto del Espíritu es otra cosa. Evidenciemos el control del Espíritu practicando las virtudes del Espíritu. Si tenemos ese interés daremos más gloria a Dios y proclamaremos mejor sus virtudes.
Normalmente nuestra preocupación es que las personas no piensen menos de lo que somos. Pablo estaba preocupado en que las personas no pensarán más. ¡Qué diferente fue Pablo!
“La mayoría de los nombres queda en el olvido dentro de unos pocos años después de la muerte de sus dueños. Unos cuantos son recordados por un milenio. Son menos lo que vienen a la memoria con admiración. El Nuevo Testamento comienza con estas palabras: ‘Libro de la generalogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham’ (Mt. 1:1).”
—Walter Chantry
[David: Man of Prayer, Man of War; p.7]
“Los deberes privados preparan el alma para las ordenanzas públicas. Aquel que espera conscientemente en Dios en privado, tendrá por experiencia que Dios le bendecirá maravillosamente por medio de las ordenanzas públicas.”
—Thomas Watson
[The Secret Key to Heaven, p.65]
“Preocúpate más por tu carácter que por tu reputación, porque tu carácter es lo que realmente eres, mientras que tu reputación es meramente lo que otros piensan que eres.”
—John Wooden
[Entrenador de baloncesto estadounidense]
Hoy visitamos el Museo de la Creación, en Petersburg, Kentucky. Qué bueno es por fin ver un museo que no distorsiona la verdad del origen del universo.
Vivimos en un mundo que ha perdido el norte porque ha decidido echar a un lado la verdad evidente de que somos criaturas de Dios. Aquel que no sabe de dónde viene, no sabe hacia dónde va.
“En el principio creó Dios...”
“He llegado a la conclusión de que la mejor manera de alcanzar a aquel que no ha sido regenerado es mostrarle lo que el cristianismo es capaz de hacer por el creyente.”
— T. C. Johnson
Jeremías 31:34 contiene una de las mejores noticias que el hombre puede escuchar: Dios perdona. “Y no me acordaré más de su pecado.” ¿Puede acaso Dios olvidar? Obviamente no. Es una forma de decirnos que ya no tomará en cuenta el pecado para juicio y condenación. En el momento en que depositamos nuestra fe en su Hijo Jesucristo, el valor y la eficacia de su muerte es aplicada a nuestras almas. Nuestra deuda con el Altísimo es cancelada para siempre.
“Es algo maravilloso cuando la omnipotencia vence a la omnisciencia, cuando el amor omnipotente no permite que la omnisciencia recuerde” (Charles Spurgeon).
“El carácter de una vida no se forma en diez grandes momentos. El carácter de una vida se forma en diez mil pequeños momentos de la vida diaria. Son los temas de las luchas que emergen de esos pequeños momentos los que revelan qué es lo que realmente está sucediendo en nuestros corazones.”
— Paul David Tripp
[Whiter Than Snow, p. 21]
Por años este renombrado siervo de Dios y autor de numerosos libros había abrazado la idea de que la teoría de la evolución podía compaginarse con el relato de la creación que aparece en Génesis 1. Esta postura le requería interpretar los días de la creación figurativamente y no como literales de 24 horas.
Durante la mayor parte de mi carrera de enseñanza consideré la 'hipótesis del marco de referencia' como una posibilidad. Pero ahora he cambiado mi mente al respecto. Ahora me apego a una creación de seis literales. Génesis dice que Dios creó el universo y todo lo que está en él en seis períodos de veinticuatro horas.
Nos regocija oír su cambio de postura. Creemos que de esta manera honrará mejor las Escrituras que tanto se ha esforzado en enseñar. Al hacer este reconocimiento, ahora Sproul añade una lección más a su repertorio: de humildad.
“Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Salmo 130:4).
Es cierto que, una vez en Cristo, el creyente goza de una relación de cercanía y confianza con el Señor. Podemos acercarnos con confianza al trono de la gracia. Se nos instruye a dirigirnos a Dios en oración como a nuestro Padre.
No obstante, esa nueva relación no significa que Dios sea menos glorioso y majestuoso, o menos merecedor de nuestro respeto. Aquellos cristianos del pasado más conocidos por su cercanía al Señor fueron los mismos que mostraron el mayor grado de reverencia.
¿Qué debe infundir el hecho de que nuestros pecados hayan sido perdonados? ¿Significa eso que ahora Dios no toma tan en serio nuestros desvaríos? ¿Implica que la actitud con que nos acercamos a Él ya no cuenta? De ningún modo. El salmista entiende que el privilegio del perdón, antes que empequeñecer, aumenta nuestro sentido de admiración y respeto hacia Dios.
“El perdón engendra alivio; irónicamente, también engendra una reflexión sobria que cuadra con la reverencia y el temor piadoso, porque el pecado nunca puede ser tomado a la ligera, ni el perdón puede ser recibido con ligereza” (D. A. Carson; For the love of God : A daily companion for discovering the riches of God's Word. Volume 1 (July 2). Wheaton, Ill.: Crossway Books.
¿A dónde se ha ido la reverencia? ¿A dónde el santo temor? ¡Nuestro Dios es amor!—debemos proclamarlo a voces. Pero es también “fuego consumidor” (Heb. 12:29). “Si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos” (Mal. 1:6).
Lo que sigue a continuación es resultado de una discusión que sostuvo nuestro equipo pastoral con respecto a cómo librarnos de la codicia. Fred Johnson había llamado nuestra atención al robo y mentira de Acán en Josué 7:11. Jericó había caído ante Israel. No se debían tomar las riquezas de la ciudad. Pero Acán tomó vestimentas, plata y oro. Los escondió y trató de engañar a los líderes.
¿Por qué hizo esto? Al momento de ser atrapado Acán dio la respuesta: “codicié y tomé” (Josué 7:21). Codicia. Deseó la plata, el oro y las vestimentas más de lo que deseó la comunión con Dios.
No hay diferencia entre la palabra hebrea para deseo y la palabra hebrea para codicia. Codiciar significa desear algo demasiado. Y demasiado se mide por cómo ese deseo se compara con desear a Dios. Si el deseo te aleja de Dios antes que acercarte a Él, es codicia. Es pecado.
Sospecho que la razón por la cual los Diez Mandamientos empiezan con el mandamiento “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Ex. 20:3) y termina con el mandamiento “No codiciarás” (Exodo 20:17) es porque esencialmente son el mismo mandamiento. Incluyen los otros ocho y revelan su fuente.
No codiciar significa no desear nada de un modo que disminuya a Dios como el tesoro supremo. No tener otros dioses delante de Dios significa lo mismo: “No atesorar nada ni nadie de un modo que compita con el lugar supremo de Dios en tu vida. La idolatría es lo que llamamos desobediencia al primer mandamiento. Y la idolatría es que lo Pablo llama desobediencia al décimo mandamiento (Col. 3:5).
Así que la razón por la cual Acán robó y mintió es porque Dios no era su tesoro supremo. No estaba satisfecho con todo lo que Dios le había prometido. Probablemente esa es la razón por la que, al ser descubierto, Josué dijo a Acán: “Hijo mío, te ruego, da gloria al SEÑOR, Dios de Israel” (Josué 7:19). Preferir cualquier cosa por encima de Dios es rebajar su gloria. Ése fue el principal pecado de Acán. Desear oro más que a Dios es igual a codicia—lo cual es igual a idolatría.
Fue, pues, por esta razón que el equipo pastoral insistió en esto y discutimos cómo podemos mantenernos libres de esta terrible condición: aquella que nos hace andar deseando otras cosas más que a Dios, codiciando y siendo idólatras. Hablamos de la importancia de la Palabra de Dios. “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmos 119:11). Sí. Amén. Todos estuvimos de acuerdo con eso.
Otra sugerencia principal surgió de Filipenses. Pablo describe la condición en la que todos queremos estar. Él dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3: 7-8). Eso es exactamente lo opuesto a la codicia. Es lo opuesto a la idolatría. Es la suprema satisfacción en Cristo. Eso es libertad.
Pero, ¿y cómo, Pablo? ¿Tienes una sugerencia práctica que podamos usar para luchar por esta satisfacción en Cristo? Esto fue lo que vimos en Filipenses 3:17 y es chocante: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros.”
Esta es una ayuda práctica maravillosa para nosotros: Escoge algunas personas cuyas vidas demuestran que atesoran a Cristo sobre todas las cosas. Luego, obsérvalos. Mantén la atención en ellos. Eso, según Pablo, es una buena manera de conquistar la codicia.
Hay algunos hermanos en la Bethlehem Baptist Church (Iglesia Bautista Belén) cuya madurez, sabiduría y fructificación espiritual en sus matrimonios, por ejemplo, es tan admirable que los observo y pienso en ellos a menudo. Cuando estoy luchando con lo que debo sentir y hacer en mi matrimonio, pienso en lo que ellos hacen. Creo que Pablo se refería a algo así.
Solo añadiría que es bueno también poner nuestros ojos sobre algunos santos muertos. Para eso son las biografías.
Así que, como pastores, te exhortamos a que huyas de la codicia. Derriba tus ídolos. “Considera todo como pérdida por el fin de conocer a Cristo.” Mantente en la Palabra cada día. Pero también encuentra a aquellos que viven de este modo y “obsérvalos”. Lo que verás, si miras cuidadosamente, es el poder y la belleza de Cristo. Esa escena satisfará tu alma. Y tu alma satisfecha te guardará de robar y mentir. Tu vida, entonces, hará que Dios luzca supremamente valioso.
Mirándolos a ustedes, a Pablo y a Cristo con gozo,
El Pastor John
Por John Piper. © Desiring God. Sitio en la red: desiringGod.org
“El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas; deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (Proverbios 17:14).
La enseñanza de este proverbio es que un hombre iracundo tiene todo el potencial para dar inicio a una contienda de dimensiones inesperadas, y todo por asuntos verdaderamente minúsculos en importancia.
Un pequeño e inofensivo escape en la represa puede ser el causante de grandes pérdidas humanas y cuantiosos daños materiales. Así es la ira. Todo puede parecer pequeño al principio, pero luego el hombre lamenta que nunca pensó llegar tan lejos.
¿Cuándo es el momento para corregir el escape de una represa? Si postergamos la labor de sellar ese escape para cuando el asunto sea más serio, entonces luego se hace prácticamente imposible de refrenar. Hay que arreglar el problema en sus inicios. De la misma manera, el tiempo para detener un conflicto es antes que la contienda tome su curso.
Cualquiera puede dar inicio a un problema; algunos pueden formar parte de su solución; pero pocos saben evitar que comience. Estos últimos son dignos de gran honra y alabanza. “Honra es del hombre dejar la contienda; mas todo insensato se envolverá en ella” (Prov. 20:3).
El punto de la comparación radica en las trágicas consecuencias de ambas cosas. Las muchas aguas y la ira contenciosa producirán grandes estragos. Todo ocurre tan rápido, pero la devastación perdura por mucho tiempo. En ocasiones hay amistades que quedan quebrantadas para siempre a causa de una pequeña insensatez. Todo pudo comenzar con una palabra hiriente, la cual a su vez produjo otra más cortante y más aguda, hasta producir una brecha amplia y difícil de cruzar.
Hay que tener ojos para ver las gigantescas dimensiones que pueden tener las consecuencias de asuntos que al principio parecen pequeños.
“Lo que comienza como un comentario mordaz pronto se convierte en una acusación incisiva. Esa acusación, alimentada por el orgullo, rápidamente se torna en discusión. La discusión da lugar a la ira cortante. La ira separa las relaciones personales, quebranta amistades, divide iglesias y produce hogares fríos” (John Kitchen, Proverbs, p.380).
Es necesario detener las contenciones en sus inicios. Si no lo hacemos así, pronto la situación se nos escapará de las manos.
David nos dejó un gran ejemplo de esto en 1 Samuel 17:28-30. Su hermano Eliab inició lo que podía ser una discusión acalorada en un momento de dificultad. Pero para que la ignición se produzca se necesitan dos, y David no estuvo dispuesto a apoyarle en sus intentos. Podemos ver, sin embargo, cómo el verdadero enemigo puede perderse de vista por las pequeñas cosas del momento. David sabía que el enemigo era Goliat, no su hermano.[1]
“Los hombres no son otra cosa que niños grandes. Ocurre que toma nota de una simple palabra, el movimiento de un dedo, la mirada de un ojo, e interpretándolo con cierto significado, se resiente. La medida de la venganza es desde luego excesiva, la cual a su vez provoca una respuesta; el pleito comenzó; el distanciamiento aumenta; la alienación irreconciliable continua ¡y se extiende de los individuos a las familias, a las vecindades y a las comunidades!” (Ralph Wardlaw, 2:142).
Y esto tiene una importante aplicación en la vida de cualquier iglesia. El mismo Wardlaw es quien nos dice:
“En ningún lugar es esta máxima o consejo más apropiado o más fuertemente aplicable, que en las iglesias de Cristo. La contención de dos individuos puede pronto involucrar a toda la iglesia. Que cada quien, por tanto, sienta el deber del dominio propio. Si una palabra ha salido de sus labios, que tenga cuidado que no salga una segunda; porque una segunda llevará a una tercera, y una tercera aun más ciertamente a una cuarta. Aquel que es capaz de devolver las amarguras con dulzura, será reconocido por su divino Maestro” (ibid., p.143).
Hoy mismo puedes ser un instrumento de discordia o de concordia, un contencioso o un pacificador. ¿Qué decides ser? Escoge el camino de la sabiduría, pues su final es mejor que el de la insensatez.
[1] Ver también su ejemplo en el Salmo 38:12-14.
“Alguien está hoy sentado bajo la sombra porque hace mucho tiempo alguien sembró un árbol.”
— Warren Buffett
Lo relacionamos con las 95 tesis que en 1517 comenzaron una transformación de dimensiones históricas. Lo relacionamos con la traducción que permitió al pueblo alemán leer la Palabra de Dios en su propio idioma. Lo relacionamos con el monje agustino que enfrentó el poder del papado como ningún otro en Europa. Con lo que no se hace justicia es con el aporte que hizo Martín Lutero al pueblo de Dios con sus himnos. Su música se convirtió en una verdadera fuerza para la reforma. La letra de sus himnos le abrió las puertas a muchas de sus enseñanzas en los corazones de los hombres. Ya no era únicamente el coro; ahora toda la congregación, incluyendo a las mujeres, podía cantar a su Señor. Uno de sus opositores llegó a expresar que los himnos de Lutero mataron más almas que sus sermones.
Martín Lutero nació en Eisleben, en Sajonia, en 1483. A los trece años fue a Eisenach a estudiar, y para poder pagar la escuela llegó a cantar en las calles de Eisenach, para lo cual iba de casa en casa ofreciendo sus canciones. Fue así que Ursula Cotta y su esposo, al ver su amor por la música, le invitan a vivir con ellos durante la duración de sus estudios. Ella le enseñó a tocar el laúd y la flauta, lo cual incrementó su pasión por el canto y la música.
Luego pasó a estudiar leyes, y cierto día que caminaba junto a un compañero de estudios, un rayo fulminó a su amigo. En medio de la tormenta, Lutero prometió a Dios servirle si preservaba su vida. Fue así que unas semanas más tarde intró a un monasterio en Erfurt. Pero en lugar de encontrar la paz con Dios, se veía a sí mismo cada vez más miserable y lejos de Dios. Comenzó a estudiar la Biblia diligentemente, llegando a aprender hebreo y griego para leerla en sus idiomas originales. Pasaron diez años desde que comenzó a leer la Biblia hasta que dio los primeros pasos para reformar la iglesia; sólo después de comprender que Dios justifica al impío solamente por medio de la fe en el Señor Jesucristo.
Lutero se opuso a la venta de indulgencias con que el papado quería obtener recursos para sus proyectos en Roma, llegando al punto de clavar sus 95 tesis en las puertas de la iglesia en Wittenberg. Para él, el papa no tenía ninguna autoridad para perdonar pecados, y por lo tanto no debía involucrarse en la venta de indulgencias. Ahí comenzó la gran batalla. No era una lucha entre Lutero y la iglesia católica, sino entre la Palabra de Dios y la tradición.
Fue llamado a dar cuenta de sus escritos ante las autoridades católicas y el Emperador Carlos V en la dieta de Worms. Asistió valientemente, y como buen cristiano permaneció inconmovible del lado de las Escrituras, sin retractarse de las verdades salvadoras que halló en ellas. Durante su regreso a Wittenberg, el Duque de Sajonia lo “secuestró” hasta su Castillo en Wartburg para ponerle lejos del alcance de sus enemigos. Vivió allí por un año; y siendo que él encontró la paz de Dios en las Escrituras, su deseo ahora era que sus compatriotas pudieran hacer lo mismo leyendo la Biblia en su propia lengua, por lo cual se dedicó a su traducción al alemán. Terminó esa labor con la asistencia de Melanchton en 1522.
Tres años después de la Dieta de Worms, Lutero dejó sus hábitos religiosos, y se casó con Catalina von Bora, una monja que había dejado su convento. Continuó su obra de servicio a Dios escribiendo, predicando y guiando al pueblo de Dios. Lo cual pudo hacer en relativa paz en Wittenberg hasta su muerte en 1546.
Una de las cosas que habían estado fuera del alcance del pueblo desde el siglo VI era el cántico congregacional. Para Lutero cada creyente era un sacerdote con pleno acceso a la presencia de Dios, y capaz por ende de ofrecer cánticos y oraciones directamente a su Señor. Procuró poner algunos salmos en un lenguaje que fuera de fácil comprensión para los creyentes cantar. Era una forma de mantener viva la Palabra en el corazón de los hermanos. Lutero llegó a expresar: “El diablo aborrece la música porque no puede soportar la alegría. Satanás puede sonreír, pero no puede reír; puede mostrar una risa de desprecio, pero no puede cantar.”
“A Lutero pertenece el extraordinario mérito de haber dado la Biblia al pueblo alemán en su propio idioma (una obra maestra de traducción), el catecismo y el himnario, de modo que Dios pudiera hablarles directamente en su Palabra, y ellos pudieran responderle directamente con sus canciones” (Philip Schaff).
Su himno mejor conocido es Castillo Fuerte, una paráfrasis del Salmo 46, llamado “la Marsellesa de la Reforma”.
¿Cuánto fue escrito? “Probablemente Martín Lutero lo escribió para el tiempo cuando los líderes evangélicos estaban entregando su protesta contra el ataque hacia sus libertades en la Dieta de Speyer. E incidentalmente, el significado de la palabra protestante se derivó sin dudas de ese encuentro en el que estos líderes entregaron su protesta” (William & Ardythe Petersen, The Complete Book of Hymns, p. 370). Querían mantenerse inconmovibles de la postura de servir a Dios conforme a su Palabra y no conforme a las tradiciones de los hombres, y con tanta oposición, esto sólo podía llevarse a cabo amparados bajo la sombra del Omnipotente.
Recibió muchas amenazas y libró intensas batallas espirituales por la causa de Jesucristo. Y para esto, su amparo no fue ningún otro que el Castillo Fuerte de su Dios.
“El eterno Dios es tu refugio” (Deut. 33:27).
“Jehová es mi roca y mi fortaleza, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio; Salvador mío; de violencia me libraste” (2 Sam. 22:2-3).
“Éstos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria (Sal. 20:7).
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza” (Sal. 46:1-3).
“La verdad es que el genio de este hombre, con la ayuda de Dios, había forjado una nueva y poderosa arma de la Fe, y las conquistas obtenidas por ella fueron incalculables. Grandes masas de personas, con los himnos y las melodías de Lutero en sus labios, se introdujeron por medio del canto en el creo de la reforma prostestante” (Elsie Houghton, Classic Christian Hymn-Writers, p.29).
Sin lugar a dudas, Martín Lutero hizo una contribución formidable para volver a colocar el cántico congregacional en su justo lugar en la adoración. Muchos otros siguieron luego sus pasos, inspirados en la obra de este gran reformador. ¡Gracias, Señor, por el aporte que tu siervo Lutero hizo a tu pueblo!
El engaño supremo de nuestro enemigo está en su intento de convencernos de que él no existe. Para lograrlo, ha lanzado su ataque contra nosotros con toda arma de su arsenal cuidadosamente preparado. Quizás su principal éxito lo constituye el persuadirnos de que ser abiertos de mente es algo bueno. Porque es precisamente cuando aceptamos la idea de que la apertura de mente es una virtud cristiana que caemos en la misma trampa diabólica en la que quedaron atrapados nuestros primeros padres. Una vez nuestras mentes se abren a la apertura de mente, todas las ideas, sin importar cuán absurdas, pueden entrar y salir a su antojo — con nuestra aprobación. Es así como nos convertimos en filósofos sin cabeza ni cerebro que sólo quieren llevarse bien con la gente. Uno de esos filósofos y auto designados teólogos escribió: “Creo que tenemos que repensar radicalmente nuestro entendimiento del lugar del cristianismo en el panorama religioso global. Y tenemos que encarar el hecho de que es un sendero entre otros, y entonces reformar nuestro sistema de creencias para que sea compatible con esto. Éste es el gran nuevo reto que los teólogos y los líderes de la iglesia tienen todavía que enfrentar. Tenemos que convertirnos conscientemente en lo que ha sido designado como pluralistas religiosos.” Éste es el mantra de los pluralistas religiosos: Libera tu mente, no te aferres a tu fe y siente el amor.
Aunque muchos evangélicos profesos se han convertido en precarias medusas evangélicas, preferiría pensar que la mayoría todavía no ha sucumbido a la clase más descarada de pluralismo religioso. No obstante, siendo el fundamentalista bíblico estrecho de mente que soy, soy un decidido estrecho de mente para cualquier cosa que no sea bíblica, y coincido con Juan Calvino: “Toda teología, cuando se separa de Cristo, no sólo es vana y confusa, sino también desquiciada, engañosa y espuria; porque, aunque algunas veces los filósofos expresan dichos excelentes, sin embargo no tienen sino aquello que es de corta vida y que se encuentra mezclado con sentimientos impíos y errados.” Como fieles cerrados de mente que pensamos con la mente de Cristo, debemos unir armas contra el pluralismo satánico de nuestros días, ya sea esto algo decretado desde el Vaticano o proclamado desde La Meca. Vivimos y respiramos únicamente por Cristo y proclamamos que sólo hay un camino para llegar a Dios. Jesús es el camino y la verdad y la vida (Juan 14:6).
Burk Parsons es editor de la revista Tabletalk y ministro de vida congregacional en Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida.
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De los Ministerios Ligonier y R.C. Sproul.
Website: www.ligonier.org/tabletalk. Email: tabletalk@ligonier.org.
Toll free: 1-800-435-4343.
"Hablar mal de otros es una forma deshonesta de alabarnos a nosotros mismos."
—Will Durant
“La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa" (Proverbios 19:11)
"Dime cuáles son las reprensiones que más marcadamente salpican las páginas de la Biblia, y te diré los pecados específicos que más fácilmente acosan a la humanidad. En ese espejo podemos observar nuestras contaminaciones y peligros. Si un vicio es reprendido con frecuencia en la Palabra de Dios, puedes estar seguro de que brota prolíficamente en la vida del hombre.
"En este libro de principios morales, la ira es un tema recurrente. La repetición no es en vano. Si el mal no abundara en la tierra, la reprensión no vendría del cielo tan a menudo. Hay mucha ira brotando en secreto en los corazones humanos, y sus arrebatos amargan grandemente las relaciones de la vida. Perturba el espíritu en el que habita, y hiere en su salida a todo el que se encuentra a su alcance. Es algo excesivamente malo y amargo" (Arnot, Studies in Proverbs, p.396).
Una vez más Proverbios nos muestra el contraste entre el dominio propio y la impaciencia. La manera en que una persona reacciona ante las críticas y los ataques es una buena medida acerca de su carácter. La sabiduría de Dios lleva al hombre a practicar la paciencia cuando normalmente manifestaría intolerancia, y a pasar por alto la ofensa cuando naturalmente dejaría ver su intransigencia y oposición.
¿Qué ayudaría al hombre a tener dominio sobre la pasión del enojo? Nos dice Salomón que la cordura es el remedio. ¿Y cómo actúa la cordura o prudencia? Detiene el avance del furor en el corazón. Sin tal freno, la ira es una pasión tan impetuosa que nos conduciría a los extremos. La prudencia nos hará la misma pregunta que le hizo el Señor a Jonás después que se enojó ante el arrepentimiento de Nínive. Recuerden que Jonás estaban tan enojado que llegó a decir que la muerte le era mejor que la vida. El Señor le dijo: “¿Haces tú bien en enojarte tanto?”
La cordura moderará nuestras reacciones. Nos contendrá de expresar un rostro de dragón, con humo y fuego, por nimiedades por las que no vale la pena protestar así. ¿Es correcto enojarme por esto? ¿Es correcto que me enoje de esa manera?
La ira es como un fuego. El fuego no es malo en sí mismo, pero si no se maneja apropiadamente puede causar daños incalculables e irreparables. Lo mismo sucede con la ira. Dios demanda de nosotros la ira piadosa cuando corresponda; pero si no es moderada por la prudencia y la cordura, su fuerza puede escapar de nuestras manos. Los niños no siempre se queman cuando tratan con el fuego; pero lo mejor es evitar, y es preferible que ni siquiera jueguen con él para evitar problemas. Nosotros somos como niños con respecto a la ira, fácilmente salimos chamuscados. Es un instrumento demasiado afilado, y es difícil utilizarlo sin cortar a nadie.
"¿Qué es la ira sino una locura temporal? Por tanto, ceder a su paroxismo, actuar bajo su impulso sin deliberación, es hacer lo que ni siquiera sabemos, lo que ciertamente demandará arrepentimiento. Es muy importante que haya un intervalo entre el origen interno y la manifestación externa de la ira. La cordura del hombre detiene su furor. Pendiente de su debilidad, se guardará de las manifestaciones indecentes de la ira, tomando tiempo para sopesar y siendo cuidadoso de no sobrecargar la ofensa. La afrenta, por ende, es la prueba de que tiene cordura o de que se es un esclavo de sus propias pasiones" (Charles Bridges, Proverbs, p.314).
El pasaje nos está diciendo algo más que dejar de airarnos ante las ofensas. Dios nos requiere que aprendamos a pasarlas por alto.
El hombre airado está sediento de venganza y quiere saciar esa sed a como dé lugar. No puede permanecer tranquilo y mantener su compostura. Piensa que tiene que hacer algo; no puede quedarse callado. Pero no es así. Está equivocado. En muchas circunstancias (quizás en más de las que nos imaginamos) lo mejor y lo más correcto es pasar por alto la ofensa.
¿Cómo nos enseñó el Señor a orar? “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores… Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mat.6:12, 14-15).
El espíritu perdonador del que se habla aquí abarca aquellas cosas que deben ser cubiertas con un manto de amor. ¿Cuántas cosas no cometemos nosotros contra otros que son toleradas, perdonadas y pasadas por alto? ¿Cuántas cosas no cometemos contra Dios? Y sin embargo nos perdona. ¿Por qué, entonces, esa malvada actitud tan inmisericorde de nuestros corazones? No tiene sentido.
Enfurecernos y aplastar a todo el que hace algo contra nosotros contradice directamente las palabras de Mateo 5:44: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.”
También debemos prestar atención a Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”; y a las palabras también de Pablo en Colosenses: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col.3:13).
Una evaluación personal correcta nos ayudará a no ofendernos por cada pequeño insulto. El espíritu intolerante y no perdonador no se corresponde con la realidad de criaturas que han sido perdonadas.
He aquí un área en la que podemos saber si somos sabios o insensatos, o cuánta sabiduría e insensatez habita en nuestro corazón. Si eres un insensato, seguirás las máximas de los insensatos; entre las cuales se encuentra el principio de que un hombre que se da a respetar no permite ningún tipo de afrenta. Si eres sabio, las pasiones no van a gobernar tu corazón; y aun cuando sean fuertes las insurrecciones de la ira, éstas serán mantenidas bajo control.
El hombre verdaderamente sabio exhibe paciencia y la disposición a pasar por alto las ofensas.
Proverbios nos habla del peligro de las malas compañías (1:10‑19). Aquí aplica el tema al caso de la persona iracunda. No habla de personas que ocasionalmente votan un poco de vapor; son máquinas de vapor. La ira es su forma de vida.
¿Cómo sería la amistad con una persona iracunda? Siempre existiría la aprehensión de que podemos decir o hacer algo que inflame las chispas que hay en su corazón. En ese sentido, la libertad y apertura que son imprescindibles para el desarrollo y mantenimiento de una amistad edificante estarían ausentes. Tendríamos miedo de decir algo que encienda la mecha del barril de pólvora. Podría explotar en cualquier momento.
Por esto muchos tienen primero que observar el estado de ánimo con el que llega una persona a determinado lugar de reunión, porque dependiendo de eso podrán hablar sin el temor de ser vilipendiados verbalmente. Es insufrible estar cerca de una persona así—siempre con el riesgo de hacer brotar el furor y la cólera. No obstante, ésa es la realidad que se vive en muchos hogares. Esposas abusadas y niños asustados esperan inquietos la llegada del hombre que se convierte en ogro.
Sin embargo, el punto de este proverbio radica en el poder de influencia que posee dicho carácter. No es posible vivir cerca de una persona así sin que se reproduzcan sus actitudes, vocabulario y reacciones. Primero se escucha a los padres denigrar, insultar y vilipendiar. El tiempo pasa, y luego se escucha a los hijos hacer lo mismo. Podemos aborrecer ese rasgo de carácter en otros, pero la familiaridad con el iracundo puede minimizar el problema e introducirse imperceptiblemente en nuestro propio sistema. “No sea que aprendas sus maneras.”
'Un hombre iracundo puede tener otras cualidades muy interesantes y atractivas. Y en proporción a nuestra admiración y amor a la persona por estas cosas, así será el peligro de que pensemos menos mal de su defecto, y de que lo mitiguemos y le sonriamos. Y no hay poca verdad en el dicho de que somos como nuestros amigos e íntimos, o pronto lo seremos. Pero más aún. Las acciones vehementes y abruptas del hombre de grandes pasiones siempre tenderán a inquietar y a irritar nuestros espíritus, formando así un hábito de semejanza por la misma reacción en nosotros mismos a su temperamento impetuoso y apresurado. Y de ese modo, de ser agradables y simpáticos, gradualmente nos convertimos en lo contrario' (Wardlaw, Proverbs, 3:63-64).
La realidad es clara: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Cor.15:33). “El justo sirve de guía a su prójimo; mas el camino de los impíos les hace errar” (Prov.12:26). “Vete de delante del hombre necio, porque en él no hallarás labios de ciencia” (14:7).
Hay una vulnerabilidad en nosotros que no siempre somos capaces de ver y reconocer. Es más fácil para el hombre aprender el pecado que la justicia. Es así como los grandes héroes de nuestros días pueden ser representaciones muy vívidas del hombre iracundo, y sin embargo la gente quiere ser como ellos y les alaban. El pecado es contagioso. Lo vemos en otros; aprendemos a tolerarlo; luego lo practicamos.
Como padres no siempre tenemos que ir muy lejos para descubrir de quién han estado nuestros hijos aprendiendo cosas. Tristemente tenemos que admitir que vemos en ellos rasgos nuestros que preferiríamos nunca haber visto.
Este pasaje es una advertencia evidente acerca del cuidado que debemos tener a la hora de elegir nuestros amigos, porque ellos afectan INEVITABLEMENTE nuestro carácter. Del mismo modo, los padres tienen aquí un fuerte apoyo para estar más que preocupados por las amistades de sus hijos.
“…Y tomes lazo para tu alma.” El riesgo es adquirir un hábito que tiene incidencia en todos los aspectos de la vida y que puede continuar con una persona hasta la muerte. Debemos estar más alertas, identificar el problema y tomar las medidas necesarias con el fin de cuidar nuestras almas y las almas de nuestros hijos. Es mejor prestar atención a la advertencia que tener que lamentar la infección de este mal y sus posibles consecuencias.
He aquí algunos textos que nos indican que debemos prestar más atención al corazón que a los elementos externos de la religión. Hacer las cosas que un cristiano hace no es suficiente, si no somos en el corazón lo que un cristiano está supuesto a ser.
"Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros" (1 Sam. 15:22).
"El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová; Mas la oración de los rectos es su gozo" (Prov. 15:8).
"¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos" (Isaías 1:11).
"¿Para qué a mí este incienso de Sabá, y la buena caña olorosa de tierra lejana? Vuestros holocaustos no son aceptables, ni vuestros sacrificios me agradan" (Jer. 6:20).
"Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados" (Amós 5:21-22).
"¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?" (Miq. 6:7).
“Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (16:32).
“El corazón es el campo de batalla. Todas sus pasiones malignas y poderosas son enemigos mortales. Deben ser enfrentados y vencidos con la fuerza de Dios” (Charles Bridges). Hay guerreros cuyas victorias no aparecen en los anales de la historia. De Alejandro Magno y Napoleón todos conocen. Pero, ¿y qué de los que se enfrentan a los deseos carnales que batallan contra el alma? Los libros de Dios registran sus victorias. Mejor es el que tiene victoria contra el pecado de la impaciencia y la irritabilidad que el conquistador de pueblos y naciones. El sistema de valores de Dios es distinto al nuestro. Ser fuerte es bueno, pero ser lento para la ira es mejor aún. Poder tomar una ciudad es un acto heroico, pero enseñorearse del espíritu es un acto más heroico aún. Alguien lo expresa muy bien cuando dice que el tomar una ciudad es juego de niños comparado con esta lucha contra carne y sangre; aquello es asunto de un día, mientras que vencer la ira es conflicto que dura toda la vida. Delante de los ojos de Dios, la victoria de David al refrenarse a sí mismo fue mucho mayor que la que hubiera obtenido de arremeter contra la casa de Nabal (1 Sam.25:33). Ser humilde tiene más mérito que ser un conquistador.
Lo que nuestra generación tiene por sublime, delante de Dios es una abominación. El espíritu iracundo realmente no es una fortaleza, es una gran debilidad. En cambio, el que ejerce dominio propio es visto por Dios como alguien maduro y completo: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Sant.3:2). Seguir la tendencia y la inclinación de nuestra naturaleza no demanda esfuerzo; pero dominar nuestras pasiones para no vengarnos de nuestros enemigos, sino mas bien hacerles bien y orar por ellos, ¡eso sí que es virtud!
El dominio y control de nuestras facultades emocionales es lo que nos permitirá ser el tipo de persona que trae la calma en una situación de crisis.
Controlar el temperamento y la ira es más difícil para unos que para otros. Tenemos diferentes constituciones. Pero todos debemos ejercer dominio y señorío en este aspecto tan importante de nuestras vidas. Podríamos ser capaces de capturar ciudades, pero tal cosa no se compararía con nuestra capacidad de practicar el dominio propio. Muchos hombres de la historia se hicieron famosos por las grandes batallas que ganaron contra otros pueblos. Pero se hicieron más famosos todavía por los excesos que cometieron con sus incontrolables manifestaciones y explosiones de ira.
Hay virtudes que son vitales para el desenvolvimiento de nuestra vida aquí en la tierra. En el cielo no habrá conflictos ni fricciones. Es aquí que necesitamos ser pacientes. Es aquí que necesitamos soportarnos y perdonarnos unos a otros. Es aquí que la tolerancia cumple su función. Y lo mismo podemos decir de la mansedumbre y el dominio propio. Son virtudes que entran en acción cuando experimentamos provocación y ataque.
Tres consejos con respecto al señorío de nuestros espíritus y el control de la ira:
1. Conócete a ti mismo. Prepárate de antemano si sabes que estarás en lugares y situaciones que en el pasado han provocado tu enojo. ¿Es el tránsito? Ora a Dios de antemano. Medita en un plan de acción. ¿Te ayuda orar y cantar mientras conduces? Estar consciente de la presencia de Dios puede ser la diferencia. Saldrás a territorio enemigo… ¿estás preparado?
2. Aprende de los mansos y humildes. Cristo dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Ante el peligro de absorber la mala influencia de los iracundos (Prov. 22:24-25), debemos practicar más conscientemente la exhortación del apóstol Pablo en Romanos 12 de asociarnos con los humildes (Rom. 12:16).
3. Así como aquí en Proverbios vemos a un padre entrenando a su hijo para la vida, ayuda a tus hijos en el cultivo del dominio de sus emociones. Es como aplicar medicina preventiva (Prov. 20:30), evitarles innumerables problemas en el mañana, cuando las consecuencias son mucho más serias.
Finalmente, este proverbio nos da esperanza: la ira es gobernable—se puede.