“Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (16:32).
“El corazón es el campo de batalla. Todas sus pasiones malignas y poderosas son enemigos mortales. Deben ser enfrentados y vencidos con la fuerza de Dios” (Charles Bridges). Hay guerreros cuyas victorias no aparecen en los anales de la historia. De Alejandro Magno y Napoleón todos conocen. Pero, ¿y qué de los que se enfrentan a los deseos carnales que batallan contra el alma? Los libros de Dios registran sus victorias. Mejor es el que tiene victoria contra el pecado de la impaciencia y la irritabilidad que el conquistador de pueblos y naciones. El sistema de valores de Dios es distinto al nuestro. Ser fuerte es bueno, pero ser lento para la ira es mejor aún. Poder tomar una ciudad es un acto heroico, pero enseñorearse del espíritu es un acto más heroico aún. Alguien lo expresa muy bien cuando dice que el tomar una ciudad es juego de niños comparado con esta lucha contra carne y sangre; aquello es asunto de un día, mientras que vencer la ira es conflicto que dura toda la vida. Delante de los ojos de Dios, la victoria de David al refrenarse a sí mismo fue mucho mayor que la que hubiera obtenido de arremeter contra la casa de Nabal (1 Sam.25:33). Ser humilde tiene más mérito que ser un conquistador.
Lo que nuestra generación tiene por sublime, delante de Dios es una abominación. El espíritu iracundo realmente no es una fortaleza, es una gran debilidad. En cambio, el que ejerce dominio propio es visto por Dios como alguien maduro y completo: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Sant.3:2). Seguir la tendencia y la inclinación de nuestra naturaleza no demanda esfuerzo; pero dominar nuestras pasiones para no vengarnos de nuestros enemigos, sino mas bien hacerles bien y orar por ellos, ¡eso sí que es virtud!
El dominio y control de nuestras facultades emocionales es lo que nos permitirá ser el tipo de persona que trae la calma en una situación de crisis.
Controlar el temperamento y la ira es más difícil para unos que para otros. Tenemos diferentes constituciones. Pero todos debemos ejercer dominio y señorío en este aspecto tan importante de nuestras vidas. Podríamos ser capaces de capturar ciudades, pero tal cosa no se compararía con nuestra capacidad de practicar el dominio propio. Muchos hombres de la historia se hicieron famosos por las grandes batallas que ganaron contra otros pueblos. Pero se hicieron más famosos todavía por los excesos que cometieron con sus incontrolables manifestaciones y explosiones de ira.
Hay virtudes que son vitales para el desenvolvimiento de nuestra vida aquí en la tierra. En el cielo no habrá conflictos ni fricciones. Es aquí que necesitamos ser pacientes. Es aquí que necesitamos soportarnos y perdonarnos unos a otros. Es aquí que la tolerancia cumple su función. Y lo mismo podemos decir de la mansedumbre y el dominio propio. Son virtudes que entran en acción cuando experimentamos provocación y ataque.
Tres consejos con respecto al señorío de nuestros espíritus y el control de la ira:
1. Conócete a ti mismo. Prepárate de antemano si sabes que estarás en lugares y situaciones que en el pasado han provocado tu enojo. ¿Es el tránsito? Ora a Dios de antemano. Medita en un plan de acción. ¿Te ayuda orar y cantar mientras conduces? Estar consciente de la presencia de Dios puede ser la diferencia. Saldrás a territorio enemigo… ¿estás preparado?
2. Aprende de los mansos y humildes. Cristo dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Ante el peligro de absorber la mala influencia de los iracundos (Prov. 22:24-25), debemos practicar más conscientemente la exhortación del apóstol Pablo en Romanos 12 de asociarnos con los humildes (Rom. 12:16).
3. Así como aquí en Proverbios vemos a un padre entrenando a su hijo para la vida, ayuda a tus hijos en el cultivo del dominio de sus emociones. Es como aplicar medicina preventiva (Prov. 20:30), evitarles innumerables problemas en el mañana, cuando las consecuencias son mucho más serias.
Finalmente, este proverbio nos da esperanza: la ira es gobernable—se puede.
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