martes, 21 de octubre de 2014

Oportunidad de comentarios en especial

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sábado, 11 de octubre de 2014

Oración de EL VALLE DE LA VISIÓN*

“Tú que escudriñas los corazones,
Éste ha sido un buen día porque me has mostrado un vistazo de mí mismo;
El pecado es mi mayor mal,
pero Tú eres mi mayor bien;
Tengo razones para aborrecerme,
para no buscar honra personal,
porque nadie desea recomendar su propio estercolero.
Mi país, mi familia, mi iglesia
están peor a causa de mis pecados,
porque los pecadores acarrean juicio al pensar
que sus pecados son pequeños,
o que Dios no está airado con ellos.

*Tomado de la oración SELF-KNOWLEDGE, p. 122, de la edición en piel.

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viernes, 10 de octubre de 2014

Acab: el peligro de la religión que te hace sentir bien

por Roger Ellsworth*

[1 Reyes 22:1-8,13-14]
 
Acab, el rey de Israel, había determinado tomar la ciudad de Ramot de Galaad de mano de los sirios. Tenía el temor de no ser lo suficientemente fuerte como para lograrlo por sí mismo, por lo que decidió recurrir a la ayuda de Josafat, rey de Judá. Josafat estuvo de acuerdo en ayudar bajo la condición de que Acab buscara primero la voluntad de Dios sobre el asunto.
La solicitud de Josafat no representaba ningún problema para Acab. Tenía a su disposición toda una multitud de profetas que estaban ansiosos por decir lo que él quería. Si necesitaba una luz verde de parte de Dios con respecto a algo, todo lo que tenía que hacer era traer a estos profetas, y todos se asegurarían de que sus planes fueran agradables a Dios.
Así que cuando Josafat le pidió que buscara conocer la voluntad de Dios con respecto a sus planes, Acab llamó a cuatrocientos profetas y les preguntó: ‘¿Iré a la guerra contra Ramot de Galaad, o la dejaré?’ Sin la menor vacilación todos los profetas expresaron a coro y con prontitud: ‘Sube, porque Jehová la entregará en mano del rey’ (1 Reyes 22:6). 
Josafat no estaba impresionado. Era un hombre profundamente espiritual y no estaba interesado en lo que un montón de profetas títeres de la corte tenía que decir. Prefería escuchar la opinión de un hombre que hubiera tenido contacto con el Dios vivo, uno que no sólo conociera la mente de Dios, sino que también lo proclamara sin temor. Así que cuando los cuatrocientos profetas terminaron su frenesí por decir lo que Acab quería que ellos dijeran, Josafat preguntó: ‘¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová, por el cual consultemos?’ (v. 7).

Acab anuncia su estándar para los profetas

La respuesta de Acab a esa simple pregunta lo dijo todo: “Aún hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová, Micaías hijo de Imla; mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal’ (v. 8). 
No hay ningún misterio con relación a lo que Acab estaba diciendo aquí. No quería traer a Micaías, ese profeta solitario, porque él sabía que iba a decir algo negativo y perturbador, algo que el rey no quería oír. En otras palabras, Acab no estaba interesado en la verdad. Su interés estaba en sentirse bien. Lo que diciendo en esencia era: ‘yo decido lo que es verdad por la forma en que me hace sentir’.
Josafat, por su lado, no estaba preocupado en lo más mínimo con respecto a cómo Miqueas haría sentir a Acab. Estaba interesado en saber si ¡volverían de Ramot de Galaad en una sola pieza! Él insistió, por tanto, en que Acab hiciera traer a ese profeta despreciado y escuchar lo que tenía que decir. Acab aceptó de mala gana y envió a un oficial para que trajera a Micaías. Este oficial determinó asegurarse de que Micaías no dijera nada inquietante o perturbador al rey. Fue así que, cuando localizó al profeta, le dijo: ‘He aquí que las palabras de los profetas a una voz anuncian al rey cosas buenas; sea ahora tu palabra conforme a la palabra de alguno de ellos, y anuncia también buen éxito’ (v. 13). 

Micaías es informado acerca del estándar de Acab

El oficial fue educado y respetuoso con Micaías, pero su mensaje fue claro. Si lo ponemos en términos con los que estamos familiarizados, equivale a esto: «Por favor, Micaías, al menos por una ocasión, no hagas olas con esto. Todo el mundo está de acuerdo en que el rey debe emprender esta misión, y todo lo que queremos que hagas es dejarte llevar por la multitud y contribuir con que la respuesta sea unánime».
La respuesta de Micaías llevaba consigo tanto el retumbar de los truenos como el chasquido de un rayo: ‘Vive Jehová, que lo que Jehová me hablare, eso diré’ (v. 14). En otras palabras, Miqueas insistió en que la verdad no era una nariz de cera que podía ser torcida para tomar la forma que Acab quería. Existía tal cosa como la verdad absoluta, le guste o no a Acab.
Después de ese pequeño intercambio, Micaías fue a ver al rey. Él y Acab no intercambiaron ningún cumplido. No hablaron sobre el estado del tiempo, ni preguntaron cómo estaban sus familias. Acab fue directo al grano: ‘Micaías, ¿iremos a pelear contra Ramot de Galaad, o la dejaremos?’ (v. 15).
Al principio nos desconcierta la respuesta de Micaías. Esperamos que responda con un rotundo y firme ‘¡No!’ De manera sorprendente, se alínea con los demás y dice lo que todos los otros profetas habían estado diciendo: ’Sube y serás prosperado, y Jehová la entregará en mano del rey’ (v. 15). ¿Por qué diría algo así? ¿Por qué había hecho tanto escándalo con respecto a hablar sólo la palabra del Señor y luego repetir dócilmente el guión de lo políticamente correcto? Lo que Micaías estaba diciendo a Acab en esencia era: ‘Bien, si lo que deseas es escuchar lo que te hace sentir bien, te diré lo que te hace sentir bien’. ¡No siempre es una bendición que Dios nos dé lo que queremos! 

Micaías ignora el estándar de Acab 

Sin embargo, Acab no se había tomado la molestia de hacer traer a Micaías simplemente para oírle repetir como un loro lo que los demás profetas habían dicho; razón por la cual insistió en que comunicara el verdadero mensaje de Dios. No. Acab no había experimentado un cambio de corazón ni estaba interesado en la verdad de Dios. Simplemente quería confirmar a Josafat que Micaías era justo lo que él le había declarado —un hombre que nunca tenía nada bueno que decir. Es por eso que, después que Miqueas habló la palabra de Dios, a saber, que Israel sería derrotado y que Acab moriría en la batalla, Acab no cambió sus planes ni un ápice, sino que simplemente dijo: ‘¿No te lo había yo dicho? Ninguna cosa buena profetizará él acerca de mí, sino solamente el mal (v. 18).

Acab ignora el mensaje de Micaías

Acab ignoró por completo el mensaje sombrío de Micaías y se abrió paso directamente hacia su perdición. Quizás se consoló con el hecho de que cuatrocientos profetas habían sido favorables y sólo uno no. Cuatrocientos a uno —¡no son malas probabilidades! Pero a pesar de que Micaías fue superado en número, su profecía se cumplió. Israel fue derrotado y Acab murió, tal como había dicho (vv. 29-40).
¡Pobre, ciego Acab! Pensó que el problema era con Micaías, que Micaías era un hombre que simplemente disfrutaba siendo negativo y severo. Acab nunca cayó en cuenta de que Micaías sólo  estaba expresando fielmente la verdad de Dios. Micaías no tenía ningún deseo de ser duro o cruel con Acab. Por el contrario, el mensaje de Micaías procuraba el bien último de Acab. Si hubiera escuchado el mensaje de Micaías, Acab hubiera podido evitar el desastre que estaba a punto de caer sobre él y la nación, o al menos se hubiera preparado para su encuentro con Dios. Pero dado que pensaba que Micaías era sólo un hombre negativo con un mensaje difícil y que podía elegir creer el mensaje que lo hacía sentirse bien, terminó perdiéndolo todo. 

Otros ejemplos de la mentalidad de Acab

Hay muchos otros ejemplos en la Biblia de personas que hicieron exactamente lo mismo que Acab e ignoraron la palabra de Dios porque les estorbaba y no les hacían sentirse bien. La gente de la época de Samuel querían ser como todas las demás naciones y tener su propio rey. Hicieron caso omiso a la voluntad claramente expresada de Dios y escogieron a Saúl. Eso hizo que todos ellos se sintieran muy bien por un tiempo, pero a largo plazo fue una elección que trajo gran dolor a su nación (1 Sam. 8).
Luego nos encontramos con el pequeño remanente de personas que se quedaron en Judá después de que los babilonios se llevaron la mayor parte de la población en cautiverio. Este remanente se acercó al profeta Jeremías a preguntar si era la voluntad de Dios que ellos a Egipto. Jeremías respondió enfáticamente que era la voluntad de Dios que permanecieran en la tierra de Judá. Sin embargo, esto no era lo que la gente quería escuchar. Les molestó y les perturbó, y dijeron a Jeremías: ‘La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca’ (Jeremías 44:16-17).
La idea de dejar atrás la ruina y la devastación de Judá e ir a Egipto hizo que estas personas se sintieran bien por un tiempo. Es posible que hayan hecho el viaje hasta allí con mucha hilaridad y frivolidad. Lo que no sabían era que estaban marchando hacia lo mismo que habían dejado atrás en Judá. Muchos de ellos hallaron en Egipto la muerte que habían logrado evitar en Judá (Jeremías 44:24-30).

La tentación continua de la religión que te hace sentir bien

La triste saga de personas que quieren sentirse bien y que se niegan a escuchar cualquier cosa que los haga sentir mal continúa hasta este mismo día y hora. El mensaje del cristianismo tiene muchos aspectos duros e inquietantes. Nos dice que todos somos pecadores, y que un día compareceremos delante de un Dios santo y justo, y que daremos cuenta de nosotros mismos ante Él. Nos dice además que si comparecemos en nuestros pecados ante este Dios santo, nos enviará a la destrucción eterna. Estas no son las enseñanzas que nos hacen saltar por los aires con alegría y expectación. Debido a que son enseñanzas que inquietan, muchos simplemente ignoran el mensaje y buscan otro que sea más de su agrado, negándose obstinadamente a aceptar la idea de que existe tal cosa como la verdad absoluta. ¿Cómo deciden qué es verdad y qué no lo es? Un gran número de ellos dicen junto a Acab: ‘¡Yo decido lo que es verdad por la forma en que me hace sentir!’
No hay escasez de predicadores e iglesias que, al ver el deseo de la gente por un mensaje que les haga sentirse bien, están ansiosos por suministrárselo. Una denominación llevó a cabo una campaña nacional para atraer a nuevos miembros a través de este lema: ‘En lugar de encajar con una religión, encontré una religión que encaja conmigo’. Suena a un eco de lo que decía Acab: ‘Si me hace sentir deprimido, no tengo que escuchar a Micaías’. 
Nunca se nos ocurriría emplear tal razonamiento con nuestra salud física. Si tu médico te dijera que tienes una enfermedad mortal que debe ser tratada, no considerarías acusarle de ser negativo y duro. Pensarías que el doctor estaba tomando en cuenta tu propio bienestar, y aceptarías el diagnóstico negativo con el fin de asegurar el resultado positivo de una buena salud. Por otro lado, no pensarías ir a un médico que tuviera la reputación de decirle a la gente lo que ellos quieren escuchar mientras alguna enfermedad hace estragos en sus cuerpos. Cuando se trata de nuestra salud física, queremos la verdad aunque duela. 
Debemos tener el mismo enfoque con respecto a nuestra salud espiritual. Como hemos visto, el cristianismo tiene un diagnóstico muy negativo de nuestra condición espiritual, pero, gracias a Dios, ese diagnóstico tiene el propósito de producir un resultado positivo. Sí, la Biblia nos habla de nuestros pecados y del juicio de Dios venidero, pero también nos dice que hay una cura para nuestros pecados en la vida perfecta y la muerte expiatoria de Jesucristo. Hasta que no nos enfrentamos a las verdades negativas sobre nosotros mismos,  nunca seremos capaces de aceptar las verdades positivas acerca del Salvador todo suficiente, Jesucristo.
La religión que te hace sentir bien está corriendo a borbotones hoy. La pregunta que todos debemos hacernos con toda franqueza es ésta: ‘¿Qué valor hay en una religión que dice lo que quiero escuchar si termino perdiendo mi alma eterna?’


* Traducido al español y publicado en EL SONIDO DE LA VERDAD con el permiso del autor. El contenido es un capítulo de su libro “How to Live in a Dangerous World.”