martes, 28 de febrero de 2017

Los siete pecados ‘mortales’ (4)

Habiendo respondido ya cuatro interrogantes con respecto a los pecados capitales en las primeras 3 entregas sobre el tema, queremos plantear ahora una pregunta clave y crucial:


V. ¿Qué podemos y debemos hacer con respecto a tales pecados?

Pudiéramos hablar ampliamente sobre estrategias y recomendaciones para lidiar con estos pecados, pero por razones de espacio y brevedad nos limitaremos a tres.


(1) Debemos arrepentirnos de estos pecados.


El arrepentimiento debiera ser tan común como el pecado, pero tristemente no es así. En otras palabras, no somos tan sensibles al pecado como debiéramos serlo. Lo ideal es que hubiera arrepentimiento por cada pecado cometido. Tenemos que admitir, sin embargo, que hacemos, decimos y pensamos muchas cosas que nunca llegamos a confesar individualmente, sino que quedan incluidos en confesiones generales de la maldad y corrupción de nuestros corazones. Hay muchos pecados que nos son ocultos (Sal. 19:12), pero el salmista no es insensible a esa realidad y la lamenta en la presencia de Dios. Los siete pecados capitales no son los únicos pecados, como ya hemos argumentado, pero sí sirven como evidencia abrumadora de nuestra pecaminosidad y culpabilidad ante la ley divina. Que nadie clame inocencia ante el Santísimo. El camino hacia la salvación se inicia precisamente con un reconocimiento de que hemos pecado contra Dios (Sal. 51:4). Nadie puede reclamar vida eterna sin conocer lo que es la convicción de pecado y el arrepentimiento. Las palabras de Spurgeon son ciertas.
“Debes renunciar a tus pecados o debes renunciar a toda esperanza de que irás al cielo” (Charles Spurgeon).
El problema no está en otros. El problema no está en el mundo. El verdadero problema está más cerca de lo que imaginas.

¿Han oído hablar del queso Limburger? Está clasificado entre los quesos de olor fuerte. El olor de este queso es producido por una bacteria que también se encuentra en la piel humana y que es responsable en parte del olor corporal. En una ocasión, los miembros de un círculo estudiantil pusieron sigilosamente queso Limburger en los bigotes de un estudiante mientras dormía. Cuando despertó, exclamó: “¡Esta habitación apesta!” Se movió al pasillo y volvió a exclamar: “¡Este pasillo apesta!” Caminó luego hacia la sala, donde una vez más dijo: “¡Esta sala apesta!” Turbado al no conocer la procedencia del olor, salió del edificio y exclamó una vez más: “¡Todo el mundo apesta!”

Siempre será más fácil culpar a los demás o a las circunstancias que admitir nuestra culpa. El problema no está allá afuera. Está en nuestro propio corazón.
Mateo 15.19 (LBLA) — Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias.
Santiago 4.1 (LBLA) — ¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros miembros?
La solución no es la negación, sino la admisión. Hay remedio, pero primero tenemos que vomitar el veneno que nos daña. Dios quiere ver un espíritu penitente y un corazón quebrantado en los pecadores, no la dureza de un alma obstinada que para todo tiene una excusa.
Salmo 51.3 (LBLA) — Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí.
Salmo 51.17 (LBLA) — Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás.
Salmo 32.5 (LBLA) — Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y tú perdonaste la culpa de mi pecado.
Un examen honesto ante el espejo de los siete pecados ‘mortales’ nos hace conscientes de cuán culpables somos ante la justicia divina y de cuán necesitados estamos de la justicia de Jesús. Pero el Espíritu Santo nos coloca frente a este espejo para que terminemos con un corazón penitente, pues al cielo sólo podemos entrar con un espíritu inclinado.
Lucas 15.7 (LBLA) — Os digo que de la misma manera, habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. 
¡Que no necesitan arrepentimiento! ¿Y quién no necesita arrepentimiento? Uno esperaría que el texto dijera: “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por uno que no se arrepiente”. Pero no dice eso. Dice: “Que por noventa y nueve justos (entre comillas) que no necesitan arrepentimiento”. Todos son pecadores; unos se arrepienten y otros no. Y muchos no se arrepienten porque se creen justos y se pierden. La realidad es que todos necesitamos arrepentimiento.

Si no te has convertido al Señor, o sea, si no te has arrepentido de tus pecados y has confiado tu alma a Jesús para que te salve de la condenación, entonces es urgente que lo hagas. La culpa que acarrean nuestros pecados implica condenación eterna. Sólo la absolución o el perdón divino te puede salvar. Nada que hagas te puede ganar el favor de Dios. Sólo lo que Jesús hizo en la cruz. Es sólo confiando en Él que te puedes salvar.

Es precisamente por nuestra imposibilidad de salvarnos a nosotros mismos que Jesús vino a este mundo. Vino a salvar pecadores, y tú no eres una excepción.

Romanos 3.23 (LBLA) — por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios.
Es por esto que el apóstol Pablo afirma que los pecadores son inexcusables ante la justicia de Dios, que todos estamos bajo pecado (v. 9).
Romanos 3.19–20 (LBLA) — 19 Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se calle y todo el mundo sea hecho responsable ante Dios; 20 porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de El; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado.
Todo arrepentimiento genuino produce quebrantamiento y tristeza en el corazón. Es como Pedro cuando negó al Señor y luego su vista se cruzó con los ojos de Jesús. Dice el relato del Evangelio que lloró amargamente.

Dios nunca nos da su gracia abundante para que excusemos nuestros pecados, y mucho menos para incentivarlos.

Romanos 6.1–2 (LBLA) — 1 ¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? 2 ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
Antes de la conversión no podíamos evitar pecar. Luego de la conversión tenemos libertad en Cristo para no pecar, pues no ya no somos más esclavos del pecado; sin embargo, todavía pecamos. De una u otra forma fallaremos. Pero una cosa es caer en uno de estos pecados, y otra muy distinta es practicarlos y hacerlos nuestros vicios. Para algunos el hecho de que nadie es perfecto constituye la excusa perfecta para seguir pecando. Por eso Rabbi Duncan llamó a esa expresión ‘el sofá de los hipócritas’, pues se recuestan en esa expresión para justificar sus rebeliones. Pero para el verdadero creyente la realidad del pecado es ‘una cama de clavos’ de la que anhelamos ser finalmente liberados el día de nuestra glorificación.

Al estudiar temas como éste es que vemos el destello brillante de la gloriosa doctrina de la justificación por la fe. Todos nuestros pecados han sido perdonados. Y en lugar de esto motivarnos a pecar, lo que hace es motivarnos hacia la santidad. Nuestro lema debe ser:

¡Aprecio la justificación y persigo la santificación!

He aquí dos declaraciones conocidas de parte de dos grandes pecadores que apreciaban la justificación.
“Yo peco continuamente. Pero Cristo murió y vive para siempre como mi Redentor, Sacerdote, Abogado y Rey” (Martín Lutero).
“Mi memoria ya casi se me va, pero hay dos cosas que sí recuerdo: que soy un gran pecador y que Cristo es un gran Salvador” (John Newton).
En inglés hay un himno hermoso titulado “Suyo para siempre”. En una traducción libre su última estrofa dice de la siguiente forma:

Jesús, amigo de pecadores;
Amo contar la historia.

El amor redentor ha sido mi tema aquí,
Y lo será cuando esté en gloria..

Ni la muerte ni la vida... nada

Me podrá jamás separar de Él.
¡Oh amor que no me dejará!
Sí, suyo soy para siempre.




(2) Debemos dar muerte a estos pecados, especialmente en sus primeros asomos en el corazón.


Antes de convertirse en acción, el pecado puede tomar posesión de la mente y de las emociones. Hay pecados mentales y emocionales. Un asesinato puede ser el resultado de malos sentimientos no controlados. Si no vemos la maldad de la semilla, no frenaremos el crecimiento del pecado sino hasta después que haya producido sus frutos. Tenemos que aprender a aplastar el pecado en sus inicios.

¿Recuerdas el juego de pegarle a las marmotas? Cuando las marmotas asomaban la cabeza por los agujeros teníamos que tratar velozmente de golpear sus cabezas. Lo mismo debemos hacer con el pecado: golpéalo desde que asome la cabeza. Aunque saque la bandera blanca, nunca confíes en el pecado. La meta es darle muerte.
Romanos 8.13 (LBLA) — porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
Colosenses 3.1–5 (LBLA) — 1 Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. 2 Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. 3 Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. 4 Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria. 5 Por tanto, considerad los miembros de vuestro cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría.
Ahora que estamos en Cristo, tenemos una nueva disposición para combatir contra el pecado. Nuestra nueva posición nos hace incompatibles con el pecado. Pedro hace una declaración que equivale a “¡basta ya!”.
1 Pedro 4.3 (LBLA) — Porque el tiempo ya pasado os es suficiente para haber hecho lo que agrada a los gentiles, habiendo andado en sensualidad, lujurias, borracheras, orgías, embriagueces y abominables idolatrías.
La Biblia nos dice que los deseos carnales realmente batallan contra el alma (1 Pedro 2:11), no a favor del alma, y por eso nos manda a abstenernos de ellos. La meta es ser abstemios del pecado.¿Por qué dijo Jesús a la mujer ‘vete y no peques más’? Porque aquel que está verdaderamente arrepentido tiene una nueva disposición en el corazón, se dispone de todo corazón a abandonar el pecado con el cual traicionó a Dios. Tolerar el pecado y permitir que tenga cabida en nuestros corazones tiene consecuencias. Ciertamente debemos evitar los pecados que se encuentran en esta lista. Pero la realidad es que como hijos de Dios estamos llamados a evitarlos todos.
“Un pequeño pecado, como las piedrecitas en el zapato, puede hacer que el camino al cielo del viajero sea muy agotador” (Charles Spurgeon).
Alguien que trabajaba en la construcción de carreteras contó la siguiente historia de cuando estuvo trabajando en un proyecto en un área montañosa de Pennsylvania. Todas las mañanas al dirigirse al trabajo veía en el camino a un jovencito pescando. Al verlo, siempre le saludaba y le decía algo. Un día al pasar despacio por el lugar le preguntó cómo estaba, y escuchó una respuesta extraña: “Los peces no están picando hoy, pero los gusanos sí”. Cuando se detuvo en una estación de gasolina, le mencionó sonriente el comentario que hizo el muchacho al dependiente de la estación. Por un instante éste se rió, pero luego puso una cara de susto, se subió a su automóvil y se fue rápidamente sin decir otra palabra. Más tarde, ese mismo día, el obrero constructor se enteró de lo sucedido. El dependiente de la gasolinera llegó demasiado tarde al lugar para salvar al muchacho, el cual había confundido un nido de serpientes cascabel con gusanos de tierra y murió de las mordidas. Las serpientes cascabel bebés tiene todo su veneno, y lo pasan sin control cuando muerden. Así ocurre con los pecados pequeños. Pueden parecernos inofensivos, hasta graciosos por su colorido, pero tienen todo el veneno de Satanás y tienen la capacidad de causar grandes estragos.

¿Cómo debes tratar con los primeros asomos de la lascivia? Recordemos las palabras de Jesús en Mateo 5.

Mateo 5.27–29 (LBLA) — 27 Habéis oído que se dijo: “No cometeras adulterio.” 28 Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón. 29 Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
Otra cosa que debemos hacer, a la luz de la realidad estos pecados, es…


(3) Debemos cultivar las virtudes cardinales contrarias deleitándonos en la salvación de Dios.


Si estamos en Cristo, ya no estamos esclavizados a ninguna de esas amantes. Cito a Marshall Segal de nuevo:
“Para siempre seremos amados, seguidos, provistos y liberados para un Amor más profundo, más fuerte, más real y verdadero —un amante más grande que nuestro pasado, más fuerte que nuestras debilidades y mejor que cualquiera que hayamos conocido” (p. 19).
Tal como sucede con el agua, si no llenamos el espacio con otra cosa, el agua volverá a ocupar el lugar. El cultivo de la piedad no se trata únicamente de despojarnos de los vicios, sino también del desarrollo de las virtudes. Asemejarnos a Jesús es más un asunto de desplegar sus cualidades positivas que de evitar cualidades negativas. Aborrecer el mal no es suficiente; necesitamos un apetito creciente por aquello que Dios ama. Hemos sido llamados a una vida verdaderamente bienaventurada, a la vida abundante en Cristo Jesús.
Juan 4.13–14 (LBLA) — 13 Respondió Jesús y le dijo: Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, 14 pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna. 
El Señor nos rescata DE algo HACIA otra cosa. Ciertamente ha buscado todo tipo de pecadores y los ha rescatado. Ha salvado a religiosos y a prostitutas, a mentirosos y a chismosos, a ladrones y a codiciosos, a asesinos y a los mala-palabrosos, a adúlteros y a lascivos. Los ha amado y los ha redimido. Los ama y los llevará a la gloria para que pasen la eternidad junto a Él.
1 Corintios 6.9–11 (LBLA) — 9 ¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. 11 Y esto erais algunos de vosotros; pero fuisteis lavados, pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios. 
Nos ha dado vida eterna —tenemos vida eterna. Hemos pasado de muerte a vida, a la verdadera vida. La otra vida sólo tiene nombre de vida, pero es muerte. Tener a Jesús es tener la vida abundante. La salvación de Jesús no empeora las cosas. Jesús no le roba la felicidad a nadie. Nos da la verdadera felicidad, la duradera. La del diablo es una falsificación. Venir a Jesús no es entrar a una ‘pobre’ vida; es pasar a la mejor vida.
Salmo 4.7 (LBLA) — Alegría pusiste en mi corazón, mayor que la de ellos cuando abundan su grano y su mosto. 
1 Pedro 1.8 (LBLA) — a quien sin haberle visto, le amáis, y a quien ahora no veis, pero creéis en El, y os regocijáis grandemente con gozo inefable y lleno de gloria.
Jesús satisface más que todo lo que el mundo pueda ofrecer; y el cielo será una satisfacción plena y perpetua en su presencia. Los placeres de los pecados capitales no pueden competir con el gozo del Señor. Son sustitutos completamente inadecuados. Son como una droga que embota los sentidos para que no veas la miseria a la que te diriges sin Jesús.

Por amor a nuestro Cristo, a ese Cristo que nos ha salvado así, ahora cultivamos las virtudes contrarias a los vicios que nos dominaron. Estamos en guerra contra los pecados cardinales. ¿Cómo? No sólo evitándolos, sino culvitando las virtudes contrarias, y otras virtudes más. Amamos el fruto del Espíritu y el carácter de los verdaderamente bienaventurados. 


  • Queremos tener dominio propio, control de nosotros mismos, de modo que no seamos controlados ni por la glotonería, ni por la lascivia, ni por la ira, ni por la pereza. 
  • Queremos tener contentamiento y estar satisfechos con lo que Dios nos da, evitando así la codicia. 
  • Queremos aprender a gozarnos con el bien del que gozan los demás y aun orar que Dios les bendiga, evitando así ser presa de la envidia que carcome los huesos. 
  • Queremos aprender de Jesús, que es manso y humilde de espíritu; no sólo aprender que Jesús es así, sino aprender a ser así como Jesús.

CONCLUSIÓN
El deleite del pecado es un espejismo. Llegar a la eternidad nos mostrará su pobre valía más allá de toda duda. Ojalá no descubras, demasiado tarde, que no todo lo que brilla es oro. Si para aferrarte a algo tienes que soltar a Dios, al final te darás cuenta que habrás perdido a Dios y aquello a lo que te aferraste. No te cuides únicamente de los siete pecados ‘mortales’; cuídate del carácter mortal de todo pecado.
“Dios sólo tiene un infierno, y es para quienes el pecado ha sido comúnmente un cielo en este mundo” (Thomas Brooks).

[1] Michael P. Green. (2000). 1500 illustrations for biblical preaching (p. 343). Grand Rapids, MI: Baker Books.
[2] Expresión de ‘Rabbi’ Duncan.

domingo, 19 de febrero de 2017

Libros en especial del 20 al 25 de febrero

               

Dios con nosotros

Mateo 8.26–27 (LBLA)26 Y El les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. 27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Quién es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Me llama poderosamente la atención la forma como el texto identifica a los discípulos en el v. 27: “los hombres”. Sólo estaban los discípulos en la barca. Creo que hay un contraste que se quiere resaltar. Sólo Dios puede calmar los vientos y hacer que el mar obedezca. Allí estaba Dios y estaban “los hombres”. Jesús acababa de dar una demostración fehaciente ante sus discípulos de que era Dios. La reacción de “los hombres” ante sus maravillosos portentos no puede ser otra que gran asombro y temor.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Los siete pecados ‘mortales’ (3)

En esta tercera entrega acerca del tema de los siete pecados capitales, deseamos responder la pregunta:

IV. ¿Están los culpables de pecados ‘mortales’ fuera del alcance de la gracia perdonadora de Dios?

Uno de los versículos más enigmáticos y difíciles del Nuevo Testamento es 1 Juan 5:16.

1 Juan 5.16 (LBLA) — Si alguno ve a su hermano cometiendo un pecado que no lleva a la muerte, pedirá, y por él Dios dará vida a los que cometen pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que lleva a la muerte; yo no digo que deba pedir por ése.
El pasaje habla de pecados que llevan a la muerte. Esa no es la parte más difícil. Ya hemos señalado que la paga del pecado es la muerte, lo cual puede incluir la muerte física, como es el caso aquellos que tomaban la cena del Señor indignamente (1 Cor. 11:30). Hay quienes padecen muertes violentas como consecuencia del estilo de vida que escogen, y otros que enferman o ponen en peligro sus vidas por el uso de sustancias peligrosas. El problema está en que Juan está hablado de personas por las cuales no pide que se haga intercesión en oración precisamente por haber cometido ‘pecados para muerte’. ¿Cuáles son esos pecados? Ciertamente no son los siete pecados capitales que hemos mencionado, porque la Escritura nos exhorta a orar por pecadores como los codiciosos y envidiosos, como los iracundos y los orgullosos. Tales pecados no están fuera del alcance de la gracia perdonadora de Dios. ¡Nosotros mismos somos testigos de primera mano acerca de esto!

En realidad no sabemos cuáles eran los pecados a los que Juan se refería; pero aparentemente los lectores originales de la Primera Epístola de Juan sí lo sabían. ¿Se trataba del pecado de la apostasía? Puede ser. El caso es complicado porque normalmente no podemos identificar a aquellos que, en el lenguaje de Hebreos 6, no pueden ser renovados para arrepentimiento.

Ahora bien, en cuanto al caso que nos atañe con respecto a la conocida lista de los ‘siete pecados capitales’, hay buenas noticias. Son las buenas noticias del evangelio. Hay perdón en Cristo para grandes pecadores. ¿Acaso hay pequeños pecadores? Cuando consideramos que no es culpable únicamente aquel que comete los grandes actos de pecado como matar y robar, sino que el enojo, la envidia y la soberbia son pecados terribles, entonces tenemos que concluir que todos somos grandes pecadores a los ojos de Dios. La realidad es que no somos culpables únicamente de los pecados que forman parte de esa lista, sino de un catálogo prácticamente interminable de pecados.

Aquí es que interviene la gran bendición de la misión que Jesus vino a cumplir, el cual vino precisamente a buscar y a salvar lo que se había perdido (Luc. 19:10; 1 Tim. 1:15). Su nombre mismo nos recuerda que su misión tenía que ver con salvarnos de nuestros pecados —grandes y pequeños (Mt. 1:21). Para verdaderamente disfrutar de la buena noticia del evangelio, primero tenemos que escuchar la mala noticia de que somos culpables. Hemos violado la ley de Dios por omisión y comisión, con nuestras acciones y con nuestros pensamientos. ¡Pero hay remedio en Jesús!

Salmo 32.1–2 (LBLA) — 1 ¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto! 2 ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño!
El gozo de un pecador cuando es objeto del perdón de Dios es superlativo. Admiro la obra de John Bunyan, El Progreso del Peregrino, porque plasma de manera brillante y a forma de historia lo que ocurre cuando Dios salva a un pecador y lo coloca en el camino de la vida eterna. He aquí lo que sucedió cuando el personaje Cristiano llegó a la cruz.
Al llegar a la cruz, la carga se le soltó instantáneamente de los hombros, y rodando fue a caer dentro del sepulcro, y ya no la vi más.
¡Cuál no fue entonces la agilidad y el gozo de Cristiano! «¡Bendito sea él —le oí exclamar—, que con sus sufrimientos me ha dado descanso, y con su muerte me ha dado vida!». Durante algunos instantes se quedó como extasiado, mirando y adorando, porque le sorprendía mucho que la vista de la cruz hiciese caer su carga de aquella manera. Y continuó contemplándola hasta que su corazón se deshizo en abundantes lágrimas. Llorando así estaba, cuando tres seres resplandecientes se pusieron delante de él, saludándolo con «la paz sea contigo»; después de lo cual, el primero le dijo:
—Tus pecados te son perdonados.
Entonces el segundo lo despojó de sus vestiduras viles y lo vistió con ropas de gala; y el tercero le puso una señal en la frente5. También le dio un rollo sellado, el cual debía estudiar en el camino, y entregar a su llegada a la puerta celestial. Cristiano, al ver todo esto, dio tres saltos de alegría, y continuó cantando:
 
Vine cargado con la culpa mía
de lejos, sin alivio a mi dolor;
mas en este lugar, ¡oh, qué alegría!,
mi solaz y mi dicha comenzó.
Aquí cayó mi carga, y su atadura
en este sitio rota yo sentí.
¡Bendita cruz! ¡Bendita sepultura!
¡Y más bendito quien murió por mí!
 
Jesús vino precisamente a salvar a los culpables de pecados ‘mortales’. Él no vino a buscar a los que estaban bien y separarlos de los que estaban mal, porque la realidad es que todos somos culpables. Tú eres culpable ante la justicia divina, y algún día te las verás con el Gran Juez para dar cuenta por tus hechos. Pero hay una alternativa. Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo. En su sangre podemos lavarnos de nuestra maldad. Por eso murió en la cruz, porque es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Efesios 1.7 (LBLA)En El tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia.
Aquel que es ‘Amigo de pecadores’ se deleita en salvarlos.

“Nada agrada más a Dios que lavar a las personas del pecado y darles vida en su Hijo” (Matthew Rueger).
Pero su intención no es meramente perdonarlos y ponerlos a salvo. Tiene un mar de bendiciones preparados para ellos. No sólo podemos decir con el autor del himno: “¡Qué maravilla! ¡Jesús me salvó!”, sino que después de salvos es que comienza la verdadera vida, la cual Él mismo prometió con las siguientes palabras:

Juan 10.10 (LBLA)El ladrón sólo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
¡Vida en abundancia! ¡Vida en abundancia! Estábamos encarcelados esperando ser llevados al patíbulo en cualquier momento. El castigo que nos esperaba era la muerte —un castigo muy bien merecido, por cierto. Y cuando creíamos que ya todo estaba perdido, pues todo intento de salvarnos a nosotros mismos había resultado inútil, Jesús extendió su mano y nos sacó del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso.

Ya es glorioso saber que hemos pasado de muerte a vida, pero cuando comprendemos a qué vida hemos sido trasladados, es para caer postrados humillados ante su gloriosa presencia, y adorarle y agradecerle por los siglos de los siglos. No somos pecadores perdonados que meramente hemos sido liberados para vivir de todas formas una vida miserable por el resto de nuestros días. ¡No! Ahora es que realmente comienza nuestra vida. Ya tenemos la vida eterna, aunque estamos en espera de ver su consumación. Ya gozamos de vida abundante, pero lo mejor todavía está por venir.