viernes, 27 de febrero de 2015

Preparando tu corazón para adorar

R. C. Sproul*
Es muy importante que tomemos un tiempo para preparar nuestros corazones para adorar a Dios antes de poner un pie en el santuario el domingo en la mañana. Dios lo dejó claro en medio de circunstancias impresionantes durante la promulgación de la ley en Éxodo 19. Él llamó al pueblo a prepararse para venir a su presencia, o al acercarse a la misma, pero no realmente a la montaña donde Él iba a hablar con Moisés. “Entonces Jehová dijo a Moisés: Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos, y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí” (Ex. 19: 10-11). Dios quería que antes de que el pueblo de Israel se acercara a Él, éste se preparara para el encuentro con Él.

El servicio de nuestra iglesia comienza a las 10:30 am. A las 10:20, bajamos la intensidad de las luces y damos inicio al preludio. Esa es la señal para que nuestra gente se empiece a preparar para el culto. El caso de Israel fue muy distinto al nuestro, pues Dios le dio dos días para prepararse. Les requirió que se consagraran y lavaran sus ropas. Esos preparativos eran apropiadas para lo que iba a suceder. Si le dijera a mi congregación que en tres días Dios se manifestará de forma visible y que Él quiere que laven sus ropas para la ocasión, estoy seguro que lo harían. Parecería un requisito insignificante para el sorprendente privilegio de poder estar en la presencia física de Dios.

Éxodo 19:14 nos dice que Moisés hizo exactamente lo que Dios le mandó; descendió y santificó al pueblo. El pueblo también obedeció y lavó sus ropas. Tomaron tiempo para prepararse para la adoración. Nosotros debemos hacer lo mismo mediante la lectura de la Palabra de Dios y la súplica por su asistencia para poder adorarle correctamente.

Parte de nuestra preparación para la adoración debe ser recordarnos a nosotros mismos quién es Dios  —el Señor santo y soberano. Si regresamos a Éxodo 19, leemos en el versículo 16:
“Y aconteció que al tercer día, cuando llegó la mañana, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un fuerte sonido de trompeta; y tembló todo el pueblo que estaba en el campamento”. 
Cuando sonó la trompeta y llegó el momento para que el pueblo de Israel se acercara a Dios, cada persona del campamento se estremeció. Desafortunadamente, ya pocas personas responden así a Dios en la adoración. Muchos han olvidado cómo temblar ante él, porque no le consideran santo. Cuán diferente sería su respuesta si pudieran verlo tal como se reveló a los israelitas:
“Entonces Moisés sacó al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y ellos se quedaron al pie del monte. Y todo el monte Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en fuego; el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía con violencia” (Éxodo 19:17-18).
Una y otra vez Dios invitaba a las personas diciendo: “Acercaos a mí”. Pero esa invitación fue balanceada por lo que Dios dijo tras la muerte de Nadab y Abiú: “Como santo seré tratado por los que se acercan a mí” (Lev. 10:3). Dios nos ordena que vengamos ante —que nos acerquemos a Él. Pero no sólo eso, podemos acercarnos confiadamente a Su presencia, como Hebreos 4:16 establece con claridad. Pero existe una diferencia entre acercarnos con confianza ante la presencia de Dios y venir a Él de manera arrogante. Cuando nos acercamos confiadamente a Su presencia y nos acerquémonos a Él, siempre debemos recordar que tenemos que honrarlo como un Dios santo.

También debemos recordar que no tenemos derecho a entrar en la presencia de Dios por nuestra cuenta. Ninguna cantidad de preparación es suficiente para que estemos realmente listos.


*Esto es un extracto de Cinco Cosas que Todo Cristiano Necesita para Crecer de R. C. Sproul. Tomado del blog de los ministerios Ligonier. Traducción: Salvador Gómez Dickson.

miércoles, 11 de febrero de 2015

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martes, 10 de febrero de 2015

La iglesia es guardiana de la sana doctrina

Jesucristo ha asignado muchas responsabilidades a su iglesia. Una de ellas es que debe ser guardiana de la sana doctrina, “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15). Toda la iglesia tiene una contribución que hacer en esto, no sólo los pastores y maestros. Lo que está en juego en gran medida importante.

Nadie pasa a ser de Cristo creyendo y abrazando el error. Un fallo en esto puede ser fatal para el destino de cualquiera. No nos salvamos creyendo cualquier cosa, como si las buenas intenciones bastaran para alcanzar la gloria. Hay un amor por la verdad que es imprescindible para la salvación (2 Tes. 2:10), y Jesús ofreció severas advertencias contra aquellos que habían abrazado una versión ligera y superficial del evangelio.

La edificación de la iglesia no se logra alimentándose del error. Necesitamos instrucción para poder desempeñar nuestra función como miembros del cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-12) y el propósito es que todos (no sólo algunos) alcancemos la debida madurez en Cristo (v. 13). Una de las señales de esa madurez es la firmeza doctrinal: “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (v. 14). De manera similar, el autor de la Epístola a los Hebreos advierte a sus lectores sobre el mismo punto: “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas” (13:9a). El lenguaje utilizado nos da la idea de alguien que es arrastrado por la corriente. Nuestro vigor y estabilidad doctrinales deben ser tales que podamos nadar en contra de la corriente en un mundo donde abundan los desvaríos ideológicos. En los días del apóstol Pablo tenían a aquellos que prohibían el matrimonio y el consumo de ciertos alimentos, prohibiciones que el apóstol catalogó como “doctrinas de demonios” (1 Tim. 3:1-3).

No es de balde que Satanás es calificado como ‘el maligno’. Siempre buscará la manera de hacer el peor daño. Es por esa razón que se disfraza como ángel de luz. “El error raras veces está totalmente equivocado. A menudo es una media verdad enseñada como si fuera toda la verdad” (Maurice Roberts). El creyente está llamado a velar, pues sólo se necesita una gota de veneno para recibir el daño. Sus enseñanzas están contenidas en libros que son éxitos de venta, en páginas y blogs cristianos, en canciones y revistas.

Ante esta realidad, estamos llamados a estar atentos a las diversas maneras en que la falsa doctrina tratará de inmiscuirse entre el pueblo de Dios.

“Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Romanos 16:17-18).


¿Te recomendaron un libro o lo viste en una librería? ¿Conoces al autor? ¿De qué se trata? No todos los temas tienen la misma trascendencia. Pregunta, indaga. El tiempo es escaso; los libros abundan. Mejor lee un libro que estés seguro que es bueno y recomendable y no diez de dudosa reputación.

La iglesia debe procurar que la proclamación del evangelio se encuentre libre de error. Es posible que el texto que primero venga a nuestras mentes sobre esto sea Gálatas 1:6-8.

“Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema”.

Cuando se predica ‘otro’ evangelio, las personas se convierten a otro ‘Cristo’, a otro dios. El pecado es diluido; el arrepentimiento es reinterpretado; el perdón y la justificación son parcialmente necesarios. Lo que tenemos como fruto es la introducción de seudo creyentes en las iglesias, gente que se consideran salvos sin estarlo.

Nuestra misión es contender ardientemente por la fe, por la verdad de Dios y por el evangelio (Judas 1:3-4).

En la actualidad, una de las áreas que recibe la mayor cantidad de ataques del maligno es la relativa a la familia. La revolución moral de la que estamos siendo testigos ha traído al tapete temas de los que da vergüenza tener que hablar. El tema gay está de moda. Los famosos salen del closet. Se está abogando por la eliminación de ciertas palabras del vocabulario. Como ahora hay uniones de personas del mismo sexo y no se quiere ofenderles, se propone que no se usen los términos papá y mamá. Ya hay niños que no saben a qué género pertenecen. ¿Qué les han hecho creer? Que una cosa es el sexo con el que uno nace y otra el género al que uno quiere pertenecer, como si fuera algo de elección personal.

Me gustó mucho un artículo que leí esta semana sobre este tema. El autor decía: considera el caso de un hombre blanco de Finlandia que de repente decide identificarse como de ascendencia africana de la región sur del Sahara. El individuo se somete a procedimientos que oscurecen su piel y que dan forma a su cráneo para parecer africano. ¿Sería realmente esa persona de ascendencia africana? Obviamente no. Su apariencia podría ser muy similar, pero su ascendencia sigue siendo finlandesa.

O imaginen el caso de un hombre de 70 años, dice el autor, que de la nada comienza a identificarse como un joven de 16. ¿Sería intolerancia y prejuicio que le digamos con todo el respeto que realmente no tiene 16 años y que el identificarse a sí mismo de esa manera no cambia en nada su edad. A lo mejor lo hace porque desea hacer cosas que hace un joven de 16, pero eso no le hace un joven de 16. Y si persiste en su afirmación, ¿no sería lo correcto que fuera examinado a ver cuál es el problema?


No importa cuánto nos diga una persona que padece de anorexia que está gorda; si realmente está delgada, está delgada. La creencia de la persona está equivocada. Las cosas no son como dice y punto. A nadie se le ocurre ahora tratarla como si tuviera 300 libras. Pero en lo que concierne al género, nos quieren hacer creer que el asunto es de identificación personal y no algo determinado por el sexo con el que nacemos. La evidencia biológica nos habla de manera inequívoca. SON VIENTOS DE FALSAS CREENCIAS Y DOCTRINAS. Las ideas tienen consecuencias, y el mundo sólo está viendo la punta del iceberg en cuanto al tsunami de consecuencias que la humanidad vivirá por los errores abrazados.

Muy bien lo expresó Chesterton: “Las falacias no dejan de ser falacias porque se pongan de moda”. El mundo entero puede intentar redefinir el matrimonio que Dios inventó, pero Dios dijo lo que dijo y siempre será así. Los hombres vienen y van, pero la Palabra de Dios permanece para siempre.