Por Maurice Roberts
[The Banner of Truth Magazine, Dic 1993]
Es esta concupiscencia o inclinación a hacer el mal lo que preocupa al creyente piadoso. Éste deplora los primeros movimientos de corrupción que hay dentro de sí; el destello de la ira, el aliento de la hipocresía, el pensamiento errabundo, la imaginación pasajera, el deseo espontáneo. No le bastará que se diga que todas esas sugerencias son neutrales por el hecho de no terminan en palabras o en hechos. La Biblia habla de cosas tales como los pensamientos pecaminosos (Prov. 30:32; Gén. 6:5).
Una vez más, no podemos pretender que todos estos males ocultos estén libres de culpa por el hecho de venir del diablo. Mientras los resistamos completamente, somos libres de culpa. Pero la experiencia dolorosa y honesta nos recuerda que hemos permitido con demasiada frecuencia que los cuervos hagan nido sobre nuestras cabezas, cuando antes los espantábamos. Este pensamiento debería hacernos recordar que nuestra depravación todavía está ahí. Aunque no la noten algunos cristianos extrovertidos, siempre se encuentra bajo el ojo de nuestro Hacedor. Lo que entristece al creyente serio es que en él haya el más mínimo grano de lo que sabe desagrada a Dios.
No existe pretensión más peligrosa que la que sugiere que los pecados ocultos pueden ser vistos con complacencia por el hecho de estar ocultos. Toda la Biblia se levanta para refutar la idea de que podemos relajarnos un rato en nuestra vigilancia del corazón malvado que hay dentro de nosotros. Olvidar lo que el pecado ha hecho en este mundo es venir a ser criminalmente ciegos.
CONT.
No hay comentarios:
Publicar un comentario