Por Maurice Roberts
[The Banner of Truth Magazine, Dic 1993]
Existe una audacia en el pecado que nos deja sin aliento. Es parte intrínseca de la naturaleza del pecado y uno de sus rasgos más centrales y esenciales. El pecado va tan lejos como su atrevimiento. Tiene frente de descaro y no conoce la vergüenza. No pestañea. El pecado es inmodesto, insensible y rudo. Se apresura a entrar donde los ángeles temen pisar. No tiene sentimientos refinados sino que pisotea las sensibilidades de los demás y es intolerante de las opiniones de otros. Es codicioso y llamativo. Peor aún, el pecado es un maestro de la hipocresía. No ama otra cosa que causar el mayor mal bajo la pretensión de hacer bien. En resumen, el pecado nunca está más feliz que cuando concibe y engendra su iniquidad al mismo tiempo que viste un manto de amor y piedad.
CONT.
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