viernes, 24 de febrero de 2012

DOS DESTINOS (segunda parte)

El destino de los justos es completamente distinto.

Mientras se nos plantea el terrible destino de los ciudadanos de la ciudad terrenal, el pasaje (Isaías 24-27) nos muestra de manera muy gráfica el destino de los ciudadanos de la ciudad celestial.

Estos alzarán su voz, cantarán gozosos por la grandeza de Jehová; desde el mar darán voces. Glorificad por esto a Jehová en los valles; en las orillas del mar sea nombrado Jehová Dios de Israel. De lo postrero de la tierra oímos cánticos: Gloria al justo. Y yo dije: ¡Mi desdicha, mi desdicha, ay de mí! Prevaricadores han prevaricado; y han prevaricado con prevaricación de desleales.” (Isaías 24:14–16, RVR60)

“Gozosos por la grandeza de Jehová”, por la Majestad de Dios. Es la misma palabra que se traduce “orgullo” en otros contextos. Mientras aborrecemos ver a los hombres exaltarse a sí mismos y ser exaltados como lo que no son, la exaltación divina es lo correcto y lo adecuado. Es apropiado proclamar a gran voz la grandeza y majestad de nuestro Dios. ¿Quiénes son los moradores de la ciudad celestial? Los que han reconocido que sólo Dios es el exaltado, quien se merece toda nuestra devoción y admiración.

Este grupo incluirá a gente “de lo postrero de la tierra”. Incluirá no judíos. Incluirá dominicanos y orientales, africanos y europeos, gente de todos los rincones de la tierra. Este es un elemento profético importante en las Escrituras—la inclusión de los gentiles en la salvación de Dios.

“De lo postrero de la tierra oímos cánticos: Gloria al justo” (v.16). La versión RV tiene justo en minúscula; la LBLA la tiene en mayúscula. El consenso es que se está refiriendo al Señor. Los redimidos exaltan la justicia de Dios. Finalmente habrá justicia. Uno de los temas del libro de Apocalipsis es precisamente ése.

Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.” (Apoc. 15:3, RVR60)

El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen. También oí a otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos.” (Apoc. 16:4–7, RVR60)

Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos.” (Apoc. 19:1–3, RVR60)

Dios juzgará a cada quien según se merezca. Los condenados no tendrán nada que reclamar.

He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.” (Revelation 22:12, RVR60)

¡Por fin justicia! ¡Anhelamos justicia! ¡Y habrá justicia! Porque justos y verdaderos son sus caminos.

Una de las marcas de los ciudadanos de la Jerusalén celestial es que tienen una relación personal con Dios. Él no es un extraño para ellos.

·      Jehová, tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son verdad y firmeza.” (Isaiah 25:1, RVR60)
·      Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.” (Isaiah 25:9, RVR60)

Esta porción profética del libro de Isaías nos hace un llamado a vivir por la fe, esperando la gran consumación que experimentaremos aquel día, el derrocamiento final y absoluto del mal.

Estas cosas no tienen que suceder mientras nosotros estemos vivos para que nos sirvan de instrucción, consolación y advertencia. Aquellos a quienes los profetas dirigieron en primera instancia sus escritos no experimentaron la consumación de todas estas profecías. Dios les concedió ver ciertos “avances” o adelantos con el cumplimiento de algunas de sus promesas como un estímulo a seguir confiando en ellas, pero la realidad es que murieron sin ver la consumación final de todas las cosas y la victoria prometida.

El profeta les decía: “Consolaos, consolaos en esto que sucederá”, pero murieron sin que sucediera. ¿Qué debían ellos hacer? Poner estas enseñanzas en sus corazones. Podían morir en medio de un escenario que parecía una derrota total. Pero eso no significaba que Dios había sido derrotado. La victoria estaba segura. El Dios que no miente lo había prometido. El Mesías vendría.

Llegamos al Nuevo Testamento y nos encontramos con lo mismo. Los creyentes que vivieron en el primer siglo todavía no tenían los documentos del Nuevo Testamento. Tenían que alimentar su esperanza con la literatura apocalíptica que había sido escrita por los profetas 700 y 500 años antes. En lugar de concluir que esas profecías les eran inservibles por cuanto aquellos que las escucharon originalmente no vieron la victoria, se animaron con la realidad de que la consumación estaba más adelante. Es así que nos encontramos con personas como Simeón, que estaban a la expectativa de la llegada del Mesías. Viene Juan el Bautista. Viene Jesucristo. Pero todavía Roma sigue gobernando y oprimiendo. El Señor les sigue animando con sus enseñanzas. Les advierte que vendrían falsos cristos, pero que ellos debían velar. Les habla de una segunda venida. Él había venido, pero no había venido. Esto es importante.

Ahora había un elemento adicional crucial: el Mesías ya había venido. Era una parte vital del plan, pero ellos no lo entendieron en el momento. Jesús vino y murió. No se quedó reinando según todas las profecías que habían sido escritas por Isaías, Daniel y Zacarías. Murió. Parecía un vencido. No faltaron quienes se burlaron de ellos.

Cristo les sigue dejando promesas. “Voy a preparar lugar para ustedes y luego vendré y los recogeré.” Al oír que el Maestro se les va, que va a morir, se ponen tristes. Pero les da instrucciones de que no se entristecieran. Si entendían lo que estaba pasando, no había razón para entristecerse, sino para gozarse (Juan 14-16).

El Señor muere, resucita y asciende a los cielos. Esa resurrección es un elemento vital de nuestra esperanza. Jesucristo vive y volverá.

Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.” (Hechos 1:11, RVR60)

Sin embargo, comenzaron a pasar los años y el Señor no regresaba. Los apóstoles tuvieron que enseñar y escribir a las iglesias para que se mantuvieran firmes en la verdadera doctrina, inconmovibles en la esperanza. Se levantaron burladores (2 Pedro 3) que decían:

Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento, para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles; sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación.” (2 Pedro 3:1–4, RVR60)

Nunca faltan los que se burlan de la expresión “Cristo viene”. Nos dicen: “Tiene tantos años viniendo y no acaba de llegar.” La cronología de Dios no es la nuestra. Profetizó al pueblo de Israel, y murieron sin ver el cumplimiento.
Profetizó a los creyentes del NT, y murieron sin ver el cumplimiento. Y desde entonces son muchos los que han muerto sin ver el cumplimiento. Pero eso no significa que no habrá cumplimiento. Para que su profecía sea cierta no tiene que venir en nuestros días. El plan de Dios no está sujeto a satisfacer nuestras curiosidades y deseos personales.

Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.” (2 Pedro 3:7–10, RVR60)

Esta esperanza santifica. Nos estimula a purificarnos. Pedro escribió en su segunda epístola diciendo que albergar la esperanza de cielos nuevo y tierra nueva debe movernos a un anhelo diligente por ser hallados “sin mancha e irreprensibles” cuando Cristo vuelva (2 Pedro 3:13-14). El apóstol Juan, por su lado, nos dice:

“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.” (1 Juan 3:2–3, RVR60)

Todo lo que vemos en este mundo y que nos parece tan seguro, pronto dejará de ser.

“La ciudad de Dios es la única dirección que durará para siempre” (Raymond Ortlund, Isaiah, p.142).

Cambia de ciudadanía. Cámbiala hoy mientras hay esperanza, porque viene el día cuando tu destino quedará sellado. Si tu ciudadanía es la terrenal, y mueres en esa condición, Dios marcará tu destino de condenación, y lo hará por toda la eternidad. Si tu ciudadanía es la celestial, cerrar los ojos aquí significa morar en la ciudad de Dios eternamente y para siempre.

“Dios es la razón por la cual la ciudad del hombre no puede perdurar y por la cual la ciudad de Dios no puede caer, y Dios tendrá la última palabra tanto en maldición sobrecogedora como en gozo sobrecogedor” (Ortlund, p.143).

Dios es paciente. Nos da tiempo para reflexionar y arrepentirnos (2 Ped. 3:9). Pero no será así para siempre. La oportunidad que ahora tienes llegará a su fin. No la desperdicies.

 “Dos ciudades han sido formadas por dos amores: la terrenal por el amor del yo, hasta el punto de menospreciar a Dios; la celestial por el amor de Dios, hasta el punto de menospreciar el yo” (Agustín)

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