[He aquí la tercera parte de una carta de James W. Alexander enviada a su hermano menor sobre el tema del levantarse temprano por las mañanas]
"Si ya has adquirido el vergonzoso hábito de permanecer en cama hasta tarde, déjalo ahora, no gradualmente, sino de una vez por todas. No tomes en cuenta los pequeños sentimientos desagradables que puedas tener que soportar por unas cuantas semanas. Sigue adelante y respira la fragancia de la primavera encantadora y de las mañanas otoñales; será un cordial para tu cuerpo y tu mente.
"Ya te he escrito en más de una ocasión con respecto al ejemplo de nuestro adorable Salvador, y deseo que el objetivo principal de estas cartas sea presentarte este bendito ejemplo más plenamente ante ti. ¿Cuál crees que fue la práctica de nuestro Señor? Tan sólo imagínate para ti mismo la manera en que él pasaba las horas de la mañana. ¿Puedes por un instante suponer que las pasaba durmiendo en un sofá? Cuando el ruido de la actividad empezaba entre los trabajadores de Judea o de Galilea, y el sol brillaba cálidamente en las villas y en los campos, ¿estaba durmiendo el Redentor? ¿Sería posible que pienses así? De ningún modo. Leemos de cierta ocasión: 'Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba' (Marcos 1:35), y esto así aunque todo el día anterior había estado grandemente ocupado. Pensamos muy poco con respecto al tiempo, pero Él nunca pasó una hora en ociosidad. El lenguaje de toda su vida fue: 'Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar' (Juan 9:4). No obstante era realmente hombre. Asumió nuestras debilidades, y una naturaleza agotada requería de reposo; pero hizo distinción entre lo que era necesario y lo que era innecesario. También se puede decir acerca de toda su vida que no se agradó a sí mismo (Rom. 15:3).
Afectuosamente, tu hermano,
James"
1 comentario:
Ciertamente es duro trabajo despertar bien temprano para cumplir nuestros deberes espirituales.
Cada mañana debo recordar a mi alma que depende de Dios enteramente, y cada mañana debo de recordar que terminaré el día en la forma en cómo lo inicié.
Cada mañana debo repetir a mi alma: Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.
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