miércoles, 15 de febrero de 2017

Los siete pecados ‘mortales’ (3)

En esta tercera entrega acerca del tema de los siete pecados capitales, deseamos responder la pregunta:

IV. ¿Están los culpables de pecados ‘mortales’ fuera del alcance de la gracia perdonadora de Dios?

Uno de los versículos más enigmáticos y difíciles del Nuevo Testamento es 1 Juan 5:16.

1 Juan 5.16 (LBLA) — Si alguno ve a su hermano cometiendo un pecado que no lleva a la muerte, pedirá, y por él Dios dará vida a los que cometen pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que lleva a la muerte; yo no digo que deba pedir por ése.
El pasaje habla de pecados que llevan a la muerte. Esa no es la parte más difícil. Ya hemos señalado que la paga del pecado es la muerte, lo cual puede incluir la muerte física, como es el caso aquellos que tomaban la cena del Señor indignamente (1 Cor. 11:30). Hay quienes padecen muertes violentas como consecuencia del estilo de vida que escogen, y otros que enferman o ponen en peligro sus vidas por el uso de sustancias peligrosas. El problema está en que Juan está hablado de personas por las cuales no pide que se haga intercesión en oración precisamente por haber cometido ‘pecados para muerte’. ¿Cuáles son esos pecados? Ciertamente no son los siete pecados capitales que hemos mencionado, porque la Escritura nos exhorta a orar por pecadores como los codiciosos y envidiosos, como los iracundos y los orgullosos. Tales pecados no están fuera del alcance de la gracia perdonadora de Dios. ¡Nosotros mismos somos testigos de primera mano acerca de esto!

En realidad no sabemos cuáles eran los pecados a los que Juan se refería; pero aparentemente los lectores originales de la Primera Epístola de Juan sí lo sabían. ¿Se trataba del pecado de la apostasía? Puede ser. El caso es complicado porque normalmente no podemos identificar a aquellos que, en el lenguaje de Hebreos 6, no pueden ser renovados para arrepentimiento.

Ahora bien, en cuanto al caso que nos atañe con respecto a la conocida lista de los ‘siete pecados capitales’, hay buenas noticias. Son las buenas noticias del evangelio. Hay perdón en Cristo para grandes pecadores. ¿Acaso hay pequeños pecadores? Cuando consideramos que no es culpable únicamente aquel que comete los grandes actos de pecado como matar y robar, sino que el enojo, la envidia y la soberbia son pecados terribles, entonces tenemos que concluir que todos somos grandes pecadores a los ojos de Dios. La realidad es que no somos culpables únicamente de los pecados que forman parte de esa lista, sino de un catálogo prácticamente interminable de pecados.

Aquí es que interviene la gran bendición de la misión que Jesus vino a cumplir, el cual vino precisamente a buscar y a salvar lo que se había perdido (Luc. 19:10; 1 Tim. 1:15). Su nombre mismo nos recuerda que su misión tenía que ver con salvarnos de nuestros pecados —grandes y pequeños (Mt. 1:21). Para verdaderamente disfrutar de la buena noticia del evangelio, primero tenemos que escuchar la mala noticia de que somos culpables. Hemos violado la ley de Dios por omisión y comisión, con nuestras acciones y con nuestros pensamientos. ¡Pero hay remedio en Jesús!

Salmo 32.1–2 (LBLA) — 1 ¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto! 2 ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño!
El gozo de un pecador cuando es objeto del perdón de Dios es superlativo. Admiro la obra de John Bunyan, El Progreso del Peregrino, porque plasma de manera brillante y a forma de historia lo que ocurre cuando Dios salva a un pecador y lo coloca en el camino de la vida eterna. He aquí lo que sucedió cuando el personaje Cristiano llegó a la cruz.
Al llegar a la cruz, la carga se le soltó instantáneamente de los hombros, y rodando fue a caer dentro del sepulcro, y ya no la vi más.
¡Cuál no fue entonces la agilidad y el gozo de Cristiano! «¡Bendito sea él —le oí exclamar—, que con sus sufrimientos me ha dado descanso, y con su muerte me ha dado vida!». Durante algunos instantes se quedó como extasiado, mirando y adorando, porque le sorprendía mucho que la vista de la cruz hiciese caer su carga de aquella manera. Y continuó contemplándola hasta que su corazón se deshizo en abundantes lágrimas. Llorando así estaba, cuando tres seres resplandecientes se pusieron delante de él, saludándolo con «la paz sea contigo»; después de lo cual, el primero le dijo:
—Tus pecados te son perdonados.
Entonces el segundo lo despojó de sus vestiduras viles y lo vistió con ropas de gala; y el tercero le puso una señal en la frente5. También le dio un rollo sellado, el cual debía estudiar en el camino, y entregar a su llegada a la puerta celestial. Cristiano, al ver todo esto, dio tres saltos de alegría, y continuó cantando:
 
Vine cargado con la culpa mía
de lejos, sin alivio a mi dolor;
mas en este lugar, ¡oh, qué alegría!,
mi solaz y mi dicha comenzó.
Aquí cayó mi carga, y su atadura
en este sitio rota yo sentí.
¡Bendita cruz! ¡Bendita sepultura!
¡Y más bendito quien murió por mí!
 
Jesús vino precisamente a salvar a los culpables de pecados ‘mortales’. Él no vino a buscar a los que estaban bien y separarlos de los que estaban mal, porque la realidad es que todos somos culpables. Tú eres culpable ante la justicia divina, y algún día te las verás con el Gran Juez para dar cuenta por tus hechos. Pero hay una alternativa. Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo. En su sangre podemos lavarnos de nuestra maldad. Por eso murió en la cruz, porque es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Efesios 1.7 (LBLA)En El tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia.
Aquel que es ‘Amigo de pecadores’ se deleita en salvarlos.

“Nada agrada más a Dios que lavar a las personas del pecado y darles vida en su Hijo” (Matthew Rueger).
Pero su intención no es meramente perdonarlos y ponerlos a salvo. Tiene un mar de bendiciones preparados para ellos. No sólo podemos decir con el autor del himno: “¡Qué maravilla! ¡Jesús me salvó!”, sino que después de salvos es que comienza la verdadera vida, la cual Él mismo prometió con las siguientes palabras:

Juan 10.10 (LBLA)El ladrón sólo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
¡Vida en abundancia! ¡Vida en abundancia! Estábamos encarcelados esperando ser llevados al patíbulo en cualquier momento. El castigo que nos esperaba era la muerte —un castigo muy bien merecido, por cierto. Y cuando creíamos que ya todo estaba perdido, pues todo intento de salvarnos a nosotros mismos había resultado inútil, Jesús extendió su mano y nos sacó del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso.

Ya es glorioso saber que hemos pasado de muerte a vida, pero cuando comprendemos a qué vida hemos sido trasladados, es para caer postrados humillados ante su gloriosa presencia, y adorarle y agradecerle por los siglos de los siglos. No somos pecadores perdonados que meramente hemos sido liberados para vivir de todas formas una vida miserable por el resto de nuestros días. ¡No! Ahora es que realmente comienza nuestra vida. Ya tenemos la vida eterna, aunque estamos en espera de ver su consumación. Ya gozamos de vida abundante, pero lo mejor todavía está por venir.

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