El discipulado cristiano y la vida cristiana son la misma cosa. Todo verdadero cristiano es un discípulo de Jesús. Así como la vida cristiana no se reduce a un programa o a un conjunto de actividades, el discipulado cristiano tampoco. El discipulado puede hacer uso de programas y actividades, pero no se define por ellos. Muchos de sus aspectos no son programados ni calculados.
En otras palabras, no tiene que haber programas para que haya discipulado. Las conversaciones casuales pueden hacer discípulos y ayudar a los que ya lo son a crecer y a madurar. Los mentores sirven de ejemplo cuando menos están conscientes del impacto de lo que son y de lo que dicen. Es por esto que creo que el verdadero discipulado puede ser tanto formal como informal.
El discipulado cristiano no es un departamento o ministerio en una iglesia local; es un estilo de vida. Si eres discípulo, eres “discipulador”. Fomentar una cultura de discipulado en una iglesia no se logra con calendarios ni fechas límites.
El aliento de vida del Espíritu es imprescindible, y éste sopla cuando quiere y como quiere. Esta misteriosa interacción del aspecto humano y divino en el discipulado debe conducirnos a realizar la labor en dependencia de Dios, en oración, y hacer uso de los instrumentos y medios sin apoyarnos desmedidamente en ellos.
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