martes, 5 de mayo de 2015

La herejía de la indiferencia

por Burk Parsons*

La doctrina importa —importa en la vida y en la muerte. Nuestra doctrina determina nuestro destino. No sólo afecta a nuestra visión acerca de Dios, sino también nuestro punto de vista acerca de todo. Somos seres doctrinales por naturaleza. Todo el mundo tiene algún tipo de doctrina; la pregunta es si nuestra doctrina es bíblica. Por esta causa, no nos atrevemos a ser indiferentes acerca de la doctrina. De hecho, hay una razón por la cual nunca hemos oído hablar de un mártir cristiano que era indiferente a la doctrina. La indiferencia con respecto a la doctrina es la madre de todas las herejías de la historia, y en nuestros días la indiferencia doctrinal se está extendiendo como un reguero de pólvora en los púlpitos y bancos de nuestras iglesias. Irónicamente, la afirmación de que la doctrina no importa en realidad es una doctrina en sí misma.

Cuando la gente me dice que están interesados en Cristo Jesús, pero no en la doctrina, les digo que si no están interesados en la doctrina, tampoco están interesados en Jesús. No podemos conocer a Jesús sin conocer la doctrina, y no podemos amar a Dios sin conocer a Dios, y la forma en que conocemos a Dios es mediante el estudio de su Palabra. La doctrina viene de Dios, nos enseña acerca de Dios, y por la fe que nos lleva de regreso a Dios en la adoración, el servicio y el amor. La indiferencia a la doctrina es indiferencia hacia Dios, y la indiferencia hacia Dios es indiferencia hacia nuestra propia eternidad. Los pastores que piensan que es relevante y genial ser indiferentes a la doctrina —que minimizan la necesidad y la importancia de la doctrina y que dejan de predicar y explicar la doctrina en sus sermones— lo que están dejando de dar a su gente es aquello que puede salvar sus almas. Si restamos importancia a la doctrina o si somos intencionalmente vagos en la predicación de la doctrina, no estamos siendo geniales, ni humildes, ni relevantes, sino francamente arrogantes. No hay nada más relevante que la doctrina, no hay nada que nos humille más que la doctrina, y no hay nada que nos haga quitar nuestros ojos más rápidamente de nosotros mismos y los fije en nuestro amoroso y misericordioso Dios que la doctrina que procede de Dios.

Sin embargo, la doctrina no es un fin en sí mismo. La doctrina existe para ayudarnos a conocer, amar, adorar y glorificar al Dios que es. Hay pocas cosas que el diablo quiera más que tener iglesias llenas de personas que piensan que son tan rectas como el cañón de un rifle en cuanto a su doctrina —pero igual de vacíos como uno de esos cañores— en su aplicación de esa doctrina. La doctrina que se entiende bien, es doctrina que se aplica bien. Si separamos nuestra doctrina de nuestra vida, nuestra doctrina nos conducirá a la muerte. La doctrina es un don de Dios que fluye de las páginas inspiradas de la Palabra de Dios para que podamos amar a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es por ello que debemos ser dogmáticos en nuestra doctrina, no dogmáticamente duros, sino dogmáticamente humildes mientras procuramos conocer, proclamar y defender la doctrina que nos enseña acerca de nuestro Señor amoroso y santo que se entregó por nosotros. Debemos ser dogmáticos en nuestra doctrina y dogmáticos en practicarla para la gloria de Dios. Tal como escribió Matthew Henry: “Los que enseñan con su doctrina deben enseñar con su vida, o de lo contrario echarán abajo con una mano lo que edifican con la otra.”

* Tomado y traducido de la revista TABLETALK de los Ministerios Ligonier. Para acceso directo puede visitar www.ligonier.org/tabletalk. Burk Parsons es el editor de la revista.

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