lunes, 27 de abril de 2015

Falta de indignación


Salmo 38:1–4 (RVR60) — 1 Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira. 2 Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. 3 Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. 4 Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí.

David entiende muy bien que la causa detrás de su aflicción es sólo suya —su pecado. Sus iniquidades han levantado la indignación y la ira del Señor. Un Dios tres veces santo no puede ser indiferente a nuestras corrupciones y desvaríos. La razón por la que nos defendemos tanto o manifestamos conmiseración personal, es porque no nos consideramos tan malos. 

No vemos las cosas cosas como Dios las ve. Por eso hay tan poca indignación ante el pecado del que somos testigos a nuestro alrededor. Toleramos lo intolerable. ¿Dónde está el celo del Señor? A veces actuamos como si estuviéramos más de acuerdo con las posturas de la sociedad que con las declaraciones que Dios ha hecho en su Palabra.

Pero no sólo somos indiferentes a muchos pecados ajenos. Estamos especialmente prejuiciados cuando se trata de nuestras propias faltas. De ahí que haya tan poca confesión como la que aquí hace David. No clamó inocencia ni acusó a Dios de habérsele ido la mano en su castigo. Sencillamente expresó que la culpa por la que no sentía paz era suya y de nadie más. Sea la indignación de Dios nuestra propia indignación.

No hay comentarios: