miércoles, 23 de julio de 2014

Esaú: una advertencia contra el vivir para el presente


por Roger Ellsworth*

Génesis 25:29-34

Una de las características de nuestra era es la gratificación instantánea, esto es, vivir para el presente. Tenemos en Esaú un ejemplo perfecto de este tipo de mentalidad. Esaú vendió su primogenitura a su hermano Jacob con el fin de satisfacer su hambre.

La primogenitura
Si hemos de entender la acción de Esaú, necesitamos comenzar con la primogenitura. El primer varón en nacer tenía una posición de prominencia especial en la mayoría de las culturas de aquellos días. No sólo era el más próximo a sus padres en cuanto a honor y autoridad, sino que también se le reconocía la continuación legal de la línea familiar. Además, recibía una doble porción de la herencia de su padre. Por ejemplo, si un hombre tenía dos hijos, su patrimonio era dividido en tres partes, y el hijo mayor recibía dos de ellas. Si había tres hijos, el patrimonio era dividido en cuatro partes, de las cuales el hijo mayor recibía dos.
Aunque la primogenitura concedían honra y privilegios especiales en todas las naciones de la época, debía tener mayor significado para Esaú y Jacob. Dios había hecho un pacto especial con su abuelo Abraham (Gén. 12:1-3). Ese pacto no sólo incluía la promesa de que la tierra de Canaán le pertenecería a los descendientes de Abraham; también contenía la promesa de que un Redentor, el Mesías mismo, vendría de la simiente de Abraham. Estas promesas eran parte integral de la primogenitura.
Había entonces dos aspectos en cuanto a la primogenitura, uno físico y uno espiritual, y estos aspectos lo convertían en un privilegio muy glorioso y bienaventurado. Ni Jacob ni Esaú valoraban justamente la primogenitura. A juzgar por el interés que posteriormente manifestó por la prosperidad material, probablemente estemos en lo cierto si decimos que el interés de Jacob en la primogenitura estaba más motivado por el aspecto material de poseer la tierra de Canaán que por el aspecto espiritual. Desde luego, Jacob llegó a apreciar el aspecto espiritual, pero eso sucedió años más tarde.

El baratillo
Si Jacob valoraba un aspecto de la primogenitura, es obvio que Esaú no apreciaba ninguno, y esto nos lleva a considerar el baratillo que llevó a cabo.
Esaú y Jacob eran tan diferentes como puede ser posible entre dos hombres. Esaú era un hombre de exteriores, de hacer sus actividades al aire libre. Si estuviera vivo hoy, estaría participando en deportes, hablando acerca de deportes o viendo deportes en el televisor, y tendría a las mujeres desmayándose por él. Jacob, por el otro lado, era un hombre sencillo y tranquilo que detestaba el esfuerzo físico y que se apoyaba en su sagacidad para sacar ventaja.
El día en que sucedieron los hechos narrados en este pasaje, las personalidades tanto de Esaú como de Jacob salen a relucir poderosamente. Esaú había estado cazando, mientras que Jacob estaba en casa preparando un guiso. Con su habilidad astuta para concebir las cosas, planificar por adelantado y discernir cómo los demás reaccionarían ante una situación dada, es completamente probable que Jacob hubiera planeado esta ocasión. Él sabía que Esaú era un hombre impulsivo que realmente no valoraba su primogenitura, y que regresaría de cazar con tanta hambre que haría cualquier cosa por comida. Jacob se preparó para asegurarse de tener un guiso sustancioso hecho a la perfección y esperando por Esaú.
Cuando Esaú entró a la escena fue inmediatamente obvio a Jacob de que había planificado las cosas bien. En efecto, Esaú estaba hambriento y no perdió tiempo en exigir algo del guiso; y Jacob, por su parte, no perdió tiempo en ofrecer a Esaú el trato que había concebido: el guiso a cambio de la primogenitura. Esaú estuvo de acuerdo tan rápido como un rayo, comió el guiso y se fue.

El significado del baratillo
En sí mismo el trato no tenía ninguna validez en cuanto a la posesión eventual de la primogenitura. Encontramos más adelante que Isaac todavía estaba planeando dar la bendición del primogénito a Esaú, y eso requirió que Jacob y su madre tuvieran que hacer más maniobras de astucia. Pero el trato que Jacob y Esaú hicieron reflejó con certeza las prioridades y el carácter de ambos hombres. Reveló la actitud engañosa de Jacob—un rasgo que Dios trató dura y largamente con él— y reveló un defecto trágico y terrible en Esaú.
¿Cuál era el defecto de Esaú? ¿Por qué trató con tanta ligereza algo de un valor tan significativo? La respuesta está en que era un hombre que vivía para el momento. Para él, la primogenitura era algo distante e indefinido, algo que podía no materializarse nunca. Por el otro lado, en ese momento su hambre era real y urgente. Dijo: “He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?” (Gén. 25:32).
Desde luego, esto fue una exageración monstruosa. Esaú no estaba en peligro inminente de inanición, como sus palabras implicaban. Un hombre que pudo regresar a su campamento trayendo la caza obtenida con él, tenía ciertamente fuerzas suficientes para esperar que una comida sea preparada. Pero el punto es que Esaú sintió en ese momento particular que estaba desesperado por comida, y ese sentimiento era todo lo que le importaba. El predicador escocés Hugh Black dice acerca de Esaú: “Él siente que se va a morir, como están seguros los hombres que son como él cuando no obtienen lo que desean y están dominados por esa pasión.” ¡La pasión del momento es todo lo que cuenta! La gratificación instantánea—ésa era la mentalidad de Esaú.
No hay escasez de aplicaciones en cuanto a este punto. Los jóvenes sienten pasión sexual y permiten que el sentimiento del momento les haga hacer caso omiso a la terrible enfermedad del SIDA que puede brotar en ellos unos pocos años más tarde, para no mencionar la culpa y la pérdida del respeto personal que a menudo llega sólo momentos después. El hombre de negocios ve la oportunidad de avance si tan sólo participa de un trato algo tramposo, y permite así que el deseo del momento, el deseo de ser exitoso y de tener seguridad financiera le impida ver la posibilidad de ser procesado por fraude. La joven pareja de recién casados encuentran que el deseo tras algunas cosas es tan atractivo que se tiran de cabeza en deudas y de manera temeraria restan importancia a la bancarrota que les aguarda al final del camino. El estudiante universitario inserta la aguja en su brazo porque no puede decir que no a las intensas ansias del momento, sacando completamente de su mente la ruina que se avecina sobre su salud y bienestar.
No estoy sugiriendo que las consecuencias inmediatas del pecado son la única razón para evitarlo. El pecado está mal aun cuando no haya consecuencias inmediatas envueltas. Pero restar importancia a las consecuencias del pecado es un indicativo de que la actitud de Esaú todavía está bien activa. En gran medida, la habilidad de vivir feliz y exitosamente está unido al hecho de mantener firmes en la mente las consecuencias futuras de las decisiones del presente. Pero esta generación la está pasando mal en cuanto a esto y frecuentemente cae en la trampa del “defecto de Esaú”— viviendo para el momento y esperando que el futuro se cuide solo.

La manifestación más trágica del “defecto de Esaú”
Como se puede observar fácilmente en los ejemplos que he citado, esta trampa nos puede atrapar en una gran variedad de maneras, pero la más trágica de todas es cuando negociamos nuestras almas eternas por la gratificación del momento.
El evangelio de Jesucristo se parece mucho a la primogenitura que Esaú desperdició. Nos ofrece beneficios que no se ven, intangibles, distantes, indefinidos. Nos dice que si nos postramos ante Jesucristo como nuestro Señor y Salvador recibiremos el perdón de Dios por nuestros pecados, el Espíritu Santo de Dios morará en nosotros para guiarnos y llevarnos a la madurez en las cosas de Dios, y al término de esta vida, nos introducirá a la presencia de Dios y a las glorias celestiales. Pero el perdón de los pecados no es algo que se puede ver ni tocar. Tampoco la morada del Espíritu Santo. El cielo está en algún lugar allá afuera, pero en lo que concierne a muchos, en el mejor de los casos es una realidad distante. Esa es la mentalidad de Esaú en operación, y cuando llega el evangelio con sus gloriosas ofertas, la forma de pensar de Esaú busca la manera de establecerse y tomar control. Millones lo han hecho, y millones están haciendo con el evangelio de la misma manera que hizo Esaú con la primogenitura. Han dado sus espaldas y se han alejado del mismo para poder así comer alguna exquisitez que el mundo tiene que ofrecer y que sólo puede satisfacer transitoriamente.
Si eres uno de esos que está a punto de vender su alma a causa de alguna gratificación momentánea, te urjo a sopesar la pregunta que Jesús hizo al respecto: “Porque, ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16:26).
Mira todo lo que el mundo tiene que ofrecer y luego mira la vasta infinitud de la eternidad que pasarás en el cielo o en el infierno. ¿Estás listo para cambiar el bienestar eterno de tu alma en el cielo por algo que únicamente te dará una gratificación temporal? Eso es exactamente lo que haces cuando cierras tus oídos al evangelio y te apartas de él.
El autor de Hebreos nos dice que Esaú llegó a lamentar la decisión que tomó, lo único que ya era demasiado tarde para hacer nada al respecto. Nos dice: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (Heb. 12:17).
Espero que no repetirás el trágico error de Esaú, sino que comprenderás cuán inestimablemente precioso es el evangelio y lo abrazarás antes de que sea demasiado tarde. No permitas que las pasiones y apetitos del momento te cieguen a las realidades eternas. Esas realidades pueden parecer tenues y distantes ahora, pero se harán reales y presentes mucho más rápido de lo que imaginas.



* Traducido al español y publicado en EL SONIDO DE LA VERDAD con el permiso del autor. El contenido es un capítulo de su libro “How to Live in a Dangerous World.”

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