“La ira del rey es mensajero de muerte; mas el hombre sabio la evitará” (Proverbios 16:14).
Este es un proverbio que nos instruye, no tanto a dominar el temperamento para no enojarnos contra otros, sino a ser sabios ante la ira de los demás, en este caso la ira del rey. Un rey airado podía llegar a infligir la muerte de uno de sus súbditos. Como nos dice Charles Bridges en su comentario:
“Aquí se desarrolla el vasto poder de un rey en un cuadro gráfico del despotismo oriental. La vida y la muerte están en sus manos. Su voluntad es una ley (Ecl.8:4). Cada señal de su ira, aun su ceño fruncido o la palabra de su boca, es un mensajero de muerte. El déspota declara la orden y el verdugo realiza su encomienda sin tardanza o resistencia. No era poca la sabiduría que se necesitaba para apaciguar su ira” (p.235).
La ira del rey podría estar justificada. En tal situación el hombre sabio será lo suficientemente humilde como para reconocer su falta y enmendar sus caminos. El arrepentimiento y la confesión a tiempo pueden evitar grandes consecuencias que los soberbios sufren sin necesidad a causa de su obstinación. Si la ira del rey es injustificada, es de sabios saber responder a la ocasión con las palabras, los gestos y las actitudes adecuadas. La blanda respuesta aplaca la ira hasta de los reyes más arbitrarios (Prov. 15:1). La prudencia nos enseña a no colocarnos innecesariamente en el camino del furor de hombres autoritarios.
Un hombre sabio ve más allá de la situación que tiene por delante. Puede prever las consecuencias que determinadas reacciones pueden provocar. ¿Por qué exacerbar los ánimos de alguien que tiene en su potestad producir daños irreversibles? ¿Por qué tenemos que necesariamente ganar un punto inútil? ¿Por qué llevar la situación a extremos peligrosos? Algunos se ufanan de ser valientes, y lo son, pero también son insensatos. Son dominados de tal manera por sus pasiones que quedan carcomidos por sus propios enojos. “Como rugido de cachorro de león es el terror del rey; el que lo enfurece peca contra sí mismo” (Prov. 20:2).
Considera los siguientes textos:
“Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la mansedumbre hará cesar grandes ofensas” (Ecl. 10:4). “Con larga paciencia se aplaca el príncipe, y la lengua blanda quebranta los huesos” (Prov. 25:15). “Los hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas; mas los sabios apartan la ira” (Prov. 29:8).
Jonatán supo apaciguar la ira de su padre (1 Sam.19:4-6). Aprendamos también la escuela de la sabiduría cómo evitar y aplacar el enojo de los demás. Una cosa es aprender a controlar la ira en nosotros mismos, y otra muy diferente saber reaccionar ante la ira de los demás o evitar que ésta se encienda. Según los textos antes mencionados, la mansedumbre y la paciencia son claves para lograrlo. Pide a Dios que te ayude a desarrollar el arte de calmar y sosegar el enojo en los demás. ¿Por qué no hacerlo ahora?
© Salvador Gómez Dickson
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