por Roger Ellsworth*
1 Reyes 13:1-26
La maldad del rey Jeroboam de Israel nos ofrece otra oportunidad para observar un peligro que amenaza constantemente al pueblo de Dios. Me refiero al peligro de colocar las experiencias subjetivas por encima de la Palabra de Dios. Podemos hacer eso con nuestras propias experiencias o con las de otra persona.
El profeta anónimo de 1 Reyes 13 nos arroja luz acerca de esta tragedia. Este profeta fue enviado por el Señor desde Judá para denunciar la nueva religión que Jeroboam había establecido en el reino de Israel. Como ya observamos anteriormente, esa religión estaba centrada en la adoración de un becerro de oro (1 Reyes 12:28-29).
Una tarea claramente definida
Es esencial que entendamos que no existía ninguna ambigüedad en cuanto a la asignación que el Señor había encomendado a su profeta. El profeta debía ir a Betel (1 Reyes 13:1), hacer una denuncia pública contra el altar idolátrico de Jeroboam (v. 2), darles una señal para confirmar el mensaje (v. 3) y regresar a casa por una camino diferente sin detenerse a comer o beber (v. 9).
Un desempeño admirable
A medida que se va desarrollando el capítulo, encontramos al profeta llevando a cabo su tarea de un modo admirable y maravilloso. Fue a Betel, halló a Jeroboam en el altar mientras se preparaba para ofrecer incienso a su becerro y proclamó públicamente respecto al altar: ‘Oh altar, altar, así dice el Señor: He aquí, a la casa de David le nacerá un hijo, que se llamará Josías; y él sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman incienso sobre ti, y sobre ti serán quemados huesos humanos’ (v. 2). Después anunció la señal de confirmación que el Señor le había dado: que el altar se rompería y sus cenizas serían derramadas (v. 3).
Desde luego, Jeroboam no lo tomó bien. Después de escuchar la señal del profeta, señaló hacia él y dio orden de arresto: ‘¡Prendedlo!’ (v. 4). Tan pronto como salieron las palabras de su boca, recibió una confirmación inesperada de la veracidad del mensaje del profeta. Su mano ‘se secó’ de tal manera que no pudo volverla hacia sí (v. 4) y el altar de rompió exactamente como lo había expresado el profeta (v. 5).
La mano seca y la división del altar hicieron que Jeroboam experimentara un cambio de corazón muy repentino con respecto al profeta. Ahora sabía que realmente se encontraba en la presencia de un verdadero profeta del Dios vivo, y rogó al profeta que orara por la restauración de su mano. El profeta lo hizo así y la mano de Jeroboam fue restaurada tan rápidamente como había sido secada (v. 6).
Jeroboam llegó incluso a invitar al profeta a su casa, pero el profeta se rehusó declarando categóricamente lo que el Señor le había dicho: ‘No comerás pan, ni beberás agua, ni volverás por el camino que fuiste” (v. 9). Se fue por una ruta diferente a aquella por la cual había venido, haciendo exactamente como el Señor le había ordenado (v. 10).
Fue realmente una actuación asombrosa en todos los sentidos. Lo que esperaríamos ahora sería que la historia llegara a su final leyendo que el profeta regresó a Judá y vivió feliz para siempre.
Un giro inesperado
Pero de repente entra en escena una dimensión completamente inesperada en la figura de un viejo profeta. Dos palabras deberían hacernos sospechar de este viejo personaje: las palabras ‘profeta’ y ‘Betel’. Éste, un profeta, vivía justo en el centro de la religión de Jeroboam, pero nunca leemos que haya hablado en contra de Jeroboam o de su altar. Parece haber estado feliz co-existiendo de manera pacífica con la religión de Jeroboam mientras se deleitaba a sí mismo con las memorias de viejas posturas a favor de Dios y de la verdad.
Esta tregua que el anciano hizo con la religión falsa de Jeroboam fue deshecha cuando recibió de sus hijos un relato de lo que el profeta de Judá había hecho (v. 11). El excelente desempeño del profeta de Judá y la manera en que ese desempeño entusiasmó a sus hijos lo avergonzó. Pero en lugar de buscar con tranquilidad un lugar para el arrepentimiento, el viejo profeta se fue tras su colega profeta (v. 12-14).
¿Por qué hizo esto? Si podía persuadir al profeta de Judá para que viniera y pasara un tiempo junto a él, luciría como si los dos fueran iguales, y su falta en dejar de denunciar la idolatría de Jeroboam quedaría cubierta, o por lo menos se notaría menos a los ojos de sus hijos.
Tan desesperado estaba el viejo hombre por tener el respeto que confería la presencia de su colega profeta que recurrió al engaño para lograrlo. Venció la renuencia del profeta a cenar con él asegurándole que había recibido una visita de un ángel del Señor. Afirmó que este ángel le había asegurado que era completamente correcto para el profeta de Judá el comer y beber en Betel después de todo, y que sus antiguas órdenes habían sido revocadas (v. 18).
El profeta de Judá creyó a sus palabras y fue a la casa del anciano. Confió en lo que creyó ser una experiencia válida y no en la Palabra de Dios. No importa el hecho de que el viejo profeta realmente no hubiera tenido esa experiencia y que se la haya inventado. El punto es que el profeta de Judá aceptó la declaración de este hombre como buena y válida y depositó su fe en la experiencia subjetiva del viejo profeta.
Ante el argumento de que todos los profetas de Dios recibieron sus mensajes a través de experiencias subjetivas, podemos responder que para ese momento, el profeta de Judá se había movido a otro ámbito. Había visto a Dios honrar su obediencia a la palabra que recibió originalmente, la palabra que claramente le ordenaba regresar a su casa sin detenerse a comer o a beber. Aunque el profeta de Judá tuvo una confirmación distintiva de que su mensaje era realmente de Dios, se rehusó a confiar en esa palabra hasta el final. En lugar de ello, subyugó lo que sabía era la palabra de Dios a una experiencia subjetiva.
Un final trágico
El profeta de Judá no se dio cuenta de su insensatez hasta que se sentó a la mesa del viejo profeta. Una vez allí su huesped anunció de manera repentina que el hombre de Dios no regresaría a casa, sino que moriría a causa de su desobediencia a Dios (vv. 20-22). La profecía se cumplió de forma trágica. Mientras el profeta iba camino a su casa, le salió al encuentro un león y lo mató (vv. 23-24).
Una verdad duradera
Este extraño relato proclama con fuerza una verdad muy necesitada por las iglesias de hoy. Esta verdad se puede expresar con las siguientes palabras: nunca debemos colocar las experiencias subjetivas, sean nuestras o de otros, por encima de la Palabra de Dios. Tenemos la Palabra de Dios en la Escritura. El apóstol Pablo declara con firmeza: ‘Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra’ (2 Tim. 3:16-17).
El apóstol Pedro explica las Escrituras del siguiente modo: ‘Hombres inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios’ (2 Pedro 1:21).
Es muy significativo que Pedro hace esta declaración inmediatamente después de hacer referencia a una experiencia indescriptiblemente gloriosa que él tuvo; una en la que vio al Señor Jesús asumir una apariencia celestial ante sus propios ojos. Pedro dice que él y los que estaban con él fueron ‘testigos oculares de su maestad’ (2 Pedro 1:16). Luego añade: ‘Pues cuando El recibió honor y gloria de Dios Padre, la majestuosa Gloria le hizo esta declaración: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; y nosotros mismos escuchamos esta declaración, hecha desde el cielo cuando estábamos con El en el monte santo’ (2 Pedro 1:17-18).
¡Qué experiencia tan extraordinaria! Pero el apóstol Pedro procede a decir que él y los demás discípulos tenían algo mucho más seguro que esa experiencia. ¿Qué era aquello más seguro? ¡La Palabra de Dios! Pedro colocó la Palabra de Dios por encima de su propia experiencia. Al igual que el apóstol Juan, Pedro también hubiera estaba dispuesto a argumentar que el hecho de que hayamos tenido una experiencia no significa necesariamente que ésta vino de Dios porque hay muchos falsos profetas en este mundo (1 Juan 4:1). Por tanto, es esencial que veamos nuestras experiencias a la luz de las enseñanzas de la Palabra de Dios.
Esto va en contra de mucho de lo que se ve en la cristiandad hoy día. Nada es más común entre los cristianos de hoy que el colocar las experiencias personales por encima de la Escritura. En ocasiones esto es expresado de manera muy abierta y sin rodeos. Un creyente llegó tan lejos como para escribir en la solapa de su Biblia: ‘No me importa lo que la Biblia diga; yo tuve una experiencia’.
La misma mentalidad es evidente en este popular lema: ‘El hombre con experiencia nunca está a la merced del hombre con un argumento’.
Las experiencias subjetivas son consideradas por un gran segmento de los cristianos de hoy como si se autenticaran a sí mismas. En lo que a ellos se refiere, una experiencia conmovedora está más allá de toda discusión. Cualquier cosa que experimenten tiene que ser necesariamente cierta. Si alguien ha tenido una experiencia, él o ella pueden apoyarse en eso. Tal cosa no puede estar mal.
Los falsos profetas de los tiempos de Jeremías estaban poniendo sus experiencias por encima de la Palabra de Dios. Todos decían: ‘¡He tenido un sueño, he tenido un sueño!’ (Jer. 23:25). Dios no estaba impresionado con estos profetas y sus sueños. Jeremías registra la respuesta que les fue dada con las siguientes palabras:
‘El profeta que tenga un sueño, que cuente su sueño, pero el que tenga mi palabra, que hable mi palabra con fidelidad. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano?—declara el Señor’ (Jer. 23:28).
Entonces Dios hizo una clara distinción entre su Palabra y las experiencias emocionales de los falsos profetas. Les dice que no equiparen las cosas cosas, y que de ningún modo consideren sus experiencias como si estuvieran a la par con su Palabra, o como superior a la misma. Están tan lejos de ser iguales como lo está la paja del grano.
Nadie estableció esta verdad de un moodo más devastador y dramático que el apóstol Pablo en su carta a los cristianos gálatas. Les urgió a no dejarse apartar del evangelio de Jesucristo, aun cuando la tentación viniera de un ángel del cielo. El apóstol dijo: ‘Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema’ (Gál. 1:8).
Las experiencias subjetivas pueden ser muy atractivas y conmovedoras, pero no se pueden comparar con la Palabra de Dios ni deben ser colocadas por encima de ella. El profeta de Judá es un testimonio perpetuo de esta verdad.
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