Al ver el triste ejemplo de muchos políticos que se sirven del estado y de los pueblos para su beneficio personal, muchos no dudan en expresar que los cristianos no deberían de participar de la política ni aceptar ciertos puestos públicos.
Los redactores de la Confesión Bautista de Fe de 1689 no titubearon en expresar su punto de vista al respecto en el capítulo 24, párrafo 2:
“Es lícito para los cristianos aceptar cargos dentro de la autoridad civil cuando sean llamados para ello; en el desempeño de dichos cargos deben mantener especialmente la justicia y la paz, según las buenas leyes de cada reino y Estado”.
La Biblia no sólo incluye el ejemplo de importantes hombres de Dios que participaron de cargos públicos muy elevados (como es el caso de José, Nehemías y Daniel —algunos de ellos en naciones paganas), sino que también plantea la manera en que aquellos que logren puestos eminentes deben conducirse.
Ojalá surjan muchos creyentes capaces y llenos del Espíritu de Dios que, con vocación de servicio, ministren a su generación con temor de Dios y pulcritud. Necesitamos políticos que estén más interesados en hacer las cosas a la manera de Dios que en lograr cifras favorables en las encuestas. La opinión de ese Dios vale infinitamente más que la de todos los votantes juntos.
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