Por Charles Spurgeon
[Tomado de «Las ilustraciones de Juan Arador» y traducido por Salvador Gómez Dickson]
Todos hemos oído hablar de dos hombres que se pelearon por una ostra y llamaron a un juez para que resolviera la cuestión. Lo que éste hizo fue comerse la ostra y dar una concha a cada uno. Esto me recuerda la historia de la vaca sobre la cual dos granjeros no se pusieron de acuerdo, entonces los abogados intervinieron y ordeñaron la vaca por ellos, y les cobraron por la molestia de beber la leche. Por medio de la ley poco se consigue y se pierde mucho. Los procesos legales suelen durar demasiado y nos hacen gastar y desgastarnos antes de que lleguen a su fin. Es mucho mejor arreglar las cosas y mantenerse fuera de los tribunales, porque si te atrapan allí, quedarás atrapado entre las zarzas y no podrás salir sin sufrir daño. Juan Arador siente un sudor frío ante la idea de caer en manos de abogados. No le importa ir a Jericó, pero teme a los caballeros del camino, porque rara vez dejan una pluma en el ganso que recogen.
Sin embargo, si los hombres quieren pelear, que no echen la culpa a los abogados; si la ley fuera más barata, las personas contenciosas pelearían más y a la larga gastarían casi la misma cantidad. A veces, sin embargo, nos arrastran a los tribunales, queramos o no, y entonces hay que ser sabios como una serpiente e inofensivos como una paloma. Feliz el que encuentra un abogado honesto y no intenta ser su propio cliente. Un buen abogado siempre tratará de proteger a la gente de asuntos legales; pero algunos clientes son como polillas con la vela; tienen que quemarse y harán todo lo posible para lograrlo. Aquel que es tan sabio como para no aprender tendrá que pagar caro su orgullo.
Deja que los perros ladren y muerdan,
Y que sus huesos así pierdan;
A los osos y leones que gruñan dejaré,
Pero en litigios no me meteré.
Es ciertamente triste sufrir el mal,
Pero los pleitos legales son vanidad;
Invertir dinero en pleitos no es libertad.
Ni hará que mi dolor llegue a su final.
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