viernes, 16 de noviembre de 2018

Zacarías: la tragedia de la incredulidad

por Roger Ellsworth

Lucas 1:5-25

Aquí tenemos un mensaje en gran manera maravilloso y una tragedia muy lamentable. Zacarías era sacerdote, pero era mucho más que eso. Es posible ser un religioso profesional no tener nada de respeto hacia Dios y sus leyes, pero Zacarías y su esposa eran ‘justos delante de Dios, y se conducían intachablemente en todos los mandamientos y preceptos del Señor’ (Lucas 1:6). Zacarías y Elisabet eran personas piadosas. Ellos amaron, siervieron y obedecieron a Dios, y creyeron que Dios cumpliría su promesa con respecto a la venida del Mesías.

Hasta aquí todo parece estar bien. ¿Dónde está la tragedia? Tuvo lugar en uno de los días en que correspondió a Zacarías servir en el templo. Ese día sus deberes requerían que quemara incienso (v. 9). Consistía en el ritual diario en el cual el sacerdote se aproximaba bastante al velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo. Zacarías debía colocar el incienso sobre los carbones ardientes del altar. Esto provocaba que se levantara una nube de fragancia, la cual representaba la gratitud del pueblo de Dios por la redención de la que gozaban por medio de la sangre derramada.

Las personas estaban afuera esperando que Zacarías regresara del altar del incienso. Esperaron y esperaron, pero no apareció. ¿Qué sucedió?

Lucas nos dice que un ángel del Señor apareció a Zacarías mientras se encontraba en el lugar santo (v. 11). Ese ángel se identificó a sí mismo más tarde como Gabriel (v. 19).

El mensaje de Gabriel

Gabriel tenía un mensaje para Zacarías ese día. Era un mensaje especial, un mensaje deleitosamente maravilloso y glorioso que constaba de dos partes. Primero, Gabriel compartió este anunció con Zacarías: ‘No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y lo llamarás Juan’ (v. 13). Luego Gabriel procedió a asegurar a Zacarías que su hijo no sería un hijo ordinario, sino que de hecho sería un precursor del Mesías mismo (v. 17).

La respuesta de Zacarías

Buenas noticias como ésa son un llamado a regocijo formidable, pero Zacarías no estaba lleno de tal gozo. Respondió a la buena noticia por medio de una pregunta: ‘¿Cómo podré saber esto? Porque yo soy anciano y mi mujer es de edad avanzada’ (v. 18).

Sólo hay algo casi tan trágico como el de un incrédulo que no cree, y es el creyente que no cree. Aquí tenemos el triste espectáculo de Zacarías fungiendo el rol de un creyente que no cree. Era un creyente en Dios y en sus promesas, pero no creyó el mensaje de Dios que Gabriel le había acabado de comunicar.

Razones para la incredulidad

Ciertamente era un espectáculo muy triste. Zacarías tenía todas las razones del mundo para creer. El hecho de que un ángel estuviera justo allí frente a él debió haber sido suficiente para convencerle de que el mensaje vendría a un ciertísimo cumplimiento. En adición a esto, él y Elisabet habían estado orando por lo primero que Gabriel les anunció, un hijo, y como gente de fe, habían estado esperando lo segundo, la llegada del Mesías. Por ende, aquí tenemos la chocante escena de un hombre que ora por y estaba esperanzado en aquellas cosas que nunca esperaba recibir.
Además, Zacarías tenía un precedente histórico para guiarle y alentarle en el asunto mismo que le turbaba. El Antiguo Testamento, que él amaba y reverenciaba, le había informado que toda su nación —la nación de Israel— vino a ser como resultado de una pareja de ancianos que tuvo un hijo. El cuerpo de Abraham estaba ‘casi muerto’ (Heb. 11:12), y su esposa Sara ya había sobrepasado la capacidad de concebir. Pero eso no detuvo al Señor. Él y un par de sus ángeles se le aparecieron un día para asegurar a Abraham y a Sara de que nada es demasiado difícil para el Señor y de que ellos ciertamente tendrían un hijo (Gén. 18:1-15). Zacarías conocía bien esa historia, y como quiera se rehusó a creer. Permitió que lo que sabía sobre sus circunstancias invalidaran lo que él sabía acerca de Dios.

No podemos leer sobre la reacción de Zacarías al mensaje de Gabriel sin compararla con lo que encontramos más adelante en este mismo capítulo. En el sexto mes del embarazo de Elisabet (sí, la palabra de Dios ciertamente se cumplió), Gabriel se apareció a la virgen María para anunciarle que había sido escogida para que se concibiera en ella al Mesías (Lucas 1:26-38).

El mensaje de Gabriel a María la colocó en una situación que era tan similar como diferente a aquella en la que se encontraba Zacarías. Las situaciones eran similares en lo siguiente: cada uno escuchó un mensaje que lucía imposible de cumplirse. Mientras a Zacarías se le pidió que creyera que él y Elisabet tendrían un hijo siendo aún de edad avanzada, a María se le pidió que creyera que ella tendría un hijo sin la participación de ningún padre humano (vv. 34-35).

Sus situaciones eran diferentes, no obstante, en que María no tenía tanta evidencia como la que Zacarías tenía. Mientras Zacarías podía ir al Antiguo Testamento y encontrar el relato de Abraham y Sara, no había un relato similar que María leyera. Ninguna virgen había concebido jamás, ni había dado a luz un hijo.

María difería de Zacarías en otro punto adicional. Después de escuchar el mensaje de Gabriel, ella respondió tranquilamente: ‘He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra’ (v. 38).

Los resultados de la incredulidad de Zacarías

Pero regresemos a Zacarías. Gabriel no tomó a la ligera la reacción incrédula de Zacarías. Al escucharla, declaró: ‘Yo soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte estas buenas nuevas. Y he aquí, te quedarás mudo, y no podrás hablar hasta el día en que todo esto acontezca, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su debido tiempo’ (vv. 19-20).

Lo último que Zacarías dijo en un período de nueve meses fue una expresión de incredulidad. Cuando por fin pudo hablar de nuevo, prorrumpió en un torrente de alabanza que debió haber estado en sus labios cuando Gabriel se le apareció originalmente (vv. 67-79).


Ejemplos de creyentes incrédulos

La Escritura hace mención en repetidas ocasiones de la triste realidad de los creyentes incrédulos. Tomás se rehusó a creer que Jesús había resucitado de la tumba aun a pesar de que los demás discípulos todavía estaban sobrecogidos de emoción por haberle visto. El gozo de ellos no pudo disipar la nube sombría de tristeza que se cernía sobre él. ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré’ (Juan 20:25). En realidad ya Tomás tenía evidencia suficiente para creer que Jesús se había levantado de la tumba. Había escuchado las predicciones de Jesús al respecto (Mt. 16:21; 17:22-23; 20:17-19). Tan sólo unos días antes de Tomás hacer su oscuro juramento, vio a Jesús colocarse ante la tumba de Lázaro y haberle resucitado de los muertos (Juan 11). Aun antes de esto, Jesús ya había levantado a otros dos de entre los muertos (Mr. 5:35-43; Luc. 7:11-15) y Tomás, como uno de los doce que acompañó al Señor durante su ministerio, habría tenido conocimiento de estos eventos, aunque no hubiera sido testigo de todos ellos con sus propios ojos. Pero nada de esto fue suficiente para él.

Los discípulos en el camino a Emaús

Luego nos encontramos con dos hombres que el día de la resurrección de Jesús estaban viajando desde Jerusalén a Emaús. al igual que Tomás, habían tenido razones más que suficientes para creer que los relatos de la crucifixión que habían escuchado eran ciertos, pero se rehusaron a creer hasta que el Señor resucitado mismo caminó con ellos, reprendió su lentitud para creer y ‘les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras’ (Lucas 24:25-27).

El peligro constante a la incredulidad

Sería maravilloso si la tragedia de los creyentes incrédulos estuviera relegada a las páginas de la Escritura pero, tristemente, es una realidad que está muy presente con nosotros en la actualidad. No hemos recibido palabra de Dios por medio de un ángel, como la tuvo Zacarías, pero se equivoquen, hemos recibido la Palabra de Dios. Tenemos en la Escritura la verdad revelada de Dios. Y al igual que Zacarías, tenemos razones abundantes para creer esa Palabra de Dios. Las profecías de la Escritura que se han cumplido son suficientes en sí mismas para convencernos de la completa confiabilidad y del carácter fidedigno de la Biblia, junto a muchas otras evidencias que las acompañan.

Las similitudes entre Zacarías y nuestra propia situación van más lejos aún. La verdad segura y fidedigna de Dios que tenemos en la Escritura nos confronta con la misma opción que confrontó a Zacarías. Podemos ya sea creer o rehusarnos a creer. Las evidencias muestran que muchos cristianos son tan renuentes a creer la Palabra de Dios en la Escritura como Zacarías lo fue para creerla en los labios de Gabriel. No es que desconfiemos totalmente de la Biblia. Es más un asunto de grados. No creemos en ella en la medida en que deberíamos hacerlo. En sentido general nos suscribimos a su enseñanza, pero nos reservamos el derecho a recortarla un poco por aquí y otro poco por allá. Queremos ser creyentes selectivos y creer aquellas partes de la Escritura que nos gustan, al mismo tiempo que nos rehusamos a creer aquellas partes que van en contra de nuestras preferencias personales y de la opinión popular.

Zacarías nos habla a nosotros sobre este asunto desde un pasado distante. Nos urge desde las páginas de la Escritura a creer en Dios plenamente, aun cuando nos parezca insensato hacerlo.


Nuestra felicidad y gozo como creyentes son directamente proporcionales a la medida de nuestra fe en la Palabra de Dios. Si tenemos gran fe, tendremos gran bendición. Si tenemos poca fe, tendremos una bendición reducida. Por tanto, seamos grandes creyentes.

* Traducido al español por Salvador Gómez Dickson y publicado en EL SONIDO DE LA VERDAD con el permiso del autor. El contenido es un capítulo de su libro “How to Live in a Dangerous World.”

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