por Roger Ellsworth*
Daniel 1:1-16
Los babilonios sacaron a Daniel y a sus amigos de sus casas en Jerusalén y se los llevaron a Babilonia. Los babilonios no estaban satisfechos con privar a estos jóvenes de su tierra. Tenían la determinación de que Daniel y sus amigos repudiaran los valores judíos con miras de que abrazaran los valores de Babilonia.
La fuente de los valores de Daniel
En cuanto a los babilonios se refiere, sustituir un juego de valores por otro no era gran cosa. Daniel y sus amigos ya no se encontraban en Jerusalén sino en Babilonia, y por tanto, debían hacer lo que los babilonios hacían. Pero Daniel y sus amigos veían la situación bajo una luz completamente distinta. Entendían que sus valores judíos y los valores babilonios no eran iguales ni intercambiables. Los valores judíos no habían evolucionado en un período determinado de tiempo. Dios mismo los había dado a la nación.
Los judíos debían su existencia misma a Dios. Fue Dios quien llamó al padre de la nación, Abraham. Fue Dios quien preservó a los descendientes de Abraham cuando estuvieron esclavizados en Egipto y fueron finalmente liberados de allí. Fue Dios quien les constituyó como nación bajo la ley de Moisés. Fue Dios quien los llevó a la tierra de Canaán y los estableció allí. Todo esto y mucho más era una indicación de que los judíos no eran cualquier pueblo. Eran la posesión especial de Dios.
El hecho de que Daniel y sus amigos se hallaran en Babilonia no significaba que ahora podían echar todo aquello por la ventana. Comprendían que la presencia de ellos en Babionia daba testimonio de la realidad de su Dios y de su fidelidad en guardar su palabra. Dios había advertido a su pueblo para que se mantuvieran apartados de los ídolos, y había jurado enviarles a la cautividad exílica si se rehusaban escuchar su advertencia. Ellos se rehusaron y cayeron en cautividad tal y como Dios les dicho que sucedería.
Fue así que Daniel y sus amigos vinieron a Babilonia, con la abrasadora comprensión de que lo mejor que el pueblo de Dios debía hacer era obedecer. Llegaron a aquel lugar con el entendimiento de que serían una minoría diferente en un cultura hostil a sus creencias en gran medida. Llegaron con una pregunta penetrante y directa que continuamente daba punzadas en sus mentes: ¿cómo podían ellos vivir en este nueva cultura sin ser absorbidos por ella?
La prueba de los valores de Daniel
No hicieron más que llegar e inmediatamente fueron tentados en el área de la obediencia a Dios. Fueron inscritos en una escuela especial para entrenarles a servir al rey (Dan. 1:5), y se les puso comida babilónica por delante. Por supuesto, había elementos de la cultura babilónica que no entraba en conflicto con las cosas de Dios, y en esos aspectos Daniel y sus amigos no vacilaron en conformarse (aceptaron los nombres babilónicos y estuvieron dispuestos a aceptar trabajos babilónicos). Pero en aquellas cosas en que la cultura babilónica chocaba con la ley de Dios, Daniel y sus amigos tenían el llamado a permanecer firmes a favor de Dios. La comida, aunque parecía tan inocente e inofensiva, era una de esas cosas.
La presión a ceder en cuanto a esto era intensa. La presión política, y la oportunidad de avanzar y colocarse delante de los demás jóvenes, estaban ahí. La presión de grupo, la presión de hacer lo que todos estaban haciendo, estaba ahí. La presión religiosa también estaba ahí. El hecho de que Daniel y sus amigos estuvieran en cautiverio parecía indicar que su Dios les había fallado y que los dioses de los babilonios habían prevalecido. A la luz de esto, ¿por qué no renunciar a su Dios y adaptarse a la adoración de los dioses babilónicos?
El propósito del corazón de Daniel
Aunque la presión era enorme, Daniel y sus amigos se rehusaron a ceder. ¿Cómo lograron resistir una presión tan enorme? La respuesta la encontramos en estas palabras: ‘Se propuso Daniel en su corazón no contaminarse…’ (v. 8). ¿Significa esto que Daniel era uno de esos hombres extraños, capaz de llevar a cabo lo que se propone con una voluntad de hierro y una determinación inquebrantable?
No puede haber ninguna duda con el hecho de que la determinación para llevar a cabo lo propuesto estaba presente, pero hay mucho más que eso. La resolución de Daniel se alimentaba de algo más. Era su convicción de que en última instancia él no era un ciudadano del reino de Babilonia o del reino de Judá, sino más bien de un reino superior —el reino de los cielos. Y su soberano no era Nabucodonosor o algún otro gobernante terrenal, sino ‘el Dios del cielo’ (Dan. 2:18, 19, 28, 37, 44). Daniel habló a sus amigos acerca de Dios del siguiente modo:
‘Daniel habló, y dijo: Sea el nombre de Dios bendito por los siglos de los siglos, porque la sabiduría y el poder son de El. El es quien cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes; da sabiduría a los sabios, y conocimiento a los entendidos. El es quien revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y la luz mora con El’ (Daniel 2:20-22).
El reconocer que hay un Dios así en los cielos cambia todas las cosas aquí en la tierra. Podemos confiar que un Dios así puede proteger y vindicar a su pueblo cuando ellos se identifican con su causa. Lo que Daniel y sus amigos hicieron fue precisamente confiar. Solicitaron que se les concediera diez días sin la comida del rey, y que luego fueran evaluados para ver si estaban mejor o peor que los que sí la comieron (Dan. 1:11-13). Y el Dios del cielo se aseguró de que estuvieran mejor (v. 15).
Lecciones de la vida de Daniel
Debería ser obvio a todos lo que conocemos al Señor el hecho de que nos encontramos en una situación muy similar a aquella en que estaban Daniel y sus amigos. También somos un grupo minoritario dentro de una cultura a menudo es hostil hacia las cosas de Dios. La pregunta que debemos responder es la misma que confrontó a aquellos hombres: ¿cómo podemos vivir en esta cultura sin ser tragados por la misma?
Muchos que profesan ser cristianos parecen haber respondido la pregunta rindiéndose en todo. Aceptan sin tapujos todo lo que la Babilonia de nuestros días tiene que ofrecer. Piensan como babilonios, hablan como ellos y actúan como ellos. En todas las cosas son más babilonios que cristianos.
El mero hecho de llamarnos cristianos no significa que lo seamos, y aquellos que se han adaptado y establecido cómodamente con los babilonios lo único que hacen es mostrar lo que son en realidad.
Es imposible que los cristianos estén completamente a gusto en un mundo como éste. La vieja pregunta es válida para ellos: ¿cómo vive un cristiano en un mundo babilónico?
La capacidad de permanecer fieles a Dios en nuestra propia Babilonia sólo se alcanza cuando nos proponemos en nuestros corazones ser fieles, y sólo podemos proponernos eso en nuestros corazones si echamos un vistazo prolongado e implacable a los reinos en conflicto.
Echa un vistazo a Babilonia. Sí, hay mucho que es atractivo y atrayente en ella, cosas que el pueblo de Dios está en plena libertad de disfrutar cuando no entran en conflicto con la Palabra de Dios, pero aun con todos sus atractivos, el reino de Babilonia no es más que un reino de este mundo y a final de cuentas dejará de ser.
Luego echa un vistazo al reino de Dios. Ese reino ofrece bellezas y glorias que hacen que las bellezas de este mundo pierdan su brillo y atractivo, y ese reino permanece para siempre. Nabucodonosor, Rey de Babilonia, se vio finalmente compelido a reconocer esta verdad. Refiriéndose al Señor, dijo: ‘Su dominio es un dominio eterno, y su reino permanece de generación en generación’ (Dan. 4:34).
Nunca seremos capaces de permanecer firmes en nuestra Babilonia sino hasa que nos demos cuenta que somos ciudadanos de un reino mucho más grande, un reino que nunca dejará de ser. Podemos estar confiados en que el Dios de ese reino nos fortalecerá y ayudará aun cuando enfrentemos presiones enormes.
¿Cómo sabemos que existe tal reino? ¿Es sólo un producto de la imaginación, un mero espejismo, hacernos ilusiones? Gracias a Dios que no. Es mucho más cierto que eso. Sabemos más allá de toda duda que existe tal reino porque hay uno que vino de allí, vivió entre nosotros, murió por nosotros, se levantó de la tumba y regresó a los cielos. Ése no es otro que el Señor Jesucristo. Y cuando nos detenemos a considerar quién Él es y lo que ha hecho por nosotros, no sólo nos damos cuenta de la realidad del reino de los cielos, sino que también nos vemos a nosotros mismos deseando vivir en esta Babilonia de tal manera que traigamos gloria a Él.
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