lunes, 16 de octubre de 2017

La salvación en pasado, presente y futuro

1 Tesalonicenses 1.9–10 (LBLA) — 9 Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y de cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, 10 y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera.

El apóstol Pablo se regocija en la salvación de los tesalonicenses. El impacto transformador del evangelio en sus vidas había sido más que evidente, no sólo a él, sino también a muchos otros cercanos y lejanos a ellos. Al dar expresión a su gozo, Pablo nos enseña algo sobre la salvación que me gustaría destacar. Aunque podemos hablar de nuestra salvación como un asunto del pasado, no es menos cierto que los salvos dan evidencia de esa salvación en el presente por medio de una vida de servicio al Dios que los salvó, y además miran al futuro con expectación, esperando al bendito Salvador que los redimió de una ira tan horrenda. Es por esto que en teología se dice que somos salvos, estamos siendo salvados y seremos salvados. Las tres cosas son ciertas.


La salvación en pasado

“Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y de cómo os convertisteis de los ídolos a Dios…” (1 Tes. 1:9a).

Los tesalonicenses experimentaron el poder transformador del evangelio. Éste reorientó completamente la dirección y el curso de sus vidas. De llevar vidas enfocadas en sus ídolos pasaron a vidas centradas en Dios. La salvación no se trata de una experiencia casual de poco impacto práctico —al menos no la salvación bíblica. Se trata de una vida nueva.

2 Corintios 5.17 (LBLA) — 17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas.

Una vida no transformada es indicativo de un alma que todavía no ha sido salvada. Cuando Dios salva, Dios transforma. Adquirimos una nueva identidad que nos compromete con un nuevo estilo de vida (Rom. 6:4). Es cierto, sin embargo, que todavía no hemos llegado. No somos lo que esperamos llegar a ser en la semejanza de nuestro Salvador. Pero por otro lado, también es cierto que ya podemos celebrar. Nuestra salvación está asegurada por el poder del Padre, el amor del Hijo y el sello del Espíritu Santo, de manera que es imposible que aquel que ha sido salvado por Dios no llegue a salvo a su morada eternal. Somos más que vencedores (Rom. 8:35-39).


La salvación en presente

“…para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes. 1:9b).

Si la mente carnal piensa en una buena razón para que Dios salve a los hombres, quizás se le ocurra pensar que lo hace porque vale la pena hacerlo, que lo hace porque hay quienes son dignos de ser salvados. Pero nada más lejos de la realidad. El propósito expreso es darnos el privilegio de que dediquemos nuestras vidas a lo que realmente vale la pena, y es servir al Dios soberano y todopoderoso.

Cuando estamos conscientes del enorme privilegio de nuestra salvación no necesitamos de más argumentos para dedicar nuestras vidas al Señor. Es el mismo argumento que Pablo brinda a los Romanos en el capítulo 12 de la carta que les dirigió.

Romanos 12.1 (LBLA) — 1 Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional.

No sólo realizaremos actos de servicio esporádicos aquí y allá. Nuestras vidas serán un solo acto de servicio continuo a nuestro amado Redentor.

2 Corintios 5.14–15 (LBLA) — 14 Pues el amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por consiguiente, todos murieron; 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

Al salvarnos, el Señor no nos traslada inmediatamente a su presencia. Nos deja aquí con una solemne encomienda de servicio. Así como nuestro Señor no vino para ser servido, aquellos que son recipientes de la gracia salvadora son constituidos en siervos del Altísimo. De manera que es una vida bien vivida aquella que ha sido dedicada a los intereses del reino de los cielos, lo cual incluye el servicio a los demás como una de sus grandes prioridades. “Salvos para servir” sería una buen lema para referirnos a la vida de los cristianos.


La salvación en futuro

“…y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tes. 1:10).

Creo que hay algo que debemos aprender de los niños. Cuando esperan algo que aman se mantienen con una asombrosa actitud de expectación. Es la impaciencia nerviosa que espera un regalo prometido o un paseo anunciado. Preguntan incansablemente cuántos días faltan o si la persona ya está de camino. Nosotros los creyentes debemos ser aquellos que mantengan constancia en la esperanza. Pero tristemente, debemos admitir, nuestras actitudes no se asemejan a la de una persona que espera algo con ansiedad. Quien nos prometió que viene otra vez es el Señor que nunca miente; lo que nos ha prometido es indescriptiblemente glorioso, pero de alguna manera nuestro lenguaje corporal no transmite lo que Hebreos 9:28 expresa de los creyentes: “los que ansiosamente le esperan”.

Estamos a salvo, estamos siendo salvados… pero no hemos llegado. Todavía falta lo mejor. Lo que ya tenemos es inefable. Pero hay más aún. La gloria que nos ha de ser revelada es sencillamente incomparable (Rom. 8:18). He aquí la actitud expectante que tienen los hijos de Dios según la Palabra:

Filipenses 3.20 (LBLA) — 20 Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo.

Tito 2.13 (LBLA) — 13 aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús.

2 Timoteo 4.8 (LBLA) — 8 En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

Pero no dejes de observar el contraste que aparece en el texto. La esperanza cristiana es gloriosa, pero la alternativa es horrenda: ira venidera. La gente preferiría creer que para aquellos que no están “tan” comprometidos con Jesús habrá menos gloria, menos privilegios. Sin embargo no es así. Sólo hay dos estados eternos: salvación gloriosa o condenación perpetua. Uno de estos destinos es descrito con la frase “vida eterna”; el otro con “castigo eterno” (Mt. 25:46).

“Sed salvos de esta perversa generación” (Hch. 2:40). “Huid, salvad vuestra vida” (Jer. 48:6). “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Isa. 45:22). Nos descanses hasta encontrarte a salvo, y una vez a salvo en Cristo, “hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:29).

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