por Roger Ellsworth*
2 Crónicas 29:3-5, 15-16
Todos sabemos lo fácil que es que las cosas se ensucien. Las casas se ensucian. Lo mismo sucede con los carros, los niños, las mascotas y nuestros propios cuerpos. Una gran parte de nuestro tiempo y energías se va limpiando cosas sucias.
¿Sabías que hay diversos tipos de sucio? Por un lado está el sucio del que he hablado, el sucio físico. Pero también existe el sucio moral. ¿Has escuchado a alguien decir que algo era ‘tan común como el sucio’? No tengo ninguna duda al sugerir que el sucio moral es tan común como el sucio físico sobre el cual caminamos. Ese tipo de sucio alcanza hasta nuestros corazones y mentes individuales. Se introduce en nuestros hogares. Se introduce en nuestras iglesias y en nuestra nación.
El sucio moral no sólo se introduce en esas cosas, sino que permanece en ellas. Tiene el mismo efecto que la arena tendría si ésta es arrojada en los engranajes de una máquina. La buena noticia es ésta: el sucio moral puede ser tratado.
Cuando Ezequías llegó al trono de la nación de Judá, encontró que la misma necesitaba una buena lavada moral y espiritual. El capítulo que está frente a nosotros nos habla de esa lavada. Al analizarlo podemos aprender a cómo sacar el sucio moral de nuestras vidas.
Necesitamos consultar este capítulo y dejar que nos hable. La verdad es que muchos de nosotros necesitamos una buena lavada espiritual a la antigua. Necesitamos tener oídos espirituales que hayan sido limpiados para así poder escuchar lo que Dios nos dice. Necesitamos quitar el sucio de nuestras manos espirituales. Necesitamos que nuestros pies espirituales sean sumergidos en agua. Necesitamos que nuestros ojos espirituales sean lavados para poder así ver de nuevo. Algunos de nosotros necesitamos que nuestras bocas sean lavados con jabón espiritual.
No nos gusta escuchar este tipo de cosas. Es más fácil estar preocupados por el sucio de nuestras iglesias y de nuestra nación que por el que está presente en nuestras propias vidas. Necesitamos entender que las iglesias y el país son meras extensiones nuestras. Cuando los individuos son limpiados, las iglesias y la nación son transformadas. ¿Cómo podemos lograr entonces esta limpieza espiritual?
El peligro del sucio moral
Primero, debe haber una sólida convicción de que el sucio moral es extremadamente peligroso y dañino. Cuando Ezequías llegó al trono de Judá, era obvio que la nación se encontraba en un profundo estado de turbación. Los enemigos eran una amenaza a la existencia de la nación (2 Crón. 28:16-18, 20), muchos de los ciudadanos habían sido asesinados o deportados (2 Crón. 29:9) y el templo del Señor había sido cerrado (v. 7).
Algunos de los súbditos de Ezequías pudieron haber tenido sus dudas con respecto a la causa de la turbación de la nación, pero Ezequías no. Puso el dedo justo en el problema: ‘Y vino la ira del Señor contra Judá y Jerusalén, y Él los ha hecho objeto de espanto, de horror y de burla, como lo veis con vuestros propios ojos’ (v. 8).
Ezequías pudo ver algo con lo que parecemos tener problemas: la rebelión contra el Señor no es cosa pequeña ni inocua. Prepara el escenario para daños horrorosos y turbación. Es así por el hecho de que Dios está firme e inalterablemente opuesto a ella. El pecado en las vidas de su pueblo le mueve a hacer algo para llevarles de nuevo a sus cabales.
Nunca estaremos inclinados a tratar con el sucio moral que se ha introducido en nuestras vidas hasta que comencemos con la convicción de que el sucio moral nos hace gran daño y que tenemos que hacer algo al respecto.
El sucio moral requiere una actitud diligente
Esto nos lleva a un segundo principio, y es que lidiar con el sucio moral demanda un esfuerzo diligente.
¡Cuán diligente y persistente fue Ezequías en lo que tenía que ver con limpiar espiritualmente la nación! Comenzó con los líderes espirituales (v. 4). Primero fueron ‘santificados’ ellos mismos (v. 5). Eso significa que debían dedicarse a sí mismos a la tarea de la renovación espiritual.
Estos hombres en gran necesidad de esa renovación. No hicieron nada cuando el padre de Ezequías, Acaz, cerró el templo y se fue tras sus ídolos. Podemos quizás pensar que ellos no tenían otra opción. Después de todo, Acaz era su rey. No obstante, estos hombres habían sido encargados por un Rey mucho más grande que Acaz, el Señor mismo, para que mantuvieran la adoración del templo. Al no enfrentar a Acab, demostraron su disposición a obedecer a los hombres antes que a Dios.
Por ende, el mandato de Ezequías a que se santificaran a sí mismos fue un llamado enfático a que se arrepintieran de su negligencia, que regresaran al Señor en sus corazones y renovaran el pacto con Él.
El sucio de la negligencia
Estos hombres prestaron atención al llamdo de Ezequías. Abrieron el templo. ¡Qué espectáculo los recibió! El sucio de la negligencia estaba ahí. Matthew Henry lo llama ‘el sucio común que había contraido mientras permaneció cerrado —polvo, telaraña y el óxido de los utensilios’.
El sucio del mundo exterior
Tenemos además el sucio que se trajo de fuera, la contaminación que se introdujo del mundo exterior, representada por los ídolos y el altar idolátrico que Acab había traído al templo (2 Reyes 16:10-16). Matthew Henry nos dice que este altar, ‘aunque mantenido con nitidez’, era ‘una contaminación mayor’ a la casa de Dios ‘que la de haberlo convertido en la cloaca de la ciudad’.
El sucio oculto
También tenemos el sucio oculto. El versículo 16 nos dice que los sacerdotes entraron ‘al interior de la casa del Señor para limpiarla’.
Aparte de los sacerdotes, nadie estaba permitido a ver esta parte del templo. Pudieron haberse conformado con simplemente limpiar la parte que el público veía y haber dejado sin tocar la parte que no se veía, pero se dieron cuenta que esa parte que estaba tan lejos de los hombres de los hombres no estaba oculta de los ojos de Dios.
Su primer vistazo a todo el sucio y la mugre del templo debió haber sido muy abrumador para estos hombres, pero entraron de todas formas, y dieciséis días más tarde el trabajo fue concluido (2 Crón. 29:16).
Fue un trabajo enorme que sólo podía ser completado con un esfuerzo diligente, y estos hombres le dedicaron la diligencia que requirió.
El sucio de nuestras vidas
¿Se le ha ocurrido alguna vez que lo que tenemos en este relato es un cuadro muy preciso y perturbador de nosotros mismos? ¿No vemos el mismo tipo de sucio que hallaron los sacerdotes y levitas en el templo en nuestras propias vidas? ¿No es cierto que muchos de nosotros estamos revestidos con el sucio de la negligencia? A menudo nuestras Biblias tienen polvo sobre ellas. Nuestros aposentos de oración contienen telarañas. Con frecuencia nuestras relaciones con otros cristianos se encuentran oxidadas o en malas condiciones.
¿No es cierto que nosotros también tenemos mucho sucio en nuestras vidas que se ha introducido desde fuera? ¡Cuán frecuentemente nos dejamos llevar del mundo a nuestro alrededor y de la última encuesta de opinión para determinar lo que debemos pensar y cómo debemos actuar, en lugar de dejarnos llevar por la Palabra de Dios!
¿Y qué del sucio oculto? Podemos parecer limpios y rectos ante los hombres, pero, ¿qué ve Dios? ¿Qué deseos y pensamientos inmundos llevamos con nosotros por todas partes?
Si queremos evitar el daño calamitoso del pecado y tener la bendición de Dios en nuestras vidas, debemos enfrentar el pecado en todas sus formas. No es un trabajo fácil. Requiere que dejemos de justificarnos y excusarnos a nosotros mismos, y arrepentirnos ante Dios. Puede requerir que vayamos a un hermano o hermana en Cristo a buscar perdón y hacer restitución. Pero, tan difícil y demandante como es el deber, tiene que ser hecho si de veras vamos a experimentar una renovacion espiritual.
El sucio moral nos llama a una metodología completa
Estos versículos nos plantean otro principio para quitar el sucio moral. Lo podemos expresar del siguiente modo: quitar el sucio moral exige una esfuerzo completo y exhaustivo.
Los sacerdotes sacaron ‘toda la inmundicia’ (v. 16), limpiaron ‘toda la casa’ (v. 18) y el altar del Señor ‘con todos sus utensilios’ (v. 18), y la mesa del pan de la proposición ‘con todos sus utensilios’ (v. 18). También volvieron a introducir en el templo ‘todos los utensilios’ que Acaz había desechado (v. 19).
¿Qué hicieron con toda la basura e inmundicia que hallaron en el templo? La llevaron al torrente de Cedrón. Esto es muy significativo. El Valle de Cedrón estaba ubicado desde un área al norte de Jerusalén, pasando por el templo y el Monte de los Olivos, hasta el Mar Muerto. Durante la mayor parte del año el valle era un lecho de río seco, pero durante la temporada de lluvias se convertía en un torrente. Era el lugar perfecto para que la gente de Jerusalén echara su basura porque cuando la temporada de lluvia llegaba toda la basura era arrastrada hsata el Mar Muerto. El Torrente de Cedrón representaba, por así decirlo, una limpieza o remoción total.
Aprendemos de esto la importancia de rechazar medias tintas cuando se trata de quitar la basura de nuestras vidas. Nunca seremos perfectos en esta vida, pero asegurémonos de declarar la guerra a todos nuestros pecados y de no hacer una tregua con uno o dos de ellos. Sólo entonces tendremos el derecho de esperar un verdadero avivamiento.
No debemos dejar este pasaje sin antes observar algo adicional con respecto a este avivamiento encabezado por Ezequías; esto es, el gozo que éste produjo (2 Crón. 29:30, 36; 30:26-27).
Satanás ha sido muy eficaz esparciendo una mentira colosal. Su éxito ha radicado en dar la impresión de que el pecado nos brinda gozo y que los mandamientos de Dios nos causan miseria y dolor. La verdad es todo lo contrario. El pecado no nos da otra cosa que ruina y angustia, y los mandamientos de Dios nos brindan abundante felicidad.
No debería ser necesario que digamos estas cosas. Todo lo que tenemos que hacer es mirar a nuestro alrededor. Durante muchos años nuestra sociedad se ha hundido más y más en el pecado, y todo lo que tenemos para mostrar es miseria. ¿No ha llegado el momento para que reconozcamos con franqueza las heridas que causa el pecado y que nos volvamos a Dios con un ataque diligente y completo contra nuestros pecados? ¿No es tiempo de que dejemos de descuidar las cosas de Dios y de que saquemos el sucio que ha entrado y que se encuentra oculto en nuestras vidas? Que Dios nos ayude a hacerlo y a encontrar el gozo que viene cuando tratamos con la amenaza que representa el sucio moral.
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