Amós 7:10-17
Este pasaje nos presenta a un hombre llamado Amasías. És identificado como ‘el sacerdote de Betel’ (Amós 7:10). Cuando vemos la palabra ‘sacerdote’, solemos pensar en un sacerdote del Señor, pero este hombre estaba muy lejos de serlo. Tal como leemos en el capítulo 4, Betel había sido el lugar en el que un antiguo rey de Israel, Jeroboam, había establecido la adoración de un becerro de oro (1 Reyes 12:28-29). Ahora otro Jeroboam (Amós 7:10) estaba en el trono de Israel, y el culto idolátrico de este becerro de Betel continuó sin disminución alguna.
Todo parecía marchar espléndidamente bien en el reino de Israel. Fue un época de gran prosperidad y estabilidad (Amós 3:12, 15; 4:1; 6:4, 6), y la religión era popular y floreciente (Amós 4:4; 5:5, 21-23; 8:3, 10).
La tranquilidad de Israel no duró mucho. Un bolero y colector de higos silvestres de Judá, la nación hermana de Israel, de repente irrumpió en la escena con un mensaje claro y preocupante de parte de Dios (7:14). Este hombre, Amós, entró arrolladoramente dentro del escenario de la vida complaciente de Israel para declarar que Dios estaba irrevocablemente opuesto a toda idolatría y que estaba absolutamente comprometido con la destrucción total de la adoración idohlátrica de Betel (Amós 3:13-15). Además, Amós profetizó que el pueblo de Israel sería tomado cautivo por una nación extranjera (Amós 5:27; 6:7).
El mensaje de Amós se trató de la ira de Dios en contra del pecado de su pueblo y del juicio que sólo podía ser evitado por medio de un arrepentimiento sincero y completo.
Fue un mensaje que Amasías encontró extremadamente inquietante y molesto, a tal punto que lo primero que hizo fue reportar a Amós ante el rey (Amós 7:10-11) y luego confrontó al profeta mismo (vv. 12-13).
La gran suposición de Amasías
Al observar las palabras de Amasías al rey y a Amós, podemos detectar muy fácilmente la gran suposición que éste hace: que el mensaje de Amós no debía ser explicado como palabras de parte de Dios, sino más bien en términos del pensamiento personal de Amós. En otras palabras, el mensaje no era de origen divino, sino simplemente la voz de un simple hombre externando su evaluación personal.
Dado que, según Amasías, el mensaje de Amós no era un mensaje divino, éste podía ser rechazado sobre la base de que era impopular (‘la tierra no puede sufrir todas sus palabras’ —v. 10). También podía ser rechazado sobre la base del pluralismo. En lo que a Amasías se refería, él y su gente ya tenían su propia religión, y era muy egoísta y dogmático de parte de Amós insistir en que su manera era la correcta. De manera que por ser un mensaje algo menos que divino, ¡Amós se podía ir con él a otra parte! Es así entonces que Amasías no titubeó en decir a Amós: ‘Vidente, vete, huye a tierra de Judá, y come allá tu pan, y profetiza allá; y no profetices más en Betel’ (Amós 7:12-13).
Lo único que no le pasó por la mente a Amasías fue la posibilidad de que Amós no estuviera allí por elección propia, sino más bien a causa de una directriz divina, y que su mensaje en aquel lugar no fue de us propia invención, sino una revelación de parte de Dios. Amós no tardó en corregirle con respecto a ambas cosas. Afirmó que fue Dios quien le ‘tomó’ mientras seguía a su rebaño, y que fue Dios quien le dijo claramente: ‘Vé y profetiza a mi pueblo Israel’ (v. 15). De haber sido por elección propia, Amós todavía estuviera atendiendo a su rebaño y su árbol sicómoro, pero fue un asunto de elección divina y de un mensaje divino.
A primera vista podría parecer que el intercambio entre Amasías y Amós había sido un empate. Amasías afirmaba que el mensaje de Amós era suyo propio, y Amós afirmaba no serlo. ¿Vemos esto de manera similar a como consideramos los debates en que caen los niños? Uno dice al otro que es algo y el otro lo niega, para entonces el primero responderle: ‘¡Sí, lo eres!’ y el segundo replica: ‘¡No, no lo soy!’ Y así sucesivamente.
La evidencia de Amós
Si vemos el encuentro entre Amasías y Amós de esta manera, estamos muy equivocados. No era la mera discusión infantil de acusación y contraacusación. Había evidencia sólida a favor del mensaje de Amós.
La ley de Moisés
Primero, podía recurrir a la ley de Moisés, a la ley bajo la cual el pueblo de Israel fue constituido como nación, para confirmar su mensaje. Fue la ley de Moisés la que advirtió sólidamente al pueblo que vendría juicio devastador de manera inevitable como consecuencia de la idolatría (Dt. 4:26-28; 6:13-15; 8:19-20; 30:17-18).
Las experiencias de sus antepasados
Entonces Amós pudo señalar hacia ejemplos en que sus antepasados experimentaron juicios severos a causa de ir tras los ídolos. Uno de esos casos involucró la adoración de un becerro de oro (Éx. 32:1-6, 27-28).
Las experiencias de sus oyentes
Finalmente, Amós pudo decir que su mensaje ya había sido confirmado por lo que sus oyentes mismos habían experimentado. La reciente sequía, los cultivos enfermos, las langostas y una epidemia eran fuertes muestras del desagrado de Dios (Amós 4:6-11).
La ceguera de Amasías
Con toda la evidencia disponible a favor del mensaje de Amós, no podemos dejar de preguntarnos cómo Amasías fue capaz de explicarlo en términos naturalistas. ¿Cómo dejó de oír el tono de la voz de Dios a través de las palabras de Amós? La respuesta parece ser que estaba tan enamorado de su propio pequeño mundo, que desestimó la evidencia del mensaje de Amós. Miró hacia Betel y vio allí el santuario del rey y su residencia, y a él mismo como parte de todo. A causa de un santuario terrenal, sus ojos habían sido cegados al santuario celestial. Por estar tan enamorado de la vida de este mundo, perdió de vista el carácter divino del mensaje de Amós.
La tragedia de Amasías
Pudiera parecernos que Amasías no era culpable de algo realmente significativo. Muchos considerarían la mala lectura que hizo del mensaje de Amós como un error superficial y no una tragedia colosal. Sin embargo, el hombre a quien Dios había llamado y enviado a Betel vio el punto de vista de Amasías con otros ojos. Debido a que Amasías había dejado de percibir el carácter divino de su mensaje, Amós anunció que él y su familia sufrirían terribles angustias y maldiciones (Amós 7:17). Las palabras de Amós probaron ser ciertas, no sólo porque había acabado de pronunciar palabras que se cumplieron con respecto a Amasías, sino porque su mensaje era exactamente lo que él decía ser —un mensaje de parte de Dios mismo.
Los Amasías de hoy
¿Tenemos alguna dificultad para entender lo que todo esto tiene que ver con nosotros? No deberíamos tenerla. Todos nosotros, como Amasías, somos confrontados con un mensaje que afirma ser divino en origen y carácter. Es un mensaje que contiene aspectos desagradables e inquietantes. Nos dice que hay un Dios santo a quien debemos dar cuenta, que este Dios santo se enciende en una indignación justa contra nuestros pecados, y que está comprometido con llevar juicio eterno sobre todos aquellos que sean hallados en sus propios pecados.
Gracias a Dios, este mensaje también contiene una buena noticia. Este mismo Dios santo ante quien tendremos que dar cuenta, ha provisto una vía por medio de la cual nuestros pecados pueden ser perdonados. Esa vía es su Hijo, Jesucristo. Sobre la base de la vida perfecta de Cristo y su muerte sustitutiva, los pecadores culpables pueden comparecer ante su presencia vestidos con la justicia perfecta de Cristo.
Tristemente, hay muchos que hacen con este mensaje exactamente lo que hizo Amasías. Lo ven desde una óptica naturalista. Lo tratan como un mensaje inventado por meros hombres, y debido a esto sostienen que pueden descartarlo sin consecuencias. Si alguien encuentra algo perturbador, molesto o impopular en el mensaje cristiano, sencillamente lo ignoran. Si alguien posee un punto de vista religioso que está en contra de las afirmaciones del evangelio, se aferran a ese punto de vista porque, según dicen, el evangelio cristiano es tan sólo un mensaje entre muchos.
Desde luego, todos estos argumentos suponen que no hay evidencia a favor del evangelio cristiano, que no hay absolutamente nada que sustente su origen como divino. Pero las profecías cumplidas, las vidas transformadas de millones de creyentes a través de los siglos, la tumba vacía fuera de Jerusalén, y muchas otras evidencias más, todos son evidencias que nos gritan que el evangelio cristiano es de origen divino. Aquellos que como Amasías, decidan ignorar la evidencia, descubrirán que tratar una amenaza divina como algo menos que divina, no destruye el mensaje sino que hace una invitación a la ira de Dios.
* Traducido al español y publicado en EL SONIDO DE LA VERDAD con el permiso del autor. El contenido es un capítulo de su libro “How to Live in a Dangerous World.”
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