martes, 16 de noviembre de 2010

SI EL SOMBRERO TE SIRVE, PÓNTELO

Lo siguiente es el primer capítulo del libro LAS ILUSTRACIONES DE JUAN ARADOR, por Charles Spurgeon.

La última vez que escribí un libro pisé los callos y juanetes de algunas personas y me dirigieron cartas airadas preguntando: “¿Te referías a mí?” En esta ocasión, para ahorrarles el gasto de la tarjeta de medio centavo, comenzaré mi libro diciendo:

No es mi intención ofender; pero si algo en este libro llega a su casa, no lo despache a la casa del vecino, antes bien haga su propio gallinero para sus pollos. ¿De qué sirve leer o escuchar para otras personas? No comemos y bebemos para ellos. ¿Por qué hemos de prestar nuestros oídos y no nuestras bocas? Por tanto, buen amigo, si encuentra un azadón en estas premisas, deshierbe su propio jardín con el mismo.

El otro día estuve hablando con Will Shepherd acerca del viejo burro de nuestro amo, y le dije: “Es viejo y terco; realmente no vale la pena mantenerlo.” “No”, dijo Will, “y peor aún, es tan mañoso que estoy seguro que uno de estos días le hará daño a alguien.” Usted seguro conoce el dicho de que las paredes tienen oídos. Estamos hablando en alta voz, pero no sabíamos que los montones de heno tenían oídos. Vimos cuando Joe Scroggs salía de detrás del montón, tan rojo como se puede y despotricando como un loco. Explotó en maldiciones contra Will y contra mí, como un gato cuando escupe contra un perro. Nos quería dejar saber que era un hombre tan bueno como cualquiera de nosotros dos, o mejor que los dos juntos. Hablar acerca de él de esa manera; él estaría dispuesto a… no sé qué. Le dije al viejo Joe que ni siquiera habíamos pensado en él, ni dijimos una sola palabra sobre él; que podía ahorrar su aliento para enfriar su avena, porque nadie había pensado en hacerle ningún daño. Lo único que esto logró fue que me llamara mentiroso y que rugiera con más intensidad. Mi amigo, Will, comenzó a marcharse, pero cuando vio que Scroggs todavía estaba echando humos, se rió a carcajadas y volteándose hacia él le dijo: “Oh Joe, lo que hacíamos era hablar del viejo burro del amo y no acerca de ti; pero toma mi palabra, nunca volveré a ver a ese burro sin pensar en Joe Scroggs.” Joe se quedó resoplando, pero se contuvo de hacer nada, y Will y yo nos fuimos a trabajar alegremente, porque el viejo Joe se había tropezado con la verdad acerca de sí mismo por primera vez en su vida.

El mencionado Will Shepherd ha caído sobre mí con dureza en ocasiones con sus señalamientos, pero me ha hecho bien. Ha sido en parte debido a sus exhortaciones que llegué a escribir este nuevo libro, porque creyó que yo estaba actuando con holgazanería; quizás sí, quizás no. A Will se le olvida que tengo otros peces que freír, y no recuerda que a la mente de un arador le gusta permanecer en barbecho por un tiempo, y que no puede producir una cosecha todos los años. Es difícil hacer una cuerda cuando tu cáñamo está todo desgastado, o hacer panqueques sin mezcla. Del mismo modo, hallo que es difícil escribir más cuando he dicho todo lo que sé. Dar mucho a los pobres aumenta las riquezas de un hombre, pero no sucede lo mismo con la escritura. Si tus pensamientos sólo fluyen gota a gota, no puedes derramarlos a cántaros.

Sin embargo, Will me ha desentrañado y me siento en compromiso con él. El otro día le expresé lo que el bígaro dijo al alfiler: “Gracias por sacarme, pero eres muy agudo con el asunto.” El Señor Will no está lejos de la marca: después de que 300 mil personas compraran mi libro, ciertamente era tiempo de escribir otro. Aunque no soy un sombrerero, me convertiré en fabricante de sombreros, y aquellos que tengan cabeza pueden probarlos en mis almacenes. Aquellos que no tienen, ni siquiera los tocarán.

© 2010 por la traducción al español.