¿Es lícito sentir miedo estando en un ambiente de guerra, donde hay enemigos que lo único que intentan es destruir y matar? ¿Y qué si para colmo el otro ejército es más numeroso y tiene tecnología más avanzada y moderna?
¿Justificaría y defendería Dios el miedo de un marino que, teniendo gran experiencia en el mar, se encuentra un día con una tempestad tan grande que las olas cubren su frágil embarcación? Él ha visto tormentas, pero nunca nada como eso. El viento es más fuerte que nunca. Siente que hay más agua dentro que afuera. Para colmo, la nave no está hecha de fibra de vidrio ni de metal, sino de madera. Parece que está a punto de zozobrar. ¿Se justifica el miedo en esa condición?
¿Qué dirían ustedes del caso un padre con un hijo que se encuentra enfermo en estado agónico? ¿Puede un padre o una madre sentirse libre de sentir temor en una condición así?
Estos tres escenarios aparecen en las páginas de las Sagradas Escrituras, y en todos la respuesta de Dios es: ¡No temáis!
El primer caso aparece en el capítulo 20 del libro de Deuteronomio. “Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, si vieres caballos y carros, y un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos, porque Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto” (v.1). El Señor no quiere que sus soldados tengan temor. La realidad de su presencia debería ser suficiente para que, por la fe, esos combatientes del Altísimo avancen con valentía contra enemigos más poderosos. Sus hechos portentosos del pasado, como el éxodo de Egipto, deben enriquecer nuestra confianza ante los retos del presente.
El segundo caso trata con la experiencia de los apóstoles en Mateo 8:23-27. En el Mar de Galilea se desató una tormenta tan impresionante que aun los experimentados discípulos vieron con estupor. Nos preguntamos una vez más: ¿Tenían ellos licencia para sentir miedo y temor? Las palabras de Cristo fueron las siguientes: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza” (v.26). Ese temor tenía su raíz en la incredulidad. La fe puede hacernos sentir confianza, no sólo de que Jesús puede calmar las tormentas de la vida. De haberlo querido, el Señor podía sacarlos con todo y barca del mar y llevarlos a tierra seca en un instante. La incredulidad es aquello de lo que se alimenta el temor.
Finalmente, el tercer caso fue lo que ocurrió con Jairo (Marcos 5:21-23, 35-43). Este hombre tenía a su hija tan enferma que estaba agonizando. Aquel que era un principal de la sinagoga se había llenado de ansiedad. Su hija estaba a punto de morir, y la medicina no podía hacer nada por ella. En un acto de desesperación acude a Jesús y le suplica su asistencia. Pero se encuentra con el terrible inconveniente de que muchos otros estaban tratando también de hallar socorro en el Maestro. La atención del Señor se desvía hacia el caso de un mujer enferma desde hacía doce años. Allí estaba Jairo esperando. El evento parecía durar una eternidad. Cuando ya estaba a punto de insistir con Jesús, llegaron las terribles noticias de que su hija había muerto. Las palabras del Señor a Jairo en ese momento son sencillamente increíbles: “No temas, cree solamente” (Mr. 5:36). En el momento en que el miedo nos parece más justificado, Jesús quiere que no tengamos temor. ¿Lo que necesitamos? Una vez más sale a relucir que es fe lo que necesitamos. Necesitamos creer en Dios y creer a Dios; necesitamos creer en su soberanía, en su poder, en su amor y en su bondad; necesitamos creer en sus promesas de que nunca nos dejará ni nos desamparará, y de que a los que aman a Dios todo ayuda para bien (Rom. 8:28).
Si creyéramos más en el Dios que confesamos, temiéramos menos ante las incertidumbres de la vida.
“Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza… Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra. Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob” (Salmo 46:2-3, 10-11).
2 comentarios:
Muy buen articulo
Gloria a Dios por darle gracia para escribir esto! Bendiciones!
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