Por Stephen Charnock
8. Revisa y controla tus pensamientos desde sus mismos inicios. Si un pensamiento tiene la marca razonable del pecado, ni siquiera le des el honor de examinarlo. Si la lepra aparece en la frente, ¡arrójala fuera de ti! Apágalo al instante como harías con una chispa de fuego en un montón de heno. Ni siquiera nos debatimos si debemos sacudir una víbora de nuestras manos. Si un pensamiento es claramente pecaminoso, ¡cualquiera tratado de paz que hagamos con el mismo es una medida de desobediencia! Si no huele a las cosas de Dios, no escuches sus razonamientos. No lo excuses simplemente por el hecho de ser pequeño. Los vapores pequeños pueden crecer hasta convertirse en grandes nubes. De ser albergados, pueden forzar nuestro juicio, arrastrar nuestra voluntad y hacer que nuestras emociones pasen a ser un manicomio. El diablo puede inmediatamente imprimir sus sugerencias en nuestras mentes. Ni siquiera estamos apercibidos del ejército que él tiene para apoyar cualquier pensamiento pecaminoso una vez le abrimos la puerta. Aplastemos al mocoso de inmediato y arrojemos la cabeza sobre la pared para desalentar así cualquier otro ataque. Avergoncémonos de abrigar en nuestros pensamientos aquello de lo que nos avergonzaríamos si se manifestara en palabras o acciones. Por tanto, tan pronto te apercibas de un pensamiento tan malo, escúpelo con repudio.