“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que
antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es
santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque
escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pedro 1:14–16, RVR60)
“Dios es el ser más feliz del universo; y la verdadera razón es que Él es el ser más santo en el universo. Es perfectamente feliz porque es perfectamente santo. Los hombres no pueden participar de la felicidad de Dios a menos que vengan a ser partícipes de su santidad. Dios mismo no puede hacer que un ser como el hombre sea verdadera y permanentemente feliz de ningún otro modo que haciéndole santo” (John Brown, Expository Discourses on 1 Peter, p. 130).
Cuando
la Biblia presenta al hombre que en verdad es feliz o dichoso dice:
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8).
La dicha del hombre consiste en tener el privilegio de tener comunión con Dios
y estar con Él (sea con su presencia espiritual ahora o viviendo en su morada
celestial en la eternidad). Todos los hombres quieren terminar bien al final,
pero no todos lo lograrán. El cielo es un lugar especial y sólo los de limpio
corazón entrarán en él. Hablando de la ciudad celestial, el apóstol Juan
escribió:
“No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace
abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la
vida del Cordero.” (Apocalipsis
21:27, RVR60)
Los
habitantes de esa ciudad son descritos con vestiduras blancas (Apoc. 3:5), una
figura evidente de santidad, pues sólo el limpio de manos y puro de corazón
subirá al monte del Señor (Salmo 24:3-5); sin santidad “nadie verá al Señor”
(Heb. 12:14).
El
texto que sirve de base a nuestro estudio de 1 Pedro 1 contiene una exhortación
doble: primero negativa (“no os conforméis a los deseos que antes teníais”) y
luego positiva (“sed… santos en toda vuestra manera de vivir”). Pero el aspecto
al que quiero llamar vuestra atención es principalmente la razón dada para esta
exhortación: la santidad de Dios.
“Este llamado a la vida santa se basa en el hecho de que Dios mismo es santo. Porque Dios es santo, exige que nosotros también seamos santos. Muchos cristianos tienen lo que podríamos llamar una ‘santidad cultural’. Se adaptan al carácter y al esquema de comportamiento de los creyentes que los rodean. Si la cultura cristiana que los rodea es más o menos santa, dichas personas son más o menos santas también. Pero Dios no nos ha llamado a ser como los que nos rodean. Nos ha llamado a ser como Él mismo es. La santidad consiste en nada menos que la conformidad con el carácter de Dios” (Jerry Bridges, En Pos de la Santidad, pp. 21-22).
Nuestro
esfuerzo tras la santidad debe ser visto en relación con Dios. Debemos evitar
el pecado, no sólo porque le hacemos daño al prójimo o a nosotros mismos, sino
fundamentalmente porque desagrada a Dios. “¿Cómo, pues, haría yo este grande
mal, y pecaría contra Dios?” (Gén. 39:9), fue la perspectiva que dominó a José
para evadir la tentación. El carácter de Dios debe ser nuestro modelo a seguir.
“La esencia de la religión consiste en la imitación de aquel a quien adoramos” (Robert Leighton, p. 83).
La
única forma en que tomaremos en serio la exhortación del Espíritu Santo en 1
Pedro 1:15 es si tomamos en serio la santidad de Dios.
¿Qué significa que Dios es santo? En nuestra próxima entrada nos enfocaremos en la enseñanza bíblica acerca de la santidad de Dios que debe servirnos de modelo.
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