Alguien contó la historia de un joven que fue tentado a cometer tres pecados: matar a su padre, cometer incesto y embriagarse. Él no cometería ninguno de los dos primeros porque eran demasiado horrendos. Así que pensó ceder al tercero por cuanto era el menor de ellos. Pero eso fue suficiente, porque estando borracho procedió a matar a su padre y a cometer incesto.
Debemos tener cuidado de los pecados supuestamente pequeños, porque la carne nos pedirá más y procurará saciarse otros deseos carnales que ni siquiera imaginamos originalmente. Querrá saciarse con uno, pero seguirá pidiendo más de ese pecado o más de otros pecados. Esto sucede con frecuencia con los pecados de la lengua. Al principio puede parecernos algo insignificante, pero los resultados pueden llegar a ser desastrosos. “La lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad” (Sant. 3:5-6).
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