“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” (Proverbios 13:24, RVR60)
Puede que las personas no lo expresen ni lo vean de ese modo, pero desde la introducción del pecado en el mundo hay dos sabidurías en conflicto: la sabiduría de Dios y la sabiduría de este mundo (Sant. 3:13-18). Dice el apóstol Pablo que los hombres "profesando ser sabios, se hicieron necios" (Rom. 1:22). En otras palabras, se atreven a cuestionar los caminos que Dios ha trazado al hombre. No sólo ven su opinión como una opción más, llegan incluso a desdeñar la postura divina. Se atreven a citar las palabras de otro mortal como demostración final de que Dios está equivocado. Para muestras, un botón. Esto es lo que ocurre con el tema de la crianza de los niños y la disciplina corporal.
Somos criaturas de extremos, y cuando vemos el abuso que muchos padres llegan a cometer contra sus propios hijos, pensamos que la opción sabia es echar completamente a un lado la disciplina corporal. ¿No habrá una postura más sabia? Esa postura es la misma que de antaño Dios nos ha dejado en su Palabra. Es la que aparece con fuerza en un libro como Proverbios, como el texto que aparece más arriba nos demuestra. El precio que ha pagado la sociedad a causa de los padres que han claudicado de su responsabilidad es demasiado alto. Gran parte de los niños de ayer son los criminales y antisociales de hoy. Y todo comenzó con el cuestionable amor de padres permisivos que no estorbaron la necedad con que los muchachos vienen a este mundo. Las voces "autorizadas" de los expertos fueron escuchadas cuando decían que no debemos pegar a los niños. Aun la disciplina controlada y amante quedó categorizada como brutalidad y barbarismo. Como consecuencia, hoy nos enfrentamos a una sociedad de incorregibles e inadaptados. La sabiduría humana echó a un lado la divina… ¡la divina!
La voz verdaderamente autorizada es la de Dios. Él nos da su opinión acerca de los padres que se rehusan a disciplinar a sus hijos: no los aman. La opinión de Dios es la que cuenta. Total, será únicamente la suya la que importará en el día del juicio. Allí el Señor nos pedirá cuentas por aquello de lo que somos responsables hoy: la crianza de nuestros hijos.
“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” (Proverbios 13:24, RVR60)
Una gran cantidad de proverbios tienen como público meta a los hijos. Salomón les ofrece exhortaciones y advertencias para que se hagan sabios y abandonen el camino de la necedad. Tienen una cuota alta de responsabilidad delante del Señor. Pero Salomón se dirige a los padres igualmente, como el caso que nos atañe nos enseña. Por un lado nuestro texto nos disuade en contra de la negligencia: "el que detiene el castigo, a su hijo aborrece." Y por el otro nos exhorta a la diligencia: "mas el que lo ama, desde temprano lo corrige." Son dos caras de la misma moneda. Huir del mal no es suficiente; tenemos que seguir el bien (Salmo 34:14).
Hay un bien que estamos llamados a practicar en la vida de nuestras familias; un bien que sólo podemos realizar mientras los hijos viven "prestados" bajo nuestro techo, durante la ternura de sus primeros años. Debemos criarles en la disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:4).
Ciertamente hay abuso infantil en los padres que dan golpes y bofetadas de ira a sus hijos. Es abuso cuando les exponen a la vergüenza pública. Es abuso cuando les dejan abandonados irresponsablemente. Pero también es abuso infantil no brindar a los hijos de la orientación que sus almas necesitan, lo cual incluye en ocasiones la disciplina corporal. De hecho, el daño causado por esta negligencia puede ser mucho peor. Concuerdo con Tremper Longman cuando afirma: “Retener la disciplina a un niño hace más daño que aplicarla. El sabio (Salomón) entendería la renuencia a aplicar la disciplina, sea física o verbal, como descuido y abuso infantil” (Proverbs: Baker Commentary on the Old Testament, pp. 291-92).
La palabra hebrea para "castigo" se puede traducir consistentemente como "vara"; una referencia a la disciplina física (Prov. 19:18). El proceso de enseñanza apropiado contempla una etapa de instrucciones verbales claras. Pero cuando el niño se rehusa a seguir las directrices de sus padres, el choque de voluntades debe ser eliminado por medio del uso apropiado de la vara. No le hará bien al niño erigirse en autoridad por encima de sus padres; no sólo deshonra a Dios hoy, sino que mañana no sabrá desenvolverse correctamente en las diversas esferas de autoridad de la vida, sea familiar, laboral, civil o eclesiástica.
El castigo físico no es la primera opción de los padres. Hay una etapa de instrucción. Los hijos deben seguir directrices claras y razonables. También tenemos acceso a las amonestaciones y reprimendas verbales. Puede que eso baste para hacer al muchacho entrar en razón. Pero si no es así, entonces tenemos que recurrir al uso piadoso de la vara—un uso controlado y muy intencional, que siempre debe practicarse en un ambiente de amor. Lo que se procura es el bien de nuestros hijos, aunque nos duela tener que castigarles. Según la Palabra de Dios, ése es el verdadero amor.
La razón que lleva a muchos a no ejercer este doloroso deber dentro del rol asignado por Dios para los padres puede ser el temor a ser rechazados por los que se oponen al castigo corporal o el amor propio que busca evitar la triste experiencia de tener que usar la vara con su hijo. El verdadero amor hacia los hijos vence esa indisposición y procura el bien ulterior para ellos. Es un asunto de escoger cuándo llorar. Abandonar a los hijos de la inclinación natural de sus corazones es exponerles a la ruina familiar y social, a la pobreza y la irresponsabilidad, a calamidades y vergüenzas, a la muerte y posiblemente a la muerte eterna. "Es mejor el duro camino hacia la sabiduría que el camino suave hacia la muerte" (Derek Kidner).
Abdicar a nuestra paternidad tiene serias consecuencias, y este proverbios nos hace una invitación a la reflexión con respecto al desempeño de nuestro rol con nuestros hijos.
Otros textos a considerar: Prov. 22:15; 23:13-14; 29:15; Heb. 12:5-11.
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