El
destino de los justos es completamente distinto.
Mientras se nos plantea el terrible destino
de los ciudadanos de la ciudad terrenal, el pasaje (Isaías 24-27) nos muestra
de manera muy gráfica el destino de los ciudadanos de la ciudad celestial.
“Estos alzarán su voz, cantarán gozosos por la grandeza de
Jehová; desde el mar darán voces. Glorificad por esto a Jehová en los valles;
en las orillas del mar sea nombrado Jehová Dios de Israel. De lo postrero de la
tierra oímos cánticos: Gloria al justo. Y yo dije: ¡Mi desdicha, mi desdicha,
ay de mí! Prevaricadores han prevaricado; y han prevaricado con prevaricación
de desleales.” (Isaías 24:14–16, RVR60)
“Gozosos por la grandeza de Jehová”, por la
Majestad de Dios. Es la misma palabra que se traduce “orgullo” en otros
contextos. Mientras aborrecemos ver a los hombres exaltarse a sí mismos y ser
exaltados como lo que no son, la exaltación divina es lo correcto y lo
adecuado. Es apropiado proclamar a gran voz la grandeza y majestad de nuestro
Dios. ¿Quiénes son los moradores de la ciudad celestial? Los que han reconocido
que sólo Dios es el exaltado, quien se merece toda nuestra devoción y
admiración.
Este grupo incluirá a gente “de lo postrero
de la tierra”. Incluirá no judíos. Incluirá dominicanos y orientales, africanos
y europeos, gente de todos los rincones de la tierra. Este es un elemento
profético importante en las Escrituras—la inclusión de los gentiles en la
salvación de Dios.
“De lo postrero de la tierra oímos cánticos:
Gloria al justo” (v.16). La versión RV tiene justo en minúscula; la LBLA la
tiene en mayúscula. El consenso es que se está refiriendo al Señor. Los
redimidos exaltan la justicia de Dios. Finalmente habrá justicia. Uno de los
temas del libro de Apocalipsis es precisamente ése.
“Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el
cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
Todopoderoso; justos y verdaderos son
tus caminos, Rey de los santos.” (Apoc. 15:3, RVR60)
“El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre
las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las
aguas, que decía: Justo eres tú, oh
Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por
cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has
dado a beber sangre; pues lo merecen. También oí a otro, que desde el altar
decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y
justos.” (Apoc. 16:4–7, RVR60)
“Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el
cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor
Dios nuestro; porque sus juicios son
verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a
la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano
de ella. Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de
los siglos.” (Apoc. 19:1–3, RVR60)
Dios juzgará a cada quien según se merezca.
Los condenados no tendrán nada que reclamar.
“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra.” (Revelation
22:12, RVR60)
¡Por fin justicia! ¡Anhelamos justicia! ¡Y
habrá justicia! Porque justos y verdaderos son sus caminos.
Una de las marcas de los ciudadanos de la
Jerusalén celestial es que tienen una relación personal con Dios. Él no es un
extraño para ellos.
· “Jehová,
tú eres mi Dios; te exaltaré,
alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son
verdad y firmeza.” (Isaiah 25:1, RVR60)
· “Y
se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro
Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos
esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.”
(Isaiah 25:9, RVR60)
Esta porción profética del libro de Isaías
nos hace un llamado a vivir por la fe, esperando la gran consumación que
experimentaremos aquel día, el derrocamiento final y absoluto del mal.
Estas cosas no tienen que suceder mientras
nosotros estemos vivos para que nos sirvan de instrucción, consolación y
advertencia. Aquellos a quienes los profetas dirigieron en primera instancia
sus escritos no experimentaron la consumación de todas estas profecías. Dios
les concedió ver ciertos “avances” o adelantos con el cumplimiento de algunas
de sus promesas como un estímulo a seguir confiando en ellas, pero la realidad
es que murieron sin ver la consumación final de todas las cosas y la victoria
prometida.
El profeta les decía: “Consolaos, consolaos
en esto que sucederá”, pero murieron sin que sucediera. ¿Qué debían ellos
hacer? Poner estas enseñanzas en sus corazones. Podían morir en medio de un
escenario que parecía una derrota total. Pero eso no significaba que Dios había
sido derrotado. La victoria estaba segura. El Dios que no miente lo había
prometido. El Mesías vendría.
Llegamos al Nuevo Testamento y nos
encontramos con lo mismo. Los creyentes que vivieron en el primer siglo todavía
no tenían los documentos del Nuevo Testamento. Tenían que alimentar su
esperanza con la literatura apocalíptica que había sido escrita por los
profetas 700 y 500 años antes. En lugar de concluir que esas profecías les eran
inservibles por cuanto aquellos que las escucharon originalmente no vieron la
victoria, se animaron con la realidad de que la consumación estaba más
adelante. Es así que nos encontramos con personas como Simeón, que estaban a la
expectativa de la llegada del Mesías. Viene Juan el Bautista. Viene Jesucristo.
Pero todavía Roma sigue gobernando y oprimiendo. El Señor les sigue animando
con sus enseñanzas. Les advierte que vendrían falsos cristos, pero que ellos
debían velar. Les habla de una segunda venida. Él había venido, pero no había
venido. Esto es importante.
Ahora había un elemento adicional crucial: el
Mesías ya había venido. Era una parte vital del plan, pero ellos no lo
entendieron en el momento. Jesús vino y murió. No se quedó reinando según todas
las profecías que habían sido escritas por Isaías, Daniel y Zacarías. Murió.
Parecía un vencido. No faltaron quienes se burlaron de ellos.
Cristo les sigue dejando promesas. “Voy a
preparar lugar para ustedes y luego vendré y los recogeré.” Al oír que el Maestro
se les va, que va a morir, se ponen tristes. Pero les da instrucciones de que
no se entristecieran. Si entendían lo que estaba pasando, no había razón para
entristecerse, sino para gozarse (Juan 14-16).
El Señor muere, resucita y asciende a los
cielos. Esa resurrección es un elemento vital de nuestra esperanza. Jesucristo
vive y volverá.
“Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este
mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis
visto ir al cielo.” (Hechos 1:11, RVR60)
Sin embargo, comenzaron a pasar los años y el
Señor no regresaba. Los apóstoles tuvieron que enseñar y escribir a las
iglesias para que se mantuvieran firmes en la verdadera doctrina, inconmovibles
en la esperanza. Se levantaron burladores (2 Pedro 3) que decían:
“Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en
ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento, para que tengáis
memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y
del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles; sabiendo
primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus
propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?
Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así
como desde el principio de la creación.” (2 Pedro 3:1–4,
RVR60)
Nunca faltan los que se burlan de la
expresión “Cristo viene”. Nos dicen: “Tiene tantos años viniendo y no acaba de
llegar.” La cronología de Dios no es la nuestra. Profetizó al pueblo de Israel,
y murieron sin ver el cumplimiento.
Profetizó a los creyentes del NT, y murieron
sin ver el cumplimiento. Y desde entonces son muchos los que han muerto sin ver
el cumplimiento. Pero eso no significa que no habrá cumplimiento. Para que su
profecía sea cierta no tiene que venir en nuestros días. El plan de Dios no
está sujeto a satisfacer nuestras curiosidades y deseos personales.
“Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están
reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y
de la perdición de los hombres impíos. Mas, oh amados, no ignoréis esto: que
para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no
retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente
para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el
cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán
deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.”
(2 Pedro 3:7–10, RVR60)
Esta esperanza santifica. Nos estimula a
purificarnos. Pedro escribió en su segunda epístola diciendo que albergar la
esperanza de cielos nuevo y tierra nueva debe movernos a un anhelo diligente
por ser hallados “sin mancha e irreprensibles” cuando Cristo vuelva (2 Pedro
3:13-14). El apóstol Juan, por su lado, nos dice:
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se
ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que
tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.” (1 Juan
3:2–3, RVR60)
Todo lo que vemos en este mundo y que nos
parece tan seguro, pronto dejará de ser.
“La
ciudad de Dios es la única dirección que durará para siempre” (Raymond Ortlund,
Isaiah, p.142).
Cambia de ciudadanía. Cámbiala hoy mientras
hay esperanza, porque viene el día cuando tu destino quedará sellado. Si tu
ciudadanía es la terrenal, y mueres en esa condición, Dios marcará tu destino
de condenación, y lo hará por toda la eternidad. Si tu ciudadanía es la
celestial, cerrar los ojos aquí significa morar en la ciudad de Dios
eternamente y para siempre.
“Dios
es la razón por la cual la ciudad del hombre no puede perdurar y por la cual la
ciudad de Dios no puede caer, y Dios tendrá la última palabra tanto en
maldición sobrecogedora como en gozo sobrecogedor” (Ortlund, p.143).
Dios es paciente. Nos da tiempo para
reflexionar y arrepentirnos (2 Ped. 3:9). Pero no será así para siempre. La
oportunidad que ahora tienes llegará a su fin. No la desperdicies.
“Dos ciudades
han sido formadas por dos amores: la terrenal por el amor del yo, hasta el
punto de menospreciar a Dios; la celestial por el amor de Dios, hasta el punto
de menospreciar el yo” (Agustín)
No hay comentarios:
Publicar un comentario