Las verdades tienen consecuencias. No podemos enseñar al hombre que su origen se debió a las transformaciones fortuitas de la materia durante millones de años, sin que esto produzca los resultados que vemos hoy. Si añadimos a esto el valor que nuestra cultura asigna al dinero, a las posesiones materiales y a las experiencias placenteras, no debemos extrañarnos cuando observamos a los antisociales matar por unos cuantos pesos.
En otras palabras, creer en la evolución e idolatrar el dinero devalúa a los hombres. Es por esta razón que los mismos que despojan a otros de sus pertenencias para comprar drogas, son objetos a su vez de los asesinatos más horrendos y crueles. La vida humana no vale nada.
Uno de los diarios dominicanos del día de hoy es una evidencia elocuente de lo que estamos hablando. Una joven de 27 años había sido declarada desaparecida, sólo para unos días después ser encontrada muerta y quemada al lado de un río con signos de estrangulación. El motivo del asesinato fue pasional (una extraña forma de manifestar el amor). Otro titular lee UNA TURBA MATA HAITIANO, mientras que en otra noticia aprendemos de un sujeto que disparó a otro que le tocó la puerta del baño de un bar de forma demasiado insistente.
¿Por qué todo esto y los actos que a diario suceden? Porque nos han enseñado que somos el resultado de los impredecibles movimientos del azar, un conglomerado de aminoácidos que (¡voilá!) produjeron la vida humana. Si sumamos el valor de todos los ingredientes que nos componen, sólo valemos unos cuantos centavos.
La opinión de Dios es diferente. Su Palabra nos enseña que el hombre fue creado, y que fue creado a Su imagen. Nos hizo con cuerpo y alma. Somos responsables ante nuestro Creador por lo que hacemos con nuestras vidas y con las vidas de los demás. El valor que Dios le ha asignado a la vida humana es muy distinto al que nos proclama el evolucionismo. Las ideas tienen sus consecuencias.
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