Por James M. Boice
La más
grande ilustración bíblica sobre la salvación (y lo que significa la redención
en particular) sea la historia de Oseas. Oseas fue un profeta menor cuyos
escritos se basan en la historia de su matrimonio. Desde el punto de vista
humano, su matrimonio fue desgraciado, porque su esposa le fue infiel. Pero
desde el punto de vista de Dios fue un matrimonio especial. Dios le dijo a
Oseas que eso iba a pasar en su matrimonio pero que sin embargo tenía que
seguir adelante porque Dios quería proveer una ilustración de su amor. Dios
amaba al pueblo que había tomado para sí mismo aunque este pueblo le fuera
infiel y cometiera adulterio spiritual con el mundo y sus valores. El
matrimonio debía ser como un espectáculo en un teatro. Oseas estaba
desempeñando el papel de Dios. Su esposa estaba hacienda el papel de Israel que
era infiel. Ella sería infiel, pero cuanto más infiel fuera, más la amaría
Oseas. Esta es la manera como Dios nos ama aun cuando hemos huido de él y lo
deshonramos.
Oseas
describe su comisión diciendo: “El principio de la palabra de Jehová por medio de Oseas: Dijo
Jehová a Oseas: Vé, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque
la tierra fornica apartándose de Jehová. Fue, pues, y tomó a Gomer hija de
Dibaim, la cual concibió y le dio a luz un hijo” (Os. 1:2-3).
Hay
lecciones significativas en las primeras etapas de este drama —en el nombre de
los hijos que nacieron de Oseas y Gomer y en el cuidado de Oseas hacia su mujer
después que ella lo había dejado— pero el clímax se da cuando Gomer es hecha
esclava, posiblemente por causa de deudas. Oseas debe librarla, como una
demostración de la manera en que el Dios fiel ama y salva a su pueblo. Los
esclavos eran vendidos desnudos en la antigüedad y esto debe haber sido también
cierto en el caso de Gomer cuando estuvo parada en la subasta en la ciudad
capital. Aparentemente había sido una mujer hermosa. Todavía era hermosa a
pesar de su estado caído. Cuando comenzaron las ofertas, estas eran altas,
mientras los hombres de la ciudad ofrecían comprar el cuerpo de la esclava.
“Doce
piezas de plata”, dijo uno.
“Trece”,
dijo Oseas.
“Catorce”.
“Quince”,
dijo Oseas.
Los
postores que ofrecían menos se habían retirado. Pero alguien agregó: “Quince
piezas de plata y un homer de cebada.”
“Quince
piezas de plata y un homer y medio de cebada”, dijo Oseas.
El
rematador debe haber recorrido con su mirada el público y no recibiendo otra
oferta dijo: “Vendida a Oseas por quince piezas de plata y un homer y medio de
cebada.”
Ahora
Oseas era dueño de su esposa. Podría
haberla matado si hubiera querido. La podría haber humillado delante de todos
de la manera que él hubiera elegido. Pero en lugar de hacer eso, la vistió, y
la condujo dentro de la multitud anónima, y le demandó su amor prometiéndole al
mismo tiempo que él la amaría.
Así es
como lo narra: “Me dijo otra vez Jehová: Vé, ama a una mujer amada de su
compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para con los hijos de
Israel, los cuales miran a dioses ajenos, y aman tortas de pasas. La compré
entonces para mí por quince siclos de plata y un homer y medio de cebada. Y le
dije: Tú serás mía durante muchos días; no fornicarás, ni tomarás otro varón;
lo mismo haré yo contigo” (Os. 3:1-3). Oseas estaba en todo su derecho de
demandarle lo que antes ella no le había dado, pero junto con la demanda él
también promete amarla. La enseñanza de esta historia es que Dios ama a todos
los que son verdaderamente sus hijos espirituales.
Esto es
lo que significa la redención: comprar la libertad de la esclavitud. Si
entendemos la historia de Oseas, entendemos que nosotros somos los esclavos en
la subasta pública del pecado. Fuimos creados para tener una comunión íntima
con Dios y para la libertad, pero nuestra infidelidad nos ha deshonrado.
Primero, hemos flirteado y luego hemos cometido adulterio con el mundo pecados
y sus valores. El mundo también ha ofertado por nuestra alma, ofreciendo sexo,
dinero, fama, poder y tantas otras cosas en las que trafica. Pero Jesús nuestro
esposo fiel y amante, participó de este remate y nos compró. Ofreció su propia
sangre. No hay oferta mayor que esa. Y fuimos hechos suyos. Nos volvió a
vestir, no con los harapos sucios de nuestra viaje injusticia, sino con
vestidos nuevos de justicia. Nos dijo: “Me perteneceréis… no tomaréis otro…; lo
mismo haré yo.”
James
Montgomery Boice
LosFundamentos de la Fe Cristiana, pp. 336-37.
No hay comentarios:
Publicar un comentario