miércoles, 21 de marzo de 2012

La más grande ilustración bíblica sobre la salvación


Por James M. Boice
La más grande ilustración bíblica sobre la salvación (y lo que significa la redención en particular) sea la historia de Oseas. Oseas fue un profeta menor cuyos escritos se basan en la historia de su matrimonio. Desde el punto de vista humano, su matrimonio fue desgraciado, porque su esposa le fue infiel. Pero desde el punto de vista de Dios fue un matrimonio especial. Dios le dijo a Oseas que eso iba a pasar en su matrimonio pero que sin embargo tenía que seguir adelante porque Dios quería proveer una ilustración de su amor. Dios amaba al pueblo que había tomado para sí mismo aunque este pueblo le fuera infiel y cometiera adulterio spiritual con el mundo y sus valores. El matrimonio debía ser como un espectáculo en un teatro. Oseas estaba desempeñando el papel de Dios. Su esposa estaba hacienda el papel de Israel que era infiel. Ella sería infiel, pero cuanto más infiel fuera, más la amaría Oseas. Esta es la manera como Dios nos ama aun cuando hemos huido de él y lo deshonramos.
Oseas describe su comisión diciendo: “El principio de la  palabra de Jehová por medio de Oseas: Dijo Jehová a Oseas: Vé, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque la tierra fornica apartándose de Jehová. Fue, pues, y tomó a Gomer hija de Dibaim, la cual concibió y le dio a luz un hijo” (Os. 1:2-3).
Hay lecciones significativas en las primeras etapas de este drama —en el nombre de los hijos que nacieron de Oseas y Gomer y en el cuidado de Oseas hacia su mujer después que ella lo había dejado— pero el clímax se da cuando Gomer es hecha esclava, posiblemente por causa de deudas. Oseas debe librarla, como una demostración de la manera en que el Dios fiel ama y salva a su pueblo. Los esclavos eran vendidos desnudos en la antigüedad y esto debe haber sido también cierto en el caso de Gomer cuando estuvo parada en la subasta en la ciudad capital. Aparentemente había sido una mujer hermosa. Todavía era hermosa a pesar de su estado caído. Cuando comenzaron las ofertas, estas eran altas, mientras los hombres de la ciudad ofrecían comprar el cuerpo de la esclava.
“Doce piezas de plata”, dijo uno.
“Trece”, dijo Oseas.
“Catorce”.
“Quince”, dijo Oseas.
Los postores que ofrecían menos se habían retirado. Pero alguien agregó: “Quince piezas de plata y un homer de cebada.”
“Quince piezas de plata y un homer y medio de cebada”, dijo Oseas.
El rematador debe haber recorrido con su mirada el público y no recibiendo otra oferta dijo: “Vendida a Oseas por quince piezas de plata y un homer y medio de cebada.”
Ahora Oseas era dueño  de su esposa. Podría haberla matado si hubiera querido. La podría haber humillado delante de todos de la manera que él hubiera elegido. Pero en lugar de hacer eso, la vistió, y la condujo dentro de la multitud anónima, y le demandó su amor prometiéndole al mismo tiempo que él la amaría.
Así es como lo narra: “Me dijo otra vez Jehová: Vé, ama a una mujer amada de su compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para con los hijos de Israel, los cuales miran a dioses ajenos, y aman tortas de pasas. La compré entonces para mí por quince siclos de plata y un homer y medio de cebada. Y le dije: Tú serás mía durante muchos días; no fornicarás, ni tomarás otro varón; lo mismo haré yo contigo” (Os. 3:1-3). Oseas estaba en todo su derecho de demandarle lo que antes ella no le había dado, pero junto con la demanda él también promete amarla. La enseñanza de esta historia es que Dios ama a todos los que son verdaderamente sus hijos espirituales.
Esto es lo que significa la redención: comprar la libertad de la esclavitud. Si entendemos la historia de Oseas, entendemos que nosotros somos los esclavos en la subasta pública del pecado. Fuimos creados para tener una comunión íntima con Dios y para la libertad, pero nuestra infidelidad nos ha deshonrado. Primero, hemos flirteado y luego hemos cometido adulterio con el mundo pecados y sus valores. El mundo también ha ofertado por nuestra alma, ofreciendo sexo, dinero, fama, poder y tantas otras cosas en las que trafica. Pero Jesús nuestro esposo fiel y amante, participó de este remate y nos compró. Ofreció su propia sangre. No hay oferta mayor que esa. Y fuimos hechos suyos. Nos volvió a vestir, no con los harapos sucios de nuestra viaje injusticia, sino con vestidos nuevos de justicia. Nos dijo: “Me perteneceréis… no tomaréis otro…; lo mismo haré yo.”

James Montgomery Boice

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