En Lucas 20 nuestro Señor dijo: “Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección” (vv. 34-36).
El interés de Jesús está en la doctrina de la resurrección, y al hablar de ella hace una declaración importante acerca del matrimonio. En el cielo no estaremos clasificados por nuestro estatus civil. No habrá cédula de identidad que afirme si somos solteros o casados. Seremos como los ángeles. La información importante sobre el matrimonio es que es una institución para esta vida, para este “siglo”.
Cuando los hijos de Dios lleguen al cielo, lo harán con cuerpos glorificados y libres de pecado. Nuestro trato hacia los demás será, en resumidas cuentas, perfecto. Queda, pues, una pregunta interesante. ¿Por qué no dejó el Señor la institución del matrimonio para el cielo? O al menos, ¿por qué no hay continuidad de los matrimonios que se originaron en la tierra para que luego disfruten de la bendición de estar unidos y sin pecado? Serían matrimonios perfectos.
¿Cómo sería el matrimonio entre dos ángeles? Nunca serían impacientes el uno con el otro. Nunca dirían nada de lo que tuvieran luego que arrepentirse. El egoísmo no sería un obstáculo. En fin... sería perfecto. Pero Dios no diseñó a los ángeles para que se casaran, ni diseñó la vida celestial de sus hijos para que se casaran. El matrimonio es un asunto terrenal. En el cielo, como dice Hendriksen, “el matrimonio será asunto del pasado.”
Eso significa que todo matrimonio se origina y funciona en un contexto de imperfecciones y pecado. Sólo hubo un matrimonio que funcionó durante algún tiempo sin pecado, el de Adán y Eva. Luego de la caída todo cambió. Podemos encontrar matrimonios ejemplares, como el de Zacarías y Elisabet, padres de Juan el Bautista. Pero nunca perfectos. Esto tiene implicaciones sobre la concepción que debemos tener acerca del matrimonio. Todo matrimonio, aun el de los creyentes, es el matrimonio de dos pecadores.
Las expectativas con que las personas van al matrimonio muchas veces no son las correctas. Idealizamos una institución que no es para el cielo, sino para este mundo de pecado. Por eso es necesaria la paciencia, la comprensión, el amor, la misericordia y la bondad. Cuando hay un problema, normalmente la causa no es únicamente de uno de los cónyuges. Los dos contribuimos con nuestros pecados. Los dos tienen que practicar el arrepentimiento y perdonar. Los dos deben de amarse con el tipo de amor con que fuimos amados por el Señor.
Deja de suspirar: “Si tan sólo estuviera casado con un ángel...” Eso nunca sucederá. Aprende a ser el esposo y la esposa que Dios desea que seas y glorifica a Dios con tu matrimonio imperfecto.¶
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The Meaning of Marriage (Tim Keller)
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