Al hablar de
cristología, ha sido mi experiencia tanto dentro como fuera del salón de
clases, percibir que el tema de la humanidad de Jesucristo es uno de los más
difíciles de comprender por los creyentes. Afirmar que Jesús es 100% hombre es
fácil. Lo difícil es aceptar todas las implicaciones de que esto sea así. Las
inquietudes surgen cuando tenemos que explicar la realidad de cómo una sola
persona puede vivir con dos naturalezas al mismo tiempo. Jesús es Dios y hombre
a la vez.
- “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” ( 1 Juan 5:20).
- “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
Ambas verdades
son cruciales. Afirmar una cosa y no la otra es atentar contra todo el plan
divino de redención. Si sólo un hombre murió en la cruz, entonces fue un
mentiroso quien lo hizo, porque Jesús se proclamó a sí mismo como Dios. Por eso
había dicho que podía poner su vida y volverla a tomar. En ese sentido podemos
decir que Jesús se resucitó a sí mismo. No fue un ángel quien murió.
“Tened
cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os
ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual El compró con su
propia sangre.” (Acts 20:28, LBLA)
Este texto
nos habla de sangre. Sólo Jesus hombre podía tener sangre. Sin embargo se
afirma que Dios compró la iglesia con su sangre. Podemos decir que Dios no
murió (porque en tal caso dejaría de ser Dios; Dios no puede morir), pero al
mismo tiempo afirmamos que quien murió es Dios, porque Jesús es Dios. Murió
Jesús en su humanidad, nuestro representante, pero el Hijo de Dios continuó
soberano todo el tiempo, llevando a culminación el maravilloso plan de
redención concebido desde antes de la fundación del mundo.
Tenía que ser
un hombre quien muriera para ser así nuestro representante. Así como estuvimos
representados en el primer Adán, así lo estamos en el segundo Adán (Rom.
5:12-21). Es por eso que decimos que cualquier cosa que atente contra la
humanidad de Cristo ha de ser considerada como altamente peligrosa y dañina.
Nuestra salvación depende de ello.
La encarnación
fue un pre-requisito de la expiación. Era absolutamente necesario que el Hijo
de Dios se hiciera hombre. Es un asunto absolutamente soteriológico. Sin la
humanidad de Jesús no sólo no tendríamos actualmente un intercesor en los
cielos, tampoco se habría llevado a cabo la redención.
Los
evangelios abundan en detalles que buscan establecer más allá de toda duda el
hecho de que Jesús es un hombre. De ahí los relatos de su nacimiento, la
información que Lucas nos brinda acerca de su crecimiento (Luc. 2:52), los
detalles genealógicos. Ni siquiera podemos decir que Jesús es presentado como
un súper-hombre. Padeció hambre y sed, se cansó y durmió, aprendió un oficio,
se transportó a través de los medios normales de su época, se entristeció y
lloró, sangró y murió.
Además de
esto, tenemos declaraciones explícitas con respecto a su encarnación:
·
“Y
el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como
del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14, LBLA)
·
“Haya,
pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual,
aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a
qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo,
haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló
a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses
2:5–8, LBLA)
·
“E
indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: El fue manifestado en la
carne, vindicado en el Espíritu, contemplado por ángeles, proclamado entre las
naciones, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.” (1 Timoteo 3:16,
LBLA)
·
“Así
que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, El igualmente participó
también de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía
el poder de la muerte, es decir, el diablo.” (Hebreos 2:14, LBLA)
Mostrar la
verdadera humanidad de Cristo también fue uno de los propósitos de Juan al
escribir su primera epístola. Observa la forma en que éste da inicio a la
misma: ”Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que
hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que han palpado
nuestras manos, acerca del Verbo de vida” (1 John 1:1, LBLA)
Claro está,
hay muchas cosas que con nuestra limitada capacidad no podemos comprender ni
conciliar. Sólo Jesús es Dios y hombre a la vez. La razón es porque “sólo en
Jesús nuestra esperanza está.” Como afirma el libro de Hebreos, Dios no
socorrió a los ángeles (Heb. 2:16), sino a los hombres. Para hacerlo se hizo
como nosotros “para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que
a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo
padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb.
2:17-18).
Continuaremos
reflexionando sobre este tema en nuestras próximas entradas.
Algunos materiales recomendados de estudio sobre este tema:
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