martes, 9 de julio de 2024

Enciende una vela en ambos extremos y pronto se te apagará

 

Por Charles Spurgeon

[Tomado de «Las ilustraciones de Juan Arador» y traducido por Salvador Gómez Dickson]

Bien puede rascarse la cabeza quien enciende su vela por ambos extremos; pero, haga lo que haga, su luz pronto se apagará y quedará completamente a oscuras. El joven Jaime el Descuidado despilfarró sus bienes y ahora se quedó sin zapatos. El suyo era un caso de “lo que fácil llega, fácil se va; si se obtiene con prisa, con prisa se gasta”. Aquel que consigue una propiedad con esfuerzo la conservará mejor que el que la hereda. Como dice el escocés: “Quien adquiere equipo y herramientas antes de adquirir ingenio, sólo los poseerá por poco tiempo”, y lo mismo le ocurrió a Jaime. Su dinero le hizo agujeros en el bolsillo. Como no podía deshacerse de él lo suficientemente rápido, consiguió a todo un equipo que lo ayudara a hacerlo, lo cual hicieron ayudándose a sí mismos. Su fortuna se fue como una libra de carne en un criadero de perros. Fue amigo de todos y ahora es el tonto de todos.

 

Se topó con el dinero del viejo Concejal el Codicioso, porque era su sobrino; pero, como dice el viejo refrán, el tenedor siguió al rastrillo, el gastador fue heredero del acaparador. Dios ha sido muy misericordioso con algunos de nosotros al no permitir que el dinero nos caiga encima, porque la mayoría de los hombres se pierden cuando se topan con una gran ola de fortuna. Muchos de nosotros habríamos sido peores pecadores si nos hubieran confiado carteras más grandes. El pobre Jaime tenía muchos peniques, pero poco sentido común. Es más fácil ganar dinero que usarlo bien. Lo que es difícil de reunir es fácil de esparcir. El anciano había equipado bien su nido, pero Jaime hizo que las plumas volaran como copos de nieve en invierno. Se deshizo de su dinero con palas y carretillas. Después de gastar los intereses, empezó a tragarse el capital, y así mató a la gallina de los huevos de oro. Desperdició su plata y su oro en formas que uno no quisiera tener que contar. Como el dinero no se acababa lo suficientemente rápido, compró caballos de carreras para escaparse con él. Cayó en manos de malas personas y se hizo acompañar de gente de la que diré poco; sólo que cuando esas señoras sonríen, las carteras de los hombres lloran. Son un pozo sin fondo, y mientras más puede echar en él, más arroja el tonto. A menudo sucede que a mayor belleza, mayor ruina. El juego, las mujeres y el vino son suficientes para convertir a un príncipe en un mendigo.

 

El siempre sacar y nunca volver a poner pronto vacía el saco más grande, y así lo experimentó Jaime; pero no hizo caso hasta que su último chelín se despidió de él, y entonces dijo que le habían robado; como el tonto de Tomás, que puso el dedo en el fuego y dijo que fue por su mala suerte.

 

“Bebe y deja beber” era su lema; cada día era feriado y cada feriado era fiesta. Los mejores vinos y los manjares más apetecidos hacían bien a su dentadura, pues pensaba llevar una vida de cerdo, la cual dicen que es corta y dulce. En verdad, se hizo chancho a todo dar. El viejo dicho expresa: “un joven glotón, un viejo mendigo”, y parecía decidido a demostrar que era cierto. Una cocina gorda produce un testamento delgado; puede escribir su testamento en la uña y dejar espacio para una docena de codicilos. De hecho, nunca querrá un testamento, porque no dejará nada tras de sí más que cuentas viejas. De todo su patrimonio no quedará lo suficiente para enterrarlo. Lo que desperdició durante su prosperidad le habría permitido conservar un abrigo sobre su espalda y un dumpling en su olla hasta el final de su vida; pero nunca miró más allá de sus narices y no pudo ver el final de las cosas. Se rio de la prudencia, y ahora la prudencia le frunce el ceño. El castigo no parece una gran amenaza, pero finalmente llega. Paga el coste de su locura en cuerpo y alma, en dinero y en persona, y, sin embargo, sigue siendo un tonto y volvería a bailar la misma música si tuviera otra oportunidad. Sus pocos recursos le producen un gran pesar, pero no podía quedarse con su pastel y comérselo también. Así como el que se emborracha por la noche está seco por la mañana, de la misma manera aquel que prodigó dinero cuando lo tenía, siente más su falta y necesidad cuando se le acaba. Sus viejos amigos lo han abandonado por completo; han exprimido la naranja y ahora tiran la cáscara. Más fácilmente encuentras leche en una paloma que ayuda de un compañero que te ama por tu cerveza. Los amigos de taberna te dejarán ir a la taberna, pero te patearán cuando estés sin nada.

 

Jaime tiene peores necesidades que la falta de dinero, porque su carácter ha desaparecido y es como una nuez podrida que no vale la pena romper. Los vecinos dicen que es un inútil, que no vale la pena sacarlo de un huerto de repollos. Nadie le dará empleo, porque no ganaría ni su propia sal, y por eso va de la ceca a la meca y no tiene dónde reclinar la cabeza. La buena reputación es mejor que un cinto de oro, y cuando ésta se va, ¿qué le queda a un hombre?

 

¿Qué le queda? ¡Nada sobre la tierra! Sin embargo, el hijo pródigo todavía tiene un Padre en los cielos. Que se levante y vaya hacia él, harapiento como está. Puede oler a abrevadero de cerdos y, sin embargo, puede correr directamente a casa y no encontrará la puerta cerrada. El gran Padre lo recibirá con gozo, lo besará, lo limpiará, lo vestirá y le permitirá comenzar una vida nueva y mejor. Cuando un pecador está en su peor momento, no es tan malo como para no ir al Salvador. Lo único que tiene que hacer es volverse de su maldad y clamar a Dios por misericordia. Es un camino largo que no tiene vía de regreso, pero el mejor de todos los retornos es volvernos al Señor con todo el corazón. El gran Padre ayudará al pródigo penitente a hacerlo. Si la vela se ha consumido por completo, el Sol del cielo todavía está encendido. Mira, pobre libertino; mira a Jesús y vive. Su salvación se obtiene sin dinero y sin precio. Aunque no tengas ni un centavo para bendecirte, el Señor Jesús te bendecirá gratuitamente. La profundidad de tu miseria no es tan profunda como la profundidad de la misericordia de Dios. Si eres fiel y justo al confesar los pecados que quieres que te perdonen, Dios será fiel y justo para perdonar los pecados que confiesas.

 

Pero ora, no sigas un día más como estás, porque este mismo día puede ser el último. Aunque no prestes atención a ninguna otra palabra de Juan Arador, las cuales dice para tu bien, recuerda esta antigua rima que fue tomada de una lápida:

 

La pérdida del oro es grande,

La pérdida de la salud es mayor,

Pero la pérdida de Cristo es tal,

Que no encontrarás nada peor.

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