miércoles, 25 de junio de 2008

Hoy mismo serás contencioso o pacificador

“El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas; deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (Proverbios 17:14).truce

La enseñanza de este proverbio es que un hombre iracundo tiene todo el potencial para dar inicio a una contienda de dimensiones inesperadas, y todo por asuntos verdaderamente minúsculos en importancia.

Un pequeño e inofensivo escape en la represa puede ser el causante de grandes pérdidas humanas y cuantiosos daños materiales. Así es la ira. Todo puede parecer pequeño al principio, pero luego el hombre lamenta que nunca pensó llegar tan lejos.

¿Cuándo es el momento para corregir el escape de una represa? Si postergamos la labor de sellar ese escape para cuando el asunto sea más serio, entonces luego se hace prácticamente imposible de refrenar. Hay que arreglar el problema en sus inicios. De la misma manera, el tiempo para detener un conflicto es antes que la contienda tome su curso.

Cualquiera puede dar inicio a un problema; algunos pueden formar parte de su solución; pero pocos saben evitar que comience. Estos últimos son dignos de gran honra y alabanza. “Honra es del hombre dejar la contienda; mas todo insensato se envolverá en ella” (Prov. 20:3).

El punto de la comparación radica en las trágicas consecuencias de ambas cosas. Las muchas aguas y la ira contenciosa producirán grandes estragos. Todo ocurre tan rápido, pero la devastación perdura por mucho tiempo. En ocasiones hay amistades que quedan quebrantadas para siempre a causa de una pequeña insensatez. Todo pudo comenzar con una palabra hiriente, la cual a su vez produjo otra más cortante y más aguda, hasta producir una brecha amplia y difícil de cruzar.

Hay que tener ojos para ver las gigantescas dimensiones que pueden tener las consecuencias de asuntos que al principio parecen pequeños.

“Lo que comienza como un comentario mordaz pronto se convierte en una acusación incisiva. Esa acusación, alimentada por el orgullo, rápidamente se torna en discusión. La discusión da lugar a la ira cortante. La ira separa las relaciones personales, quebranta amistades, divide iglesias y produce hogares fríos” (John Kitchen, Proverbs, p.380).

Es necesario detener las contenciones en sus inicios. Si no lo hacemos así, pronto la situación se nos escapará de las manos.

David nos dejó un gran ejemplo de esto en 1 Samuel 17:28-30. Su hermano Eliab inició lo que podía ser una discusión acalorada en un momento de dificultad. Pero para que la ignición se produzca se necesitan dos, y David no estuvo dispuesto a apoyarle en sus intentos. Podemos ver, sin embargo, cómo el verdadero enemigo puede perderse de vista por las pequeñas cosas del momento. David sabía que el enemigo era Goliat, no su hermano.[1]

“Los hombres no son otra cosa que niños grandes. Ocurre que toma nota de una simple palabra, el movimiento de un dedo, la mirada de un ojo, e interpretándolo con cierto significado, se resiente. La medida de la venganza es desde luego excesiva, la cual a su vez provoca una respuesta; el pleito comenzó; el distanciamiento aumenta; la alienación irreconciliable continua ¡y se extiende de los individuos a las familias, a las vecindades y a las comunidades!” (Ralph Wardlaw, 2:142).

Y esto tiene una importante aplicación en la vida de cualquier iglesia. El mismo Wardlaw es quien nos dice:

“En ningún lugar es esta máxima o consejo más apropiado o más fuertemente aplicable, que en las iglesias de Cristo. La contención de dos individuos puede pronto involucrar a toda la iglesia. Que cada quien, por tanto, sienta el deber del dominio propio. Si una palabra ha salido de sus labios, que tenga cuidado que no salga una segunda; porque una segunda llevará a una tercera, y una tercera aun más ciertamente a una cuarta. Aquel que es capaz de devolver las amarguras con dulzura, será reconocido por su divino Maestro” (ibid., p.143).

Hoy mismo puedes ser un instrumento de discordia o de concordia, un contencioso o un pacificador. ¿Qué decides ser? Escoge el camino de la sabiduría, pues su final es mejor que el de la insensatez.


[1] Ver también su ejemplo en el Salmo 38:12-14.

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