Por Charles Spurgeon
[Tomado de «Las ilustraciones de Juan Arador» y traducido por Salvador Gómez Dickson]
He aquí una imagen extraña, y esta es la historia que la acompaña; la conoceréis tal como la encontré en un viejo libro. «Un anciano y su joven hijo llevaban delante de ellos a un asno al mercado más próximo para venderlo. «Sean más inteligentes», le dice uno al hombre que iba por el camino, «¿por qué van tú y tu hijo a pie y dejan que el asno vaya tan ligero?» Así que el anciano montó a su hijo sobre el asno y él siguió a pie. «Muchacho holgazán y granuja», le dice otro al hijo, «¿por qué vas montado y dejas que tu anciano padre vaya a pie?». El anciano, al oír esto, bajó a su hijo y subió él. «¿Ves», dice un tercero, «cómo el viejo bribón holgazán cabalga solo y el pobre muchacho va esforzadamente tras él?». El padre, al oír esto, tomó a su hijo y lo colocó detrás de él. La siguiente persona con que se encontraron preguntó al anciano si el asno era suyo o no. Él dijo: “Sí”. A lo que el otro expresó: “Por la manera en que lo llevan cargado no parece”. “Bueno”, se dijo el anciano a sí mismo, “¿y qué hago ahora? Porque se ríen de mí si el asno está sin carga, o si uno de nosotros cabalga, o si ambos lo hacemos”; y entonces llegó a la conclusión de que debía atar las patas del asno con una cuerda. Y trataron de llevarlo así al mercado con un palo sobre sus hombros, entre ellos. Todos los que los veían se divertían mucho con la escena, y el anciano entonces, muy enojado, arrojó el asno a un río y así regresó a casa. El buen hombre, en definitiva, intentó complacer a todos, pero tuvo la mala suerte de no complacer a nadie, y perdió su asno en el proceso”.
Aquel que no se va a la cama hasta complacer a todo el mundo tendrá que pasar muchas noches en vela. Donde hay muchos hombres, hay muchas mentes; y donde hay muchas mujeres, hay muchos caprichos; y si complacemos a uno, seguro que haremos que otro se queje. Lo mejor es esperar a que todos se pongan de acuerdo antes de hacerles caso, o seremos como el hombre que trató de cazar muchas liebres al mismo tiempo y no atrapó ninguna. Además, las fantasías de los hombres cambian, y la necedad nunca se complace mucho con lo mismo, sino que cambia de gusto y se cansa de aquello que antes adoraba. Guillermo dice que una vez trató de servir a dos amos, pero, afirmó, “pronto me harté y declaré que, si me perdonaban esta vez, la próxima vez que me pillaran haciéndolo podrían encurtirme en sal y mojarme en vinagre hirviendo”.
«Quien a todos busca agradar
Sin a nadie agraviar,
Hoy la tarea puede comenzar,
Pero nunca la podrá terminar».
Si bailamos la música de todos los violines, pronto nos quedaremos cojos de ambas piernas. La bondad puede ser una gran desgracia si no la mezclamos con prudencia.
«Quien a todos busca agradar
Nunca podrá sentarse a descansar».
Está bien ser servicial, pero no estamos obligados a ser los lacayos de todos. Ponte la mano en el sombrero, porque eso es cortesía; pero no inclines la cabeza ante las órdenes de todos, porque eso es esclavitud. Quien quiera agradar a todos, que vista primero a la luna con un traje o llene un barril sin fondo ni aros con cubos. Vivir de las alabanzas de los demás es alimentarse del aire; ¿qué es la alabanza sino el aliento de las narices de los hombres? Es un alimento pobre para hacer una cena con eso. Poner trampas para lograr palmadas y desmayarte si no las consigues es algo infantil; y cambiar de chaqueta para agradar a una persona es tan menudo como el sucio. Tomás de Bedlam nunca hizo nada más loco que intentar agradar a mil amos a la vez: uno es suficiente. Si un hombre agrada a Dios, puede dejar que el mundo siga su propio camino. Después de todo, ¿qué hay para asustar a un hombre en la sonrisa de un tonto o en el ceño fruncido de un pobre mortal como tú? Si importara lo que el mundo diga de nosotros, sería de consuelo que cuando un buen hombre sea enterrado la gente diga: “No era un mal tipo después de todo”. Cuando la vaca muere, escuchamos cuánta leche dio. Cuando el hombre se va al cielo, la gente reconoce su pérdida y se pregunta cómo fue que no lo trataron mejor.
El camino para agradar a los hombres es duro, pero benditos son los que agradan a Dios. No es un hombre libre el que tiene miedo de pensar por sí mismo, porque si sus pensamientos están atados, el hombre no es libre. Un hombre de Dios es un hombre varonil. Un hombre verdadero hace lo que cree correcto, ya sea que los cerdos gruñan o los perros aúllen. ¿Tienes miedo de seguir tu conciencia porque Tomás, Carlos y Javier, o María y Elisabet, se reirían de ti? Entonces no eres el primo septuagésimo quinto de Juan Arador, que sigue su camino silbando alegremente aunque muchos critiquen su arado, sus caballos, sus arneses, sus botas, su abrigo, su chaleco, su sombrero, su cabeza y cada pelo que tiene. Juan dice que lo divierte y que no le hace daño; pero ten la seguridad de que nunca atraparás a Juan ni a sus muchachos cargando el burro.