miércoles, 6 de noviembre de 2024

El que quiera complacer a todos perderá su burro y será objeto de burlas por sus esfuerzos



Por Charles Spurgeon

[Tomado de «Las ilustraciones de Juan Arador» y traducido por Salvador Gómez Dickson]

He aquí una imagen extraña, y esta es la historia que la acompaña; la conoceréis tal como la encontré en un viejo libro. «Un anciano y su joven hijo llevaban delante de ellos a un asno al mercado más próximo para venderlo. «Sean más inteligentes», le dice uno al hombre que iba por el camino, «¿por qué van tú y tu hijo a pie y dejan que el asno vaya tan ligero?» Así que el anciano montó a su hijo sobre el asno y él siguió a pie. «Muchacho holgazán y granuja», le dice otro al hijo, «¿por qué vas montado y dejas que tu anciano padre vaya a pie?». El anciano, al oír esto, bajó a su hijo y subió él. «¿Ves», dice un tercero, «cómo el viejo bribón holgazán cabalga solo y el pobre muchacho va esforzadamente tras él?». El padre, al oír esto, tomó a su hijo y lo colocó detrás de él. La siguiente persona con que se encontraron preguntó al anciano si el asno era suyo o no. Él dijo: “Sí”. A lo que el otro expresó: “Por la manera en que lo llevan cargado no parece”. “Bueno”, se dijo el anciano a sí mismo, “¿y qué hago ahora? Porque se ríen de mí si el asno está sin carga, o si uno de nosotros cabalga, o si ambos lo hacemos”; y entonces llegó a la conclusión de que debía atar las patas del asno con una cuerda. Y trataron de llevarlo así al mercado con un palo sobre sus hombros, entre ellos. Todos los que los veían se divertían mucho con la escena, y el anciano entonces, muy enojado, arrojó el asno a un río y así regresó a casa. El buen hombre, en definitiva, intentó complacer a todos, pero tuvo la mala suerte de no complacer a nadie, y perdió su asno en el proceso”.

 

Aquel que no se va a la cama hasta complacer a todo el mundo tendrá que pasar muchas noches en vela. Donde hay muchos hombres, hay muchas mentes; y donde hay muchas mujeres, hay muchos caprichos; y si complacemos a uno, seguro que haremos que otro se queje. Lo mejor es esperar a que todos se pongan de acuerdo antes de hacerles caso, o seremos como el hombre que trató de cazar muchas liebres al mismo tiempo y no atrapó ninguna. Además, las fantasías de los hombres cambian, y la necedad nunca se complace mucho con lo mismo, sino que cambia de gusto y se cansa de aquello que antes adoraba. Guillermo dice que una vez trató de servir a dos amos, pero, afirmó, “pronto me harté y declaré que, si me perdonaban esta vez, la próxima vez que me pillaran haciéndolo podrían encurtirme en sal y mojarme en vinagre hirviendo”.

 

«Quien a todos busca agradar

Sin a nadie agraviar,

Hoy la tarea puede comenzar,

Pero nunca la podrá terminar».

 

Si bailamos la música de todos los violines, pronto nos quedaremos cojos de ambas piernas. La bondad puede ser una gran desgracia si no la mezclamos con prudencia.

 

«Quien a todos busca agradar

Nunca podrá sentarse a descansar».

 

Está bien ser servicial, pero no estamos obligados a ser los lacayos de todos. Ponte la mano en el sombrero, porque eso es cortesía; pero no inclines la cabeza ante las órdenes de todos, porque eso es esclavitud. Quien quiera agradar a todos, que vista primero a la luna con un traje o llene un barril sin fondo ni aros con cubos. Vivir de las alabanzas de los demás es alimentarse del aire; ¿qué es la alabanza sino el aliento de las narices de los hombres? Es un alimento pobre para hacer una cena con eso. Poner trampas para lograr palmadas y desmayarte si no las consigues es algo infantil; y cambiar de chaqueta para agradar a una persona es tan menudo como el sucio. Tomás de Bedlam nunca hizo nada más loco que intentar agradar a mil amos a la vez: uno es suficiente. Si un hombre agrada a Dios, puede dejar que el mundo siga su propio camino. Después de todo, ¿qué hay para asustar a un hombre en la sonrisa de un tonto o en el ceño fruncido de un pobre mortal como tú? Si importara lo que el mundo diga de nosotros, sería de consuelo que cuando un buen hombre sea enterrado la gente diga: “No era un mal tipo después de todo”. Cuando la vaca muere, escuchamos cuánta leche dio. Cuando el hombre se va al cielo, la gente reconoce su pérdida y se pregunta cómo fue que no lo trataron mejor.

 

El camino para agradar a los hombres es duro, pero benditos son los que agradan a Dios. No es un hombre libre el que tiene miedo de pensar por sí mismo, porque si sus pensamientos están atados, el hombre no es libre. Un hombre de Dios es un hombre varonil. Un hombre verdadero hace lo que cree correcto, ya sea que los cerdos gruñan o los perros aúllen. ¿Tienes miedo de seguir tu conciencia porque Tomás, Carlos y Javier, o María y Elisabet, se reirían de ti? Entonces no eres el primo septuagésimo quinto de Juan Arador, que sigue su camino silbando alegremente aunque muchos critiquen su arado, sus caballos, sus arneses, sus botas, su abrigo, su chaleco, su sombrero, su cabeza y cada pelo que tiene. Juan dice que lo divierte y que no le hace daño; pero ten la seguridad de que nunca atraparás a Juan ni a sus muchachos cargando el burro.


sábado, 7 de septiembre de 2024

Es muy difícil que un saco vacío se pueda mantener en pie

 


Por Charles Spurgeon

[Tomado de «Las ilustraciones de Juan Arador» y traducido por Salvador Gómez Dickson]

Samuel puede intentarlo durante un buen rato antes de conseguir que uno de sus sacos vacíos se mantenga en pie. Si no fuera medio tarado, habría dejado ese trabajo antes de empezarlo y habría dejado de ser irlandés. Llegará al borde de la desesperación antes de poner el saco de pie. El viejo proverbio, impreso en la parte superior, fue creado por un hombre que se había quemado los dedos con los deudores, y simplemente significa que cuando la gente no tiene dinero y está hasta las cejas de deudas, la mayoría de las veces deja de estar en pie y se cae de una manera u otra. El que tiene sólo cuatro y gasta cinco, pronto no necesitará bolsa, y lo más probable es que empiece a usar todo su ingenio para tratar de mantenerse a flote y recurra a todo tipo de artimañas para lograrlo.

 

Nueve de cada diez veces empiezan prometiendo pagar en un día determinado, cuando se sabe que no tienen con qué pagar. Son tan audaces a la hora de fijar el día como si tuvieran los ingresos de mi superior. El día llega tan seguro como la Navidad, y entonces no tienen ni un céntimo en el mundo, así que dan toda clase de excusas y empiezan a prometer de nuevo. Los que son rápidos para prometer son generalmente lentos para cumplir. Prometen montañas y cumplen montoncitos de tierra. El que te da buenas palabras y nada más, te alimenta con una cuchara vacía, y los acreedores hambrientos pronto se cansan de ese juego. Las promesas no llenan el estómago. Los hombres que prometen no son grandes favoritos si no son hombres que cumplen. Cuando a un tipo así se le llama mentiroso, sólo piensa que no está en condiciones de pagar; y sin embargo es mentiroso, tan cierto como que los huevos son huevos, y no hay forma de negarlo, como dijo el muchacho cuando el jardinero lo atrapó en lo alto del cerezo. La gente no tiene en gran estima la piedad de un hombre cuando sus promesas son como el revestimiento de un pastel, que está hecho para romperse. Por lo general, ellos mismos son quebradizos.

 

Los acreedores tienen mejor memoria que los deudores, y cuando han sido engañados más de una vez, creen que ya es hora de que el zorro vaya al peletero y obtengan su parte de la piel. Esperar por el dinero no endulza el temperamento de un hombre, y unas cuantas mentiras sobre el asunto hacen que la leche de la bondad humana se agrie. He aquí un dicho anticuado que un mal pagador puede poner en su pipa, ya sea que fume o no, como quiera:

 

“Aquel que promete hasta que nadie confía en él,

aquel que miente hasta que nadie le cree,

aquel que pide prestado hasta que nadie le presta,

mejor que se vaya a donde nadie lo conozca”.

 

Los perros hambrientos comen pudines sucios, y la gente que está en apuros comete con mucha frecuencia actos sucios. Bendito sea Dios, todavía se fabrican telas que no se encogen al mojarse, y hay honestidad que no se abandona en los momentos de desgracia; pero con demasiada frecuencia la deuda es la peor clase de pobreza, porque genera engaño. A los hombres no les gusta enfrentarse a sus circunstancias, y por eso dan la espalda a la verdad. Intentan todo tipo de planes para salir de sus dificultades, y como el calderero de Banbury, hacen tres agujeros en la cacerola para reparar uno. Son como Pedley, que quemó una vela que valía un penique para buscar un cuarto de penique. Le piden prestado a Pedro para pagarle a Pablo, y luego Pedro queda atrapado. Para evitar un arroyo se lanzan a un río, porque piden prestado a un interés ruinoso para pagar a quienes los aprietan. Al pedir bienes que no pueden pagar y venderlos por lo que puedan conseguir, pueden posponer un día malo, pero lo único que hacen es traer otro. Un truco necesita otro truco que lo respalde, y así pasan de zapatos a botas. Con la esperanza de que aparezca algo, siguen rastrillando en busca de la luna en una zanja, y toda la suerte que les llega es como la de Juancito, que perdió un chelín (12 peniques) y encontró un pan de dos peniques. Cualquier atajo los tienta a salir del camino de la honestidad, y al cabo de un tiempo descubren que se han desviado muchísimo de su camino. Al final, la gente les tiene miedo y dice que son tan honestos como un gato cuando la carne está fuera de su alcance, y murmuran que el trato honesto ha muerto, y ha muerto sin descendencia. ¿Quién se sorprende? Las personas a las que una vez les muerden no tienen prisa por volver a meter los dedos en la misma boca. No confías en el talón de un caballo después de que te ha pateado, ni te apoyas de un bastón que una vez se rompió. La astucia exagerada harta, y a la larga no hay astucia que sea más sabia que la simple honestidad.

 

No sería insensible con un hombre pobre, ni derramaría agua sobre un ratón ahogado; si por desgracia el hombre no puede pagar, pues no puede pagar, y que lo diga, y que haga lo que es justo con lo poco que tiene, y los corazones bondadosos tendrá compasión. Un hombre sabio hace al principio lo que un tonto hace al final. Lo peor de todo es que los deudores esperan más de lo que debieran, y tratan de convencerse de que su barco volverá a casa, o de que sus gatos se convertirán en vacas. Es duro navegar por el mar en una cáscara de huevo, y no es mucho más fácil pagar lo que se debe cuando se ha gastado todo el capital. De la nada, nada sale. Uno puede facturar su nada durante mucho tiempo y tratar de que se convierta en un billete de diez libras. El camino a Babilonia nunca lo llevará a Jerusalén, y pedir prestado y endeudarse cada vez más nunca sacará a un hombre de las dificultades.

 

El mundo es una escalera por la que algunos suben y otros bajan, pero no hay necesidad de perder la reputación por perder el dinero. Algunas personas saltan de la sartén al fuego; por miedo a convertirse en pobres se convierten en granujas. Son clientes escurridizos; no puedes obligarlos a nada. Crees que los tienes, pero no puedes retenerlos más tiempo que un gato en una carretilla. Pueden saltar nueve vallas, y luego nueve más. Siempre te engañan y después se escudan en que los tiempos son malos o en la enfermedad de su familia. No puedes ayudarlos, porque no hay forma de saber dónde están. Siempre es mejor dejar que lleguen al límite de sus fuerzas, porque una vez queden limpios de su vieja basura, tal vez puedan reiniciar de una mejor manera. No se puede sacar de un saco lo que no está dentro, y cuando la bolsa de un hombre está tan vacía como la palma de tu mano, cuanto más tiempo le remiendes más vacía estará, como Guillermo, que cortó su abrigo para remendar su chaleco, y luego usó sus pantalones para remendar su abrigo, y al final tuvo que quedarse en cama por falta de un trapo con el cual cubrirse.

 

Que el pobre y desafortunado comerciante se aferre a su honestidad como lo haría con su vida. El camino recto es el más corto. Es mejor romper piedras en el camino que quebrantar la ley de Dios. La fe en Dios debería salvar al cristiano de cualquier acción sucia; que ni siquiera piense en hacer una broma, porque no se puede tocar la brea sin contaminarse con ella. Cristo y un pedazo de pan duro son riquezas, pero un carácter quebrantado es la peor de las bancarrotas. No todo está perdido mientras se mantenga la rectitud; pero aun así es difícil hacer que un saco vacío se mantenga en pie.

 

Hay otras maneras de utilizar el viejo dicho. Es difícil para un hipócrita mantener su profesión. Los sacos vacíos no pueden mantenerse en pie en una iglesia mejor que en un granero. El parloteo no hace santos, de lo contrario habría muchos de ellos. Algunos parlanchines no tienen suficiente religión para dar sabor a la sopa de un enfermo, y tienen que ser muy astutos para mantener el juego en marcha. Las largas oraciones y las profesiones de fe bullosas sólo engañan a los simples, y aquellos que ven más allá de la superficie pronto descubren al lobo debajo de la piel de oveja.

 

Toda esperanza de salvación por nuestras buenas obras es un intento necio de hacer que un saco vacío se mantenga en pie. Somos pecadores indignos, merecedores del infierno, en el mejor de los casos. La ley de Dios debe cumplirse sin una sola falta, si esperamos ser aceptados por ella; pero no hay uno entre nosotros que haya vivido un día sin pecado. No, somos un montón de sacos vacíos, y a menos que los méritos de Cristo sean puestos en nosotros para llenarnos, no podemos estar en pie en la presencia de Dios. La ley nos condena, y esperar la salvación a través de ella es correr a la horca para prolongar nuestras vidas. Hay un Cristo lleno para pecadores vacíos, pero aquellos que esperan llenarse a sí mismos encontrarán que sus esperanzas los defraudarán. 

miércoles, 31 de julio de 2024

El jorobado no ve su propia joroba, sino la de su vecino

 


Por Charles Spurgeon

[Tomado de «Las ilustraciones de Juan Arador» y traducido por Salvador Gómez Dickson]

Señala al hombre que está frente a él, pero él mismo es mucho más peculiar. No debe reírse de los torcidos hasta que él mismo esté derecho, y no hasta entonces. Aborrezco escuchar a un cuervo cacarear a otro cuervo por ser negro. Un ciego no debe atacar a su hermano por ser bizco, y el que ha perdido sus piernas no debe burlarse del cojo. Sin embargo, así sucede: la rama más podrida se parte primero, y aquel que debería ser el último en hablar es el primero en despotricar. Los cerdos salpicados salpican a otros, y el que está lleno de faltas, encuentra faltas. Los más propensos a hablar mal de otros son precisamente los que más mal hacen a los demás.

 

Nos hace mucho daño juzgar a nuestros vecinos, porque fomenta nuestra jactancia y hace que nuestro orgullo crezca con bastante rapidez aun sin alimentarlo. Acusamos a otros para excusarnos a nosotros mismos. Somos tan tontos que soñamos que somos mejores porque otros son peores y hablamos como si pudiéramos levantarnos haciendo caer a los demás. ¿De qué sirve estar buscando agujeros en los abrigos de la gente cuando no podemos remendarlos? Habla de mis deudas si tienes la intención de pagarlas. Los defectos de un amigo no deben publicitarse, y ni siquiera los de un extraño deben publicarse. El que rebuzna a un asno, él mismo es un asno; y el que pone a otro en ridículo, él mismo es un necio. No adquieras el hábito de reírte de la gente, porque conoces el viejo dicho: "No te burles de otros, no sea que los demás terminen burlándose de ti". Muchos chistes se hacen con el deseo de ser graciosos, pero golpean a alguien al decirlos.

 

Las bromas son demasiado propensas a convertirse en mofa, y lo que se supone que es para hacer cosquillas causa una herida. Es una lástima que mi alegría sea la miseria de otro hombre. Antes de que un hombre haga una broma, debería preguntarse si le gustaría que se lo hicieran a él, porque muchos de los que dan golpes duros tienen la piel muy sensible. Sólo da lo que estarías dispuesto a recibir. Algunos hombres arrojan sal sobre los demás, pero les duele si una pizca de ella cae en su propia carne viva. Cuando reciben ojo por ojo y diente por diente, no les gusta; sin embargo, nada es más justo. Los que muerden merecen ser mordidos.

 

Podemos reprender a un amigo y demostrar así nuestra amistad, pero debemos hacerlo con mucha tacto, o podemos perder a nuestro amigo por los dolores causados. Antes de reprender a otro debemos considerar y tener cuidado de no ser culpables de lo mismo, porque quien limpia una mancha con dedos manchados de tinta la empeora. Menospreciar a los demás es una falta peor que cualquiera que podamos ver en ellos, y burlarnos de sus debilidades muestra nuestra propia debilidad y también nuestra propia malicia. La chispa que tengamos debe ser un escudo para la defensa y no una espada para la ofensa. Una palabra burlona corta peor que una hoz, y provoca una herida mucho más difícil de curar. Un golpe se olvida mucho más pronto que una burla. La burla golpea con fuerza. Nuestro ministro dice que “reírse de la debilidad o la deformidad es una enormidad”. Es un hombre con conocimiento y sabe cómo aplicarnos las cosas.

 

Aquel que ridiculiza a los demás, termina burlándose a sí mismo en mayor o menor grado. Es más sabio quien deja tranquilo a los demás y se dedica mejor a corregir sus propias faltas.

martes, 9 de julio de 2024

Enciende una vela en ambos extremos y pronto se te apagará

 

Por Charles Spurgeon

[Tomado de «Las ilustraciones de Juan Arador» y traducido por Salvador Gómez Dickson]

Bien puede rascarse la cabeza quien enciende su vela por ambos extremos; pero, haga lo que haga, su luz pronto se apagará y quedará completamente a oscuras. El joven Jaime el Descuidado despilfarró sus bienes y ahora se quedó sin zapatos. El suyo era un caso de “lo que fácil llega, fácil se va; si se obtiene con prisa, con prisa se gasta”. Aquel que consigue una propiedad con esfuerzo la conservará mejor que el que la hereda. Como dice el escocés: “Quien adquiere equipo y herramientas antes de adquirir ingenio, sólo los poseerá por poco tiempo”, y lo mismo le ocurrió a Jaime. Su dinero le hizo agujeros en el bolsillo. Como no podía deshacerse de él lo suficientemente rápido, consiguió a todo un equipo que lo ayudara a hacerlo, lo cual hicieron ayudándose a sí mismos. Su fortuna se fue como una libra de carne en un criadero de perros. Fue amigo de todos y ahora es el tonto de todos.

 

Se topó con el dinero del viejo Concejal el Codicioso, porque era su sobrino; pero, como dice el viejo refrán, el tenedor siguió al rastrillo, el gastador fue heredero del acaparador. Dios ha sido muy misericordioso con algunos de nosotros al no permitir que el dinero nos caiga encima, porque la mayoría de los hombres se pierden cuando se topan con una gran ola de fortuna. Muchos de nosotros habríamos sido peores pecadores si nos hubieran confiado carteras más grandes. El pobre Jaime tenía muchos peniques, pero poco sentido común. Es más fácil ganar dinero que usarlo bien. Lo que es difícil de reunir es fácil de esparcir. El anciano había equipado bien su nido, pero Jaime hizo que las plumas volaran como copos de nieve en invierno. Se deshizo de su dinero con palas y carretillas. Después de gastar los intereses, empezó a tragarse el capital, y así mató a la gallina de los huevos de oro. Desperdició su plata y su oro en formas que uno no quisiera tener que contar. Como el dinero no se acababa lo suficientemente rápido, compró caballos de carreras para escaparse con él. Cayó en manos de malas personas y se hizo acompañar de gente de la que diré poco; sólo que cuando esas señoras sonríen, las carteras de los hombres lloran. Son un pozo sin fondo, y mientras más puede echar en él, más arroja el tonto. A menudo sucede que a mayor belleza, mayor ruina. El juego, las mujeres y el vino son suficientes para convertir a un príncipe en un mendigo.

 

El siempre sacar y nunca volver a poner pronto vacía el saco más grande, y así lo experimentó Jaime; pero no hizo caso hasta que su último chelín se despidió de él, y entonces dijo que le habían robado; como el tonto de Tomás, que puso el dedo en el fuego y dijo que fue por su mala suerte.

 

“Bebe y deja beber” era su lema; cada día era feriado y cada feriado era fiesta. Los mejores vinos y los manjares más apetecidos hacían bien a su dentadura, pues pensaba llevar una vida de cerdo, la cual dicen que es corta y dulce. En verdad, se hizo chancho a todo dar. El viejo dicho expresa: “un joven glotón, un viejo mendigo”, y parecía decidido a demostrar que era cierto. Una cocina gorda produce un testamento delgado; puede escribir su testamento en la uña y dejar espacio para una docena de codicilos. De hecho, nunca querrá un testamento, porque no dejará nada tras de sí más que cuentas viejas. De todo su patrimonio no quedará lo suficiente para enterrarlo. Lo que desperdició durante su prosperidad le habría permitido conservar un abrigo sobre su espalda y un dumpling en su olla hasta el final de su vida; pero nunca miró más allá de sus narices y no pudo ver el final de las cosas. Se rio de la prudencia, y ahora la prudencia le frunce el ceño. El castigo no parece una gran amenaza, pero finalmente llega. Paga el coste de su locura en cuerpo y alma, en dinero y en persona, y, sin embargo, sigue siendo un tonto y volvería a bailar la misma música si tuviera otra oportunidad. Sus pocos recursos le producen un gran pesar, pero no podía quedarse con su pastel y comérselo también. Así como el que se emborracha por la noche está seco por la mañana, de la misma manera aquel que prodigó dinero cuando lo tenía, siente más su falta y necesidad cuando se le acaba. Sus viejos amigos lo han abandonado por completo; han exprimido la naranja y ahora tiran la cáscara. Más fácilmente encuentras leche en una paloma que ayuda de un compañero que te ama por tu cerveza. Los amigos de taberna te dejarán ir a la taberna, pero te patearán cuando estés sin nada.

 

Jaime tiene peores necesidades que la falta de dinero, porque su carácter ha desaparecido y es como una nuez podrida que no vale la pena romper. Los vecinos dicen que es un inútil, que no vale la pena sacarlo de un huerto de repollos. Nadie le dará empleo, porque no ganaría ni su propia sal, y por eso va de la ceca a la meca y no tiene dónde reclinar la cabeza. La buena reputación es mejor que un cinto de oro, y cuando ésta se va, ¿qué le queda a un hombre?

 

¿Qué le queda? ¡Nada sobre la tierra! Sin embargo, el hijo pródigo todavía tiene un Padre en los cielos. Que se levante y vaya hacia él, harapiento como está. Puede oler a abrevadero de cerdos y, sin embargo, puede correr directamente a casa y no encontrará la puerta cerrada. El gran Padre lo recibirá con gozo, lo besará, lo limpiará, lo vestirá y le permitirá comenzar una vida nueva y mejor. Cuando un pecador está en su peor momento, no es tan malo como para no ir al Salvador. Lo único que tiene que hacer es volverse de su maldad y clamar a Dios por misericordia. Es un camino largo que no tiene vía de regreso, pero el mejor de todos los retornos es volvernos al Señor con todo el corazón. El gran Padre ayudará al pródigo penitente a hacerlo. Si la vela se ha consumido por completo, el Sol del cielo todavía está encendido. Mira, pobre libertino; mira a Jesús y vive. Su salvación se obtiene sin dinero y sin precio. Aunque no tengas ni un centavo para bendecirte, el Señor Jesús te bendecirá gratuitamente. La profundidad de tu miseria no es tan profunda como la profundidad de la misericordia de Dios. Si eres fiel y justo al confesar los pecados que quieres que te perdonen, Dios será fiel y justo para perdonar los pecados que confiesas.

 

Pero ora, no sigas un día más como estás, porque este mismo día puede ser el último. Aunque no prestes atención a ninguna otra palabra de Juan Arador, las cuales dice para tu bien, recuerda esta antigua rima que fue tomada de una lápida:

 

La pérdida del oro es grande,

La pérdida de la salud es mayor,

Pero la pérdida de Cristo es tal,

Que no encontrarás nada peor.

viernes, 5 de julio de 2024

Dos perros pelean por un hueso y un tercero se escapa con él

 

Por Charles Spurgeon

[Tomado de «Las ilustraciones de Juan Arador» y traducido por Salvador Gómez Dickson]

Todos hemos oído hablar de dos hombres que se pelearon por una ostra y llamaron a un juez para que resolviera la cuestión. Lo que éste hizo fue comerse la ostra y dar una concha a cada uno. Esto me recuerda la historia de la vaca sobre la cual dos granjeros no se pusieron de acuerdo, entonces los abogados intervinieron y ordeñaron la vaca por ellos, y les cobraron por la molestia de beber la leche. Por medio de la ley poco se consigue y se pierde mucho. Los procesos legales suelen durar demasiado y nos hacen gastar y desgastarnos antes de que lleguen a su fin. Es mucho mejor arreglar las cosas y mantenerse fuera de los tribunales, porque si te atrapan allí, quedarás atrapado entre las zarzas y no podrás salir sin sufrir daño. Juan Arador siente un sudor frío ante la idea de caer en manos de abogados. No le importa ir a Jericó, pero teme a los caballeros del camino, porque rara vez dejan una pluma en el ganso que recogen.

 

Sin embargo, si los hombres quieren pelear, que no echen la culpa a los abogados; si la ley fuera más barata, las personas contenciosas pelearían más y a la larga gastarían casi la misma cantidad. A veces, sin embargo, nos arrastran a los tribunales, queramos o no, y entonces hay que ser sabios como una serpiente e inofensivos como una paloma. Feliz el que encuentra un abogado honesto y no intenta ser su propio cliente. Un buen abogado siempre tratará de proteger a la gente de asuntos legales; pero algunos clientes son como polillas con la vela; tienen que quemarse y harán todo lo posible para lograrlo. Aquel que es tan sabio como para no aprender tendrá que pagar caro su orgullo.

 

Deja que los perros ladren y muerdan,

Y que sus huesos así pierdan;

A los osos y leones que gruñan dejaré,

Pero en litigios no me meteré.

Es ciertamente triste sufrir el mal,

Pero los pleitos legales son vanidad;

Invertir dinero en pleitos no es libertad.

Ni hará que mi dolor llegue a su final.