Por Salvador Gómez Dickson
“Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu
corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la
heredad?Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu
poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino
a Dios” (Hechos 5:3–4).
Desde
la caída en el pecado los hombres somos expertos evadiendo asumir la
responsabilidad de nuestros hechos. Tanto Adán como Eva adquirieron títulos de
maestría en el arte de culpar a otros. El primer hombre llegó tan lejos que
sugirió que la culpa había sido de Dios al darle a Eva como compañera. El paso
del tiempo sólo ha logrado que el hombre utilice maneras más sofisticadas para
no tener que admitir sus culpas. Son miles de años de experiencia acumulada.
El caso
de Ananías y Safira son un recordatorio de esta realidad. No estamos limpiando
al enemigo de nuestras almas de la cuota de responsabilidad que le corresponde.
El Señor le juzgará. Lo que estamos diciendo es que existe una tendencia
natural en todos nosotros a no admitir nuestras culpas con toda honestidad.
Preservar la buena “imagen” ha cobrado más importancia que la integridad y la limpia
conciencia.
He aquí
una pareja que se propuso compartir de sus bienes con los hermanos de la
iglesia de Jerusalén. Hasta aquí todo bien. El problema radicó en querer dar la
impresión de que estaban dando un todo cuando en realidad estaban sólo ofrendando
una parte. Dar una parte no tenía nada de malo. Pero dar una parte y dar la
impresión de que se está dando todo es hipocresía. El Espíritu Santo los
delató.
¿Qué
sucedió aquí? El v. 3 nos da a conocer algo que ocurrió a espaldas de los ojos
de todos: el diablo había puesto la idea en el corazón Ananías y Safira. El
tentador no descansará en su afán por inducirnos al pecado. Pero cuando pecamos
la responsabilidad del acto es nuestra. Observa la pregunta de Pedro en el v.
4: “¿Por qué pusiste esto en tu corazón?” La culpa no fue de Satanás—aunque
dará cuenta a Dios por las tentaciones. La culpa fue de Ananías por concebir el
plan y ejecutarlo. La culpa fue de Safira por conspirar junto con su esposo y
apoyarlo. Pedro les dio la oportunidad para que confesaran. Ésa era la vía para
la prosperidad espiritual (Prov. 28:13).
Cuando
desobedecemos y caemos, la culpa es tuya y mía. El camino de la misericordia y
de la bendición es la confesión: confesión a Dios (y a los hombres cuando sea
necesario). El camino de la restauración no es el de la negación, sino el de la
admisión. La encrucijada nos llegará: ¿confesamos o no confesamos? Quiera Dios
mantener en nosotros corazones tiernos y conciencias sensibles… pero cuando
ores por esto, no olvides cumplir con tu responsabilidad.
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